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29.11.10

Valiente, como tu padre...

- Mamá, ¿dónde está papá?
- De viaje, Martín
- ¿Cuándo llega?
- Pronto, Martín, pronto
- Segura, sabes que lo extraño mucho, además el a veces llora por las noches o grita mientras duerme, despierta asustado y tu conversas con él. Yo sé porque cuando el llega no duermo porque quiero estar todo el tiempo que sea posible, además no puedo con la bulla de las chicharras.
- No, Martín, no es nada. Tu papá no llora, el recuerda las cosas de la guerra. Pero pronto se le pasa, es muy fuerte, el quiere lo mejor para nosotros. Por eso va a pelear por la libertad, por tener un mejor gobierno, un gobierno que le dé a cada uno lo que le corresponde. Sin jefes malos ni corruptos, sino por un orden en el que el pueblo tenga el poder de elegir.
- Mamá... y cuando sea grande podré yo también ser como mi papá.
- Si, serás tan valiente como tu papá.
- Si seré muy valiente como mi papá
(Dos disparos secos que tienen en su estruendo un mensaje de soledad, un olor a tierra o a sangre que se queda en a mitad del tabique, un silencio profundo que da miedo y que se esconde en medio de la selva, en medio de la tierra que nadie conoce y nadie pretende conocer.)

***

¡Mamá, mamá! ¡No!

Ya no estás, hace cinco años que esto acabó y te sigo extrañando. No me deben escuchar que lloro. Esto ya pasó que importa. Los culpables son sólo ellos, no merecen mi perdón. No merecen siquiera que puedan pisar este lugar. Perderan su vida tal y cómo te la arrancaron enfrente de mi. Los odio. Felizmente mi padre está acá. Ahora podremos tenderles la enboscada y no escaparan. No se atreverán...

Ese día fue el mas largo de mi vida y sin embargo también el más importante. Después de los disparos salí corriendo en medio de los gritos de todos los que vivían en las cabañas vecinas, corrí sin mirar atrás, sin siquiera pensar en quién me seguía. Corría para encontrar a mi padre, para decirle que habían matado a mi madre. Que habían llegado los cachacos para llevarnos a la ciudad. Que querían cambiarnos la mente. Que nos van a torturar, incluso. No le encontré, pero llegué a una vertiente del río Ene. Era pequeña pero muy húmeda, aún sentía el calor de las llamas sobre el techo de la cabaña de Miguel, mi amigo. Me encontré con Miguel hace un año, el estuvo un tiempo prisionero pero felizmente lo salvaron. Esa noche me quedé llorando mucho, casi ahogándome con mis propias lágrimas escuchando el lamento hiriente desde lejos, el lamento de mis vecinos, mis hermanos. A la mañana, me fui a ver cómo estaba todo. Mi ropa estaba mojada y mis ojos estaban sumamente rojos, no sentía las piernas y me dí cuenta en el camino de regreso era muy largo. Conseguí ir por una colina para ver de lejos el campamento. Todo era cenizas y unas cuantas cabañas aún en pie servían de los cuerpos que habían claudicado en la defensa de su terreno, de sus posesiones. Imaginé que tu cuerpo estaba ahí también y rebusque en mis ojos si aún quedaba alguna lágrima. No encontré alguna. Regrese a la vertiente del río, el cielo y el camino se alargaban a cada paso, era todo muy difícil de comprender, peor con el sol abrasador y la húmedad de la selva y el chirrido incesante que traen consigo las espaldas de las chicharras.

Mi padre estaba por ese entonces a diez días de camino, en la comunidad de Aucayacu reuniéndose con algunos comuneros y dirigentes. Todo iba a salir como lo planearon. Mi fuerzas se iban, estaba desfalleciendo y mi padre no estaría ahí para ayudarme. Llegaron a mi pueblo sigilosamente mis amigos, después de haber salido a cazar, se dieron cuenta que el campamento había sido destruido y con él todos los habitantes, el olor de las cenizas se extendían varios metros a la redonda y el humo crecía como una columna que sostenía las nubes de lluvia que pronto desataría un tormenta eléctrica sobre la zona. Se dispersaron como solían hacerlo para distraer a los venados o sajinos. Luego quedaron en reunirse en la cima de la colina que horas antes yo había pisado. Al reunirse, supieron qué tenían que hacer: Buscar refuerzos.

Camino a Monzón me contraron, desmallado por el calor. Y me preguntaron si sabía dónde estaba mi padre. yo les contesté que si, que estaba en Aucallacu. Y me dijeron que estaba bien, que estaba seguro y que iríamos a Monzón para conversar con otros líderes en la Revolución. ¿Revolución? pensé. No sabía hasta ese entonces de qué se trataba la revolución pero me dieron un pistola y con eso bastó para unirme al grupo. Ahí me encontré con el chino Wilfredo, el jefe del grupo. Nos guió a través de la selva para llegar rápido a Monzón. Todo parecía estar claro para mí. Esos cachacos venían a quitarnos nuestras tierras, mi padre estaba conversando con los gobernadores para llegar a un acuerdo y mi madre había sido victima de aquellos cachacos malos que algún día cuando crezca iba a matarlos con esta pistola que tengo en mis manos. Todo exactamente igual para que no se olviden de mi. No me importa si llego al infierno, son sólo creencias de débiles. Había Algo que no me cuadraba y era ese asunto de la Revolución, que luego Wilfredo, intentó explicarme muchas veces pero no entendía. Me perdían cuando empezaba a hablar sobre el Presidente Gonzalo y daba arengas y levantaba su brazo y comentaba sobre un tal Fujimori, o Montesinos, en la época cuando casi llegamos al poder. Pero todo era muy confuso. Yo sólo quería vengarme, pero el quería algo más. Quería tal vez ese gobierno que mi madre me comentaba aquella noche, donde todos tengan lo que merecen tener, donde no hayan ricos ni pobres. Pero no entiendo cómo puede lograrse eso.

Miguel también se salvó cuando su papá se dio cuenta que venían los cachacos y se escaparon unas horas antes, fueron en un viaje largo a través de la espesura de la noche y los peligros de la selva hasta llegar a Aucayacu y encontrar a mi padre para contarle lo que había pasado. Me dijo, después cuando nos escontramos que mi padre sólo se puso triste un rato viendo a la fogata con una mirada que daba escalofríos, una mirada tan dura como cuando nos fuimos en la primera emboscada. La misma. Una mirada sin lágrimas, sin pena, sin dolor... sólo con sincersa necesidad de controlar y arreglar todo lo que estaba mal en el gobierno. Mi padre lloró en público esa noche sólo por tres minutos y luego se fue a dormir. Pensaba que yo también había muerto así que no le quedaba más motivo para vivir. Así que esa noche trazó un plan que según él salvaría a nuestros pueblos de la dictadura derechista y aseguraría la toma del poder del marxismo-leninismo-maoísmo. Esa noche intentó ahogarse en sus recuerdos, encontrar una sólo idea que le haga dar energía para llevar a cabo el plan, pero encontró un vacío inmenso, esa noche la lluvia no permitió ver el cielo y sus estrellas los únicos dioses que tenía y el vacío se hizo muy grande que lloró en privado por tres horas y se quedó dormido pensando que las fuerzas lo abandonarían y moriría de pena. Pero no murió. A la mañana siguiente un galló cantó y recordó como yo imitaba la voz del gallo en la mañana y cómo a veces perdía el tono inventando nuevas tonadas. Sonrió y su energía se revitalizó. Su mirada se llenó de fuego y decidió llevar a cabo su plan. Pero falló. Sus colaboradores no eran lo suficientemente visionarios para acompañarlo en la conquista del poder y al verse minados sus esfuerzos hicieron retirada hasta volver a conseguir las municiones que habían perdido.

Cuatro años de entrenamiento después, nos encontramos. Mi padre me abrazó con sus manos de hierro y noté que tenía una cicatriz en su hombró me dijo que los cachacos terminaron con cicatrices más grandes. Y que ahora la revolución estaba próxima. Ese día planificamos la primera emboscada. Wilfredo y mi padre conversaron y parecía que se entendían a la perfección. Hicieron arengas al presidente Gonzalo de quien había visto una foto en el periódico cuando fuimos de civiles a Tingo María. Un señor de barba blanca y lentes, me dijeron que él era un gran pensador. Pero que lo atraparon por la traición de algunos insolentes que ya fueron castigados. Ahora tengo doce años y estoy dispuesto a vengar la muerte de mi madre, no me importa ese asunto de la Revolución, pero si es una ayuda para la venganza entonces, también lo defenderé, pues mi padre lo defiende y yo  soy valiente como él y fingiré que no tengo miedo y venceremos a los derechistas. A pesar de que no los conozca.

***
¿El silencio de nuestras voces podrá callar las ideologías ajenas? ¿El grito de nuestros pensamientos ayudará a dar paz a aquellos corazones turbados?

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