No darás crédito a tus ojos si diez millones de luciérnagas iluminan el mundo mientras yo duermo...
Las estrellas se inclinan para besarte, acostado y despierto te extraño, viérteme una fuerte dosis de atmósfera...
Sus ojos en la oscuridad me regalan su brillo intenso, un brillo que se conjuga con las sombras y puedo recordar todo cuanto compartimos, el silencio del viaje a lo lejos se diluye en árboles al lado de caminos, atardeceres naranjas y luces tenues en los pueblos pequeños que aguardan al lado de la carretera por un visitante, un foráneo que los acompañe. - El camino se hace más fácil de de arriba a abajo - me susurra al oído y yo supongo que es verdad pues son palabras mías que ella las hace presente y me hace acordar que siempre mis observaciones del mundo han de seguirme junto con las frases que digo, son palabras que una vez dichas no regresan para ser modificadas, se quedan ahí, en el ambiente, en la memoria, en el olvido también.
Poco a poco, en mi reflejo sobre sus ojos, empiezo a recordar cada día que pasamos desde que llegamos allá. Fueron pocos días más aún tengo la sensación que no hemos regresado. Me parece que el sol despertará en la ventana y me avisará que es tiempo de caminar. De visitarla y planear "a dónde podremos ir ahora".
El viernes partimos muy temprano de Lima, fue una decisión veloz y con muchas expectativas obtenidas desde días antes cuando nos abrazábamos cada vez que recordábamos cuántos días faltaban para el viaje. En ese momento cuando estábamos ya en el bus que nos llevaría, las ganas de estar pronto, de hacer correr al tiempo, se hacían urgencia. Pero quién se atreve a apurar el tiempo muchas veces obtiene lo contrario. Así ocurrió. Quizás por razones, o circunstancias, que no se pueden explicar con una simple casualidad. Partimos y decidimos conciliar que el viaje nos regalaría uno y más recuerdos que permanecerían mucho más allá que en el brillo de sus ojos cada vez que los vuelva a ver.
El cielo cambiaba de color y al lado de la carretera las plantas también mutaban de especie en especie según la tierra y conforme el viaje nos llevaba cada vez más arriba, casi hasta tocar las nubes, o tal vez no tanto. La cordillera se mostraba atrayente entre sus quebradas, entre sus cerros y los laberintos de pistas que escondían, los túneles en el trayecto y los pueblos que parecían estar estáticos en el tiempo siempre, inmutables. El cielo tornándose y descubriéndose cada vez más celeste y las nubes formando cúmulos de algodón que se cargan de lluvia y descargan según el viento les lleve a lugares de donde pueden nacer riachuelos o regar sembríos. Todo se mostraba ante nuestros ojos como elementos conjugados sabiamente y a la vez muy sorprendentes. Eran paisajes todos diferentes y reconocibles en sus cambios, en sus colores. La costa, según íbamos subiendo, iba cambiando. Una flor por acá, una árbol alto por allá, un sol reluciente arriba y el río tímido acompañando el trayecto de nuestro vehículo. Mi memoria me traía imágenes de la niñez que intentaba describir con detalle todo cuanto podía, historias de travesuras, de fotografías que antes había visto, de recuerdos borrosos "como en un sueño", de lluvias y eucaliptos que pronto ella conocería y también recordaría su niñez. Era muy agradable pensar en que nuestros mundos se encontrarían, mi pasado se mostraría con geografía ante sus ojos y sus recuerdos me ilustrarían variaciones del paisaje que veríamos en pocas horas, según lo planeado. Todo sería nuevo a pesar de que ya había estado allá en muchas oportunidades.
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