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22.9.10

ILD

Dibujo sobre el cielo estrellado suaves formas curvas, quizás una sonrisa por extrañar, quizás unos brazos incasables de abrazar.

Camino mirando al suelo y espero a que los buses en el subterráneo lleguen a la hora indicada. Hay mucha gente, muchísima para mi acostumbrada soledad y sus acompañantes cavilar y pensamiento, todas ellas caminan cada quien en dirección a su meta o a donde quieran llegar así sea ningún lugar conocido, sólo miro al piso y soy sincero: Tengo la necesidad de verte. Pronuncio las palabras y me doy cuenta que estoy viendo el panel de llegadas. Pronto escucho el freno del bus y pienso en encontrarte con la mirada antes que tu lo hagas. No lo consigo. No llegas aún.

Camino unos cuantos pasos en todo el pasillo y regreso a donde te estaba esperando, giro y encuentro tu mirada entre el caminar de la multitud a tu alrededor, tu mirada familiar, tu sonrisa singular que no sólo termina en los bordes de tus labios sino que ilumina tu rostro. Ese gesto familiar que continúa haciéndome sentir que estoy en casa y puedo ser quien soy sin temor a errar. Aquel gesto que me dijo que tenía la decisión correcta para sugerirte compartir conmigo parte de tu tiempo en conocer nuestro mundo el uno al otro. Aquel gesto que conocí cuando mis convicciones cambiaron y decidí que nuestra relación tendría que ser cada día un aprendizaje. Aquel gesto que me regalas cada cierto tiempo para alimentar nuestro afecto. Aquel gesto que encontré ese día y todos los días que compartimos sonrisas. Aquella sonrisa que me recibió el abrazo ese día en el subterráneo.

Muchas veces en mi melancolía, sueño en poder construir futuros en los cuales pueda protegerte. Lo sé, yo no he de construirlos solo, hemos de construirlo los dos. Y pienso que me gusta esa idea más que la primera. Por tu buen gusto, porque gustas de la misma tonalidad de rojos y sepias, porque las formas ondulantes también son tus favoritas y porque prefieres la luz en momentos en los que el ánimo lo precisa. Tal vez así sea como se construyen los sueños, con emociones, con ilusiones, con deseos y con pequeños deslices de formas y figuras obtenidas de nuestra imaginación de aquel mundo donde somos realmente nosotros.

El tiempo cuando estaba solo, antes, era un momento de introspección que me llevaba a subjetivizar mi perspectiva de todo cuanto consideraba abstracto, incluso el amor. El tiempo cuando estoy solo, ahora, es un momento de introspección que me lleva a observar que no sólo existe mi perspectiva de lo que me rodea sino que también hay otros entes en el entorno que me pueden dar más información de lo real que puede ser lo abstracto, uno de aquellos entes eres tú, y me siento privilegiado, pues tus perspectivas son ajenas a las mías, son interesantes y me enseñan a ponerle color y texturas, a mi mundo monocromático y lozano, incluso en el amor. Gracias por este regalo. Gracias por tus opiniones.

El futuro ¿falta mucho para llegar allá? Quizás. Es parte de nuestro sueño llegar. Espero y oro por llegar pronto, pero aún falta un poco más. Nos vemos pronto, amor. Muy pronto.

19.9.10

Cartas

Hace poco tuve la oportunidad de rebuscar en el ático algunas cartas que dejé de escribir por múltiples motivos. Amarillas, raídas por el tiempo, con olor a naftalina, otras con la tinta ininteligible y algunas más escritas a lápiz; unas cuantas en papel blanco, en ese entonces claro está, y otras en papel rayado y cuadriculado. Y en vez de deshacerme de aquellas misivas inconclusas, me propuse leerlas y comprender el contexto en el que las estuve escribiendo. Encontré algunas fotos también, de cuando era joven, mis manos arrugadas apretaron el papel fotográfico con los temblores incontrolables que mi cerebro produce. Entonces fue cuando recordé poco a poco cada evento.


Recuerdo cuando tenía diez, era pequeño tanto como lo soy ahora, tal vez un poco menos, la vitalidad de ese entonces la llevaba en mis piernas que estaban dispuestas a caminar por tanto lugar donde fuera posible por querer descubrir secretos por entender cómo funciona el mundo en el correr del río en la caída de una roca por una pendiente o en el ponerme de pie y verificar si podía alcanzar el cielo con mis manos (me parecía tocar el celeste del cielo con certeza de saber que iba creciendo cada vez más). Todo a mi al rededor tenía muchos colores hasta que llegaba la tarde que tornaba en naranja el ambiente debido al ocaso, luego la noche también tenía sus colores sobretodo cuando llegábamos corriendo a los columpios a jugar. Todavía no escribía nada, pero esa foto, de mi jugando en el parque, la puse junto a una carta que le escribí a mi primera novia.


Ella tenía catorce y yo trece, nos conocimos en la bodega de la esquina, yo regresaba de jugar fútbol con mi pelota de paños pentagonales blancos y negros y entré a comprar helado a la tienda, me acerqué al señor que atendía y ella estaba cogiendo su vuelto y llevaba en un bolsa blanca el encargo de su madre: dos bolsas de fideos tallarines. La miré con la boca abierta, ella sonrió, me sentí pequeño (lo era, unos centímetros menos que ella). Se percató de mis piernas empolvadas por el juego y sacó de su bolsa blanca un monedero donde guardó el vuelto que acababa de recibir, me sonrió de nuevo, esta vez me sentí grande con su sonrisa y se alejando dejando volar sus cabellos lacios en el aire. Cerré la boca, me percaté que el señor de la bodega quería dormir pronto y estaba de mal humor, le pedí el helado de vainilla, mi favorito, que costaba cincuenta céntimos y me fui pateando mi pelota de paños pentagonales blancos y negros, pero esta vez con un ritmo más vivaz. La volvía a encontrar a los dos días de nuestro primer encuentro. ahí fue cuando supe cómo se llamaba: Arantza. Cada letra de su nombre retumbaba en mi cabeza, "se llama Arantza" me decía cada 3 minutos, mientras caminaba. Nos encontramos en el parque ella salió a jugar con sus amigas con una pelota de vóley que su madre, una señora delgada y con un peinado muy alto que la había parecer aún mas alta y delgada, le había comprado. Mi amigo Ramiro conocía a una de sus amigas y me dijo que sería divertido quitarles la pelota por un momento sólo para molestarles, yo asentí. Ramiro se acercó y les pidió jugar también y su amiga le miró con extrañeza, lo pensó 4 segundos y dijo "ya, pero si pierdes te vas". Ramiro sonrió malévolo y me miró indicándome con su mano que a la primera que tenía la pelota me la pasaría y yo tendría que salir corriendo. Yo, levanté mi dedo pulgar para corroborar el plan. Y así lo hicimos, tal y como lo habíamos planeado. Ese día corrí como nunca antes y me percaté de su nombre cuando una de las chicas le llamó para avisarle que me empujara para recuperar su pelota. Y así lo hizo, felizmente yo tambaleé y pude recuperar el equilibrio pues no me empujó con mucha fuerza, siempre delicada y con sus cabellos lacios que me hacían perder la noción del tiempo. Antes de recuperar el equilibrio total me senté en el pasto del parque para descansar calculando el tiempo en que se demorarían en llegar para quitarme la pelota aunque demoré en reaccionar alguien atrás de mi, alguien a quien no había visto se avalanzó y me quitó el esférico y las chicas que me perseguían llegaron para darme manotazos suaves como para amedrentar, aunque sabiendo que les había agradado correr un poco y el hecho de perseguirnos. Arantza me veía de lejos, entre manotazos le sonreí y me escapé de la furía de la lider que me había quitado el balón y venía para cobrar su venganza. Luego en el camino, repetí su nombre unas veinte veces hasta que llegué a casa y reconocí que estaba enamorado. Subí corriendo a mi recámara y miré por la ventana si pasaba por mi calle, mientras en mi escritorio había sacado una hoja de papel para escribirle una carta.


Hola Arantza (me tomé mucho tiempo para escribir su nombre, me gustó como quedaron las a en medio de esas letras tan verticales). Me llamo Javier. Te regalo el objeto que mas valoro porque me la tomó mi papá que se fue de viaje. Para que recuerdes este día como el primer día en que jugamos juntos. (Puse mi firma y luego la fecha) 23/09/1956.


No pasó por la calle, no la vi nunca mas en el barrio. Me dijeron que su mamá había conseguido un trabajo mejor y se fueron tan pronto como llegaron. No supe su apellido, no supe a donde fue. Hasta ahora conservo esta carta que nunca entregué así como el recuerdo vivo de sus cabellos lacios recogidos por el aire.


Revisé otra carta. Encontré una con un lazo verde. Mi memoria me llevó a cuando tenía 20 años y ya estaba en la universidad, vistiendo mis mejores galas para entrar a clase de Filosofía que llevábamos con las chicas de Sociología, nunca entendí porqué aquel día tenía unas ganas de atender a clase, debió ser por Fabiana. Bella dama de cabello corto y recogido por una cinta que le daba mucha seriedad a su apariencia recatada pues vestía sencilla y con colores enteros y sin muchos artilugios. Le dije a Ramiro que me gustaba aquella dama, el me dijo: Javier, creo que recién estas madurando muchacho. Adelante es muy bonita y creo que podrán ser amigos. Reí y me acerqué a Fabiana. Le invité a tomar helado después de clases. Ella aceptó y me dijo que le gustaba el de vainilla, yo le dije que también era mi favorito. Conversamos durante mucho tiempo después de haber terminado los helados. Luego, en mi afán de establecer hitos en el tiempo para que las historias perduren le entregué una tarjeta que tenía preparado siempre en el compartimento de mi cartapacio donde llevaba mis apuntes de mi curso. Ella sonrió y me alagó por mi letra elegante y luego sacó un lápiz y en una hoja escribió: Hoy conocí a Javier Salinas, me contó de su padre, un viajero sin destino y de su madre una trabajadora incesante. Me alegra haberla conocido en este momento en el que me siento tan sola lejos de casa. Lo aprecio mucho. Fabiana Linares. Sacó un lazo pequeño parecía de la misma tela que sujetaba su cabello y envolvió el papel como un rollo antiguo. Luego hizo un nudo sencillo y sin muchos artilugios, como ella vestía y como se mostró en la conversación. Tres años después nos casamos.


Escribí un libro sobre la Historia de la Literatura en el Perú. Empecé con mi autor preferido, Ricardo Palma, aún conservo los manuscritos de aquel libro del cual mucho me hablaron mis amigos que dejé en el camino de la vida por motivos que no resumirían en tres líneas. Algunas frases que escribí para Fabiana por nuestros aniversario, aún se destiñen en este baúl. Y creo que tendré mucho por escribir, para ella. Y para nuestros hijos que ahora están de en el extranjero estudiando sus posgrados cada cual. Luis, Ricardo y Arantza Sofía, la menor. 

16.9.10

SMS

5:00 pm

Camino por Paseo Colón un poco distraído aunque siempre vigilante por si algo extraño sucede, algo realmente extraño. Subo a la combi que me traerá a casa y me siento un poco más seguro, entiendo y asumo que es un día tranquilo para muchos transeúntes por su rostro alegre y con brillo del sol reflejado y conjeturo dos posibilidades: O yo estoy feliz y todo me parece de colores vivos a mi alrededor, o todos están felices y me hace sentir que puedo estar feliz yo también. No sé. Cualquiera de las dos posibilidades me hizo evocar a mi memoria que pronto llegaría un día esperado, un protocolo social adquirido por las creencias adolescentes de mi entorno y correspondido con algunas actitudes de la persona a quien quiero. Sonrío y pienso en escribirle. Tal vez explicarle porque a veces me quedo pensando deseoso que las redes neuronales se mantengan activas en impulsos cuya frecuencia se mantenga al ritmo más rápido posible. Veo a las personas subir tan felices como yo, o yo como ellas, algunas buscan un asiento libre en el vehículo, a unos pasos de la puerta el cobrador llama con la voz ronca a tantas personas se acerquen a él o le presten atención, las llama, las alaga, les insulta, hace chistes y también escrutinio de algunas damas que bien arregladas y dispuestas a llamar la atención pasean por la calle. En eso una señorita, al parecer saliendo de su trabajo por su cartera grande y el recipiente que pudiera contener su comida del día en los brazos, sube y ubica el único asiento libre que queda. Junto a mi.

5:30 pm

Ya cerca a la Av. Nicolás Ayllón suena un celular. Echo un vistazo por la ventana, desviando mi mirada del libro que leo, y luego continúo recordando fugazmente el destino de mi celular. Ella, la chica que subió al último, busca en su bolso grande su celular y lo revisa. Percibo que le ha llegado un mensaje de texto y que naturalmente ella decide leerlo.

Te amo, te amo, te amo y ...

Un poco predecible el mensaje, pienso para mi describiendo en mi pensamiento la avidez con que revisó el móvil y luego sus ojos cambiaron de tonalidad. Supuse que serían buenas noticias para ella. Incluso luego de leer el mensaje junto su celular a su pecho y se quedó pensando, luego digitó rápidamente según el menú que aparecía en la pantalla buscando el cuadro de diálogo para responder el mensaje que le envió. Esperé, en mis ansias chismosas, que me preguntara cuál sería una mejor respuesta, pero las reprimí y continué leyendo mi libro que por cierto trataba de Nabokov y sobre el contexto, tal vez las vivencias, que le permitieron escribir Lolita, aún así puse en stand by mi curiosidad por lo que ocurriría con la respuesta de aquel mensaje ajeno que leí de a pocos entre reojos y sonrisas medias de descubrir historias ajenas. La chica seguí escribiendo su respuesta, y siguió escribiendo por largo rato...

No necesito que soluciones mis problemas por mi, yo puedo defenderme sola...

Entendí entonces que la felicidad aparente con la que ingresó al vehículo sólo fue una distorsión que recaía en mi percepción. No quise saber más, aunque continué especulando. Concluí dos cosas: 1) No sabes con cuántos  chismoso te podrías encontrar en la calle, o en el carro (Me percaté que no sólo yo estaba atento a la respuesta del mensaje sino también el otro pasajero que estaba de pie aferrado al pasamanos.). 2) Si vas a elegir una pareja, conócela. Antes que tengas que recibir mensajes incómodos, no vaya a ser que luego te encuentres en un embrollo en el que tus emociones te traicionen.

Hamuy, quiero aprender...

El Pachachaca se veía grande, turbulento, un mensajero de gran ímpetu que avanzaba conforme a su ritmo y gallardía sobre las faldas de la Quebrada Honda. Recogí la maleta de colgaba en mi lado izquierdo desde mi hombro derecho y abrí el cierre, saqué con mucho cuidado mi cámara fotográfica y encuadré el río que se desliza por el camino trazado miles de años atrás y el puente que lo escolta. Luego... recordé.

Ernesto, es un joven que José conoció en su imaginación, o tal vez en un viaje a Abancay. No lo sé. Tal vez llega a ser el mismo en un reflejo de lo que le hubiera gustado ser. Lo seguro es que José estuvo donde estuvo Ernesto. conoció la cultura donde Ernesto se desenvolvió y simplemente (o aún más complejo) decidió contrastar aquello dos mundos que conoció: el primero, con frases construidas en primera persona, con vestidos y creencias abiertas a aprender y con una alegría prestada que se albergaba en la costa; el segundo, con frases trabadas y llenas de misticismo, con vestidos y creencias sometidas a la imposibilidad cognitiva de ser contrapuestas a otra realidad y con una tristeza a cuestas pero en el fondo con emociones más intensas, incluso la alegría.

Conocer Abancay, a través de letras, es un paseo por los límites de mi imaginación. Me hubiera gustado estar en Abancay, mientras leía Los ríos profundos, aún más ir por los lugares que describe José, empezando en el Cuzco. Escuchar las campanas de La Compañia, de La María Angola, caminar por aquellos pasajes con paredes de piedras que daban la impresión de moverse, de estar en movimiento a pesar de estar inertes. El mundo desde la perpectiva de Ernesto se convierte en un paisaje de sensibilidad ante la realidad, de melancolía afirmada en el dolor de sus compañeros de espacio, a pesar de ser foráneo tenía mucha identificación con el pueblo donde conocía personas que le agradaban y que odiaba con todas sus fuerzas, enamorándose de las chicas tímidas y deteniendo el tiempo para escuchar el cantar del zumbayllu con sus ojos oscuros que se parecían a los de Salvinia, tal vez por respeto a su amigo no se enamoró de ella, aún así la protegía. Aprendí mucho y contuve mis piernas para no llegar a visitar algunos registros de la existencia de José. Aquel joven impetuoso que lucha por la igualdad, por una sociedad con sentido de respeto y responsabilidad, me identifiqué con él mientras leía su biografía, hasta que llegué al penúltimo párrafo. Tal vez la necesidad de cambiar el mundo en un chasquido y la negación de sus defendidos a querer cambiar lo llevar a entrar en angustia. Fue cuando supe que quiso mucho cambiar a bien su sociedad y logró solucionar aquella interrogante grande de por qué no quieren cambiar, si, lo logró. Escribió y hasta ahora vive. ¿Estaremos dispuestos a atender lo que quería comunicar?

7.9.10

Introspecciones fugaces

Es agradable tener poco tiempo para escribir pues escribes lo primero que te dicta el pensamiento y no hay tiempo para retractarse pues la siguiente frase está muy apurada por ser plasmada en papel. Hace tiempo no me ocurría, tal vez vuelva a ocurrir más seguido pues tengo que sustraer tiempo del tiempo que me queda. Echo una sonrisa por la ventana del carro y luego me dispongo a seguir leyendo el libro que tengo entre manos, las frases se quedan pendientes en mi memoria que está a la espera que encuentre un papel cerca para desahoga mis ideas.

El viento me mira
Me arrebata en un sueño
Sé que no es verdad
Aún así duermo

Recientemente, dado los acontecimientos que activar aún más mi paranoia y debido a mis inquietudes por salvaguardar mi identidad me encuentro muchas veces alerta en las calles de Lima por las que transito casi a diario. Las personas con las que me cruzo son potenciales personajes dignos de mi desconfianza hasta que se demuestre lo contrario, siendo esto posible, he encontrado que soy superficial. Mi desconfianza se centra más en seres de vestimentas grises que combinan perfectamente con algunas paredes de casonas abandonadas, no es así con personas que visten de saco y corbata o de señoritas que poseen rasgos de inocencia y fragilidad. Eso me hace superficial. Es entonces cuando me concentro en escudriñar miradas, un acto muchas veces considerado como un reto y por lo mismo una potencial declaración de guerra a aquellas personalidades afines a delinquir, así que mi mirada acuciosa (e imposible de esconder tras mis cejas) se vuelve una mirada sutil (sin serla) y veloz (aunque escudriñadora en la medida de lo posible).

Las luces me acompañan en mi caminar
El ruido de la ciudad se aleja
El cielo se transforma en columnas de algodón naraja
El tiempo corre más rápido

He encontrado miradas de desdés, miradas egoistas, miradas de reclamo, miradas sin necesidad de mirar, miradas de angustia, miradas impenetrables e imperativas, todas albergadas en rostros de singulares arrugas y algunas cicatrices a la vista. Mi pulso se incrementaba pues revivía actos recientes, aún así mi curiosidad me llevaba a investigar de quien se trataba y consentir en una conclusión: son miradas que cuentan historias de frustraciones acumuladas, de sueños olvidados pues la realidad se presentó más difícil de lo que se esperaba, aquella realidad que convive en medio de sombras de metales oxidados y ropas grises teñidas por el humo de los carros y el suelo húmedo de las calles. No quise seguir buscando razones, tal vez quise pensar que las había encontrado sabiendo muy en mi fuero interno que cada cual tenía historias singulares y sin par que eran las consecuencias de las decisiones de sus antecesores y las imposibilidades impuestas en su interpretación de sus roles sociales, sólo se repetían muy en fondo de sus pensamientos "eso es lo que me toca vivir, así soy, así moriré". Muy difícil de aceptarlo por parte mía, mi melancolía me hizo olvidar mi rencor y pensar más en el dolor opacado por sus actos y ensombrecidos en su deshonestidad. La imposición de su violencia les hacía creer dueños del mundo y sin querer se encontraban envueltos en su propia mentira. Sentí mucho haber querido escudriñar sus miradas pero necesitaba saber el otro lado de su historia. Algún día cambiara alguna de esas historias. Oro porque ellos puedan cambiar antes que sea demasiado tarde.