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10.8.12

Wlad


"El recuerdo de personas valiosas es difícil de borrar, 
más aún si te enseñaron un poco más sobre el arte de vivir."

***

Un amigo, un compañero de estudios, un ser que proyectaba alegría a pesar de los problemas que pudiera estar experimentando: Wlad. Hace poco fue su cumpleaños, y creo que muchos de quienes llegamos a conocerlo recordaremos su gusto por la música, los chistes y la vida.

Llegó un día a clases, era lunes, creo. Lo resaltante en su rostro era aquel lunar, algo que, me imagino, ya estaba acostumbrado a mostrar y reconocer el asombro en los rostros de sus intelocutores. Éramos adolescentes cuando compartimos salón de clases con él y pronto todos lo llegamos a considerar nuestro amigo. Si no me falla la memoria tanto como creo, nos acompaño por dos años de estudio, hasta que tuvo que regresar a su país en la búsqueda de su sueño, tocar en la Orqueta Sinfónica de Quito. Lo logró.

Recuerdo que ese primer día, llegó con su prótesis de la pierna derecha, pronto nos enteramos sobre su historia. Ese lunar resaltante en su rostro era la razón por la que habrían tenido que amputarle la pierna hacía unos años antes que lo conozcamos. Había sido una situación crítica ya que gustaba mucho del fútbol y de movilizarse a voluntad. Pero al conocerlo supimos que ya había aprendido a lidiar con esa situación y lo compensaba con su buen humor. Se hizo muy amigo a un compañero que llegó de Chile, Daniel. Compartían el gusto por el playstation, en especial por el videojuego de Tony Hawk, del cual ya sabían todos los trucos y cuando digo todos es cierto pues recuerdo que en alguna visita en que los vi jugando me pareció ver un spiderman como skater que volaba por los rieles de equilibrio sobre los edificios, algo que jamás en mi vida pude haber imaginado que era posible en ese juego. En fin, fue en ese momento cuando reconocí que no debía compadecerme de alguien por su condición física. Él tenía el mismo derecho de sentirse parte de nuestro grupo y compartir nuestras mismas actividades sin restricción. Comprendí que mis pensamientos, que evidentemente hasta ese entonces no habían sido confrontados, eran rígidos y cerrados respecto a cómo relacionarme con personas con discapacidad y me incapacitaban en ser inclusivo. Aprendí mucho entonces y Daniel me enseño ello sin siquiera saberlo.

En otro momento del año escolar, en una reunión formal, lo ví salir a la plataforma, también con Daniel a tocar una de las canciones más agradables que ese año escuché. Daniel en el piano y Wlad en el cello empezaron a hilvanar las notas de modo tal que la canción en su sencillez tomó un matiz singular. Era una canción que había escuchado de mi madre y ella de mi abuelo: "Oh Buen Maestro Despierta". Trataba de la historia de los discípulos y Jesús en un barco saliendo de Capernaum que era amenazado por una tormenta. Los discípulos impotentes de luchar contra la naturaleza dieron aviso a su Maestro para que advierta el peliigro inminente. El coro decía:

Los vientos, las ondas oirán Tu voz
¡Haya paz! ¡Haya paz!

 A partir de esta parte las notas iniciaban una escala agradable: 

Calmas las iras del negro mar
Las luchas del alma las hace cesar
Y ahí la barquilla do va el Señor
Hundirse no puede en el mar traidor

Una pausa pequeña, y seguía:  

Do quier se cumpla tu voluntad
¡Haya paz!¡Haya paz!
Tu voz resuena en la inmensidad
¡Paz! ¡Haya paz!

Considero que esa paz de la que hablaba la canción estaba con él. Al conversar, en los pocos diálogos que pude tener, reconocí que no buscaba ya respuestas a todo cuanto le pudo haber sucedido, él la tenía una respuesta mayor: Dios lo guiaba.

Un tiempo después de haber terminado el colegio, cuando regresó a Ecuador y cumplió su sueño. Nos cruzamos por Facebook, pronto establecimos contacto y me comentó que estaba de gira con la Sinfónica. Aún están sus fotos por Europa, con Raúl Di Blasio (uno de sus artistas preferidos, imagino), con sus hermanos (que son muy buenos con la música también), algunas instantáneas de cuando era niño, en su casa, en su escuela, jugando fútbol y abrazando a su seres queridos.

Wlad, un amigo que me enseñó a querer más la vida. Me enseñó a reír de lo ella nos ofrece. Ya está descansando pues no pudo lidiar con las vicisitudes que aquel lunar que nos hacía reconocerlo le trajo. Hace poco fue su cumpleaños, pues aún vive en nuestro recuerdo. Y si llegara a reunirne con él en un futuro, me encatará recordar algunos chistes que compartimos en el salón de clases y escuchar nuevamente ese cello.