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6.11.10

Luciérnagas en un crepúsculo de vainilla (IV)

Porque tendría miles de abrazos de aquellos bichos luminosos e intentarían anseñarme como bailar...

El silencio no es tan malo, miro a mis manos y me siento triste porque los espacios entre mis dedos están justo donde los tuyos encajan perfectamente...

Ayer nos encontramos por sólo unos minutos. Tal vez necesitábamos estar más tiempo pero las responsabilidades se hicieron tangibles y tuvimos, cada cual, que seguir en nuestros quehaceres.

***
La mañana se mostró tímida, el sol seguía su rumbo y todo cuanto tenía que esperarse no llegó. Era el último día de nuestro los recuerdos se dibujaban como si hubieran quedado mucho tiempo por aquella ciudad. Los planes se habían llevado con aparente normalidad: el viaje de llegada unos horas un poco más tarde de lo planeado, la visita de comunidades el día siguiente, paseos por el centro de la ciudad en la noche, visita a centros turísticos al día siguiente y las comidas grupales de camaradería. Este último día era el viaje de regreso, todo debería salir como estuvo planeado.

Le planteé a G ir a comprar artesanías, conocer un poco más de la ciudad y tal vez comer algo que todavía no habíamos probado. Fuimos a desayunar, tomamos leche de vaca. Luego preguntamos por algunos productos lácteos y su precio. Después, fuimos a observar algunas artesanías en el centro de la ciudad. Tal vez comprar algunos recuerdos para amigos de Lima o simplemente para planear comprar algo en una futura visita. Vimos mantos, cerámicas con forma de casas, personajes, máscaras, también llaveros, lapiceros, pisapapeles con motivos andinos, entre otros objetos muy particulares. Mientras observábamos los recuerdos, recibí una llamada comunicándonos que los pasajes ya estaban siendo comprados por un grupo de amigos que viajaron también con nosotros. El carro saldría a la una de la tarde. Al regresar al lugar donde nos hospedábamos estaba dando Finding Nemo y descansamos un momento hasta que sea hora de partir.

Al llegar al terminal terrestre, recordé sus ventanas amplias y el terreno circundante. Llegamos a tiempo para subir al bus y acomodar nuestras maletas y esperar que el carro llegue a buen tiempo a Lima. Dejábamos atrás un lugar muy agradable y teníamos por delante un viaje de siete horas aproximadamente para disfrutar del paisaje y dormir. Observar el río Mantaro en su compañía por ciertas partes del viaje y de los cerros algunos muy poblados de árboles, otros con el peso de los minerales en sus lomos raídos y grises. Algunas lagunas extensas y quietas, otras secándose y ahogándose en su propio caudal. Cumbres blancas a lo lejos y rocas imponentes y cercanas. El viaje se hizo menos pesado debido a una película y conversaciones personales, tanto como bromas entre los viajantes. Nos dimos cuenta que ya estábamos cerca a Lima por la presencia de los túneles, pueblos pequeños y con luces amarillas al borde de la carretera zigzagueante en los cerros y por el sol decreciente en el horizonte que nos anunciaba que las siete horas aproximadas se iban a ser un poco más largas. Recordé algunos años atrás cuando me tocó pasar por ese camino por muchos motivos, el primero fue cuando era aún muy pequeño y las sombras me avisaban que el viaje largo iba a terminar en un lugar muy campestre. Fue hace viente años aproximadamente. Ahora, los motivos eran otros y siempre, en todas las oportunidades me quedaba absorto viendo el horizonte y el sol ocultarse, muriendo en su ocaso hasta el día siguiente resucitar por el lado opuesto del paisaje, ya estando yo em Lima.

Llegamos de noche y decidimos culminar el viaje con una cena en grupo con todos nuestros compañeros de viaje. Apreciamos mucho el valor del apoyo a la comunidad y también de las bromas de camaradería y de las visitas tanto como del clima. Tal vez, inconscientemente, me estaría prometiendo regresar. Quizás viajando en luciérnagas sobre un crepúsculo de vainilla.

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