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El sol solía vivir sonriendo; la luna, no. A veces, feliz sin nubes, a veces, triste, a veces radiante en verano, a veces tímida en invierno. El humor no era tan estable junto a ella, tan sólo era ella, en los días que gustaba ser luna y en los días que gustaba no mirar a la tierra.
El sol solía cuidar de la vida de los habitantes de los planetas; a la luna sólo le importaba la Tierra, cuando estaban dispuestos a admirarla, cuando le cantaban contándole de amores distantes, cuando era testigo de secretos, escapes, comedias y tragedias, cuando los habitantes de la Tierra se refugiaban a su reflejo.
El sol solía regalar su calor en verano; la luna quería brillar todas las noches, no podía, lloraba cuando estaba de espaldas a la Tierra, y reía las veces que estaba de frente. El momento difícil era cuando estaba de lado, no sabía que hacer para mirar de frente. A veces lo lograba pero ya era hora de amanecer. A veces se quedaba mirando de frente durante el día, algunos la notaban, otros olvidaban que conversaron con ella, que la conocían siquiera.
El sol solía regalar su abrigo en invierno; la luna quería que la conocieran de verdad, no podía, sabía que llegaría el día de ser la protagonista de las noches más frías en las ciudades frías, años atrás le habían tomado muchas fotografías, cuando dejaba ver sus mares, lunares, sombras. Intentaba regalar calor, daba luz, intentaba cobijar a los habitantes, daba silencio, intentaba alegrar a los románticos...
El sol solía dormir temprano; la luna, como llegaba tarde, le gustaba irse tarde también. No avisaba cuando iba a llegar, nadie sabía cuándo se iba a ir. No quería faltar, ni sobrar en ninguna reunión, así que antes de tomar una decisión, la voluntad primaba sobre el deber.
El sol solía soñar en naranja, violeta y rojo; la luna soñaba con cohetes, romances y viajes. Recordaba las historias que se inspiraban los escritores a su luz, que no era su luz sino sólo el reflejo del sol en su irregular piel. Soñaba también con auroras boreales y australes, cuentos al calor de las fogatas en medio de los bosques.
El sol solía dar su luz hasta de noche; la luna se aprovechaba de ello y paseaba por el otro lado del mundo mostrando a los noctámbulos que ella también tenía su belleza, sus mares, lunares y sombras. Gustaba ir de paseo por lugares emblemáticos, colocarse atrás de Las Pirámides, Abu Simbel, Taj Majal, Petra, La Meca, Jerusalem y todo tipo de templos.
El sol solía ser lo que pensaba ser; la luna era lo que quería ser. Cada vez que se cruzaban en firmamento, el sol le sonreía de lejos, ella le respondía con una mirada y no se decían nada.
Un día, como siempre llega "el día" en los cuentos, el no le sonrió, ella no le miró y desde entonces, no se hablaron jamás, a pesar de que el sol dependía de ella para dar su luz al otro lado del mundo y la luna dependía del sol para ser admirada cuando ya la luz se había ido.
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