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26.6.11

Mis cicatrices


Hacerme daño no es tan inusual como suele ser en otras personas. Podría ser un equivalente a los resultados del tanathos del psicoanálisis. No es algo que yo necesite hacer pero que acontece al fin al cabo por razones que, al parecer, no puedo controlar (y que algunas veces busco, aunque suene paradójico). Hace poco ocurrió y mi herida ya está cicatrizando, incluso en ese estado y de una forma distraída he logrado sacarme la costra que tenía mi herida sólo con el afán de no seguir sintiendo esa incomodidad que sugiere. No recuerdo con exactitud cuando fue que me hice la primera cicatriz, no recuerdo siquiera cual fué, pero recuerdo cómo se hicieron las más grandes o las más impresionantes (felizmente no están tan a la vista), qué ocurrió entonces y cómo logré esperar que las heridas dejen de ser heridas y se hagan señales en mi piel de circunstancias que nadie hubiera deseado vivir pero que al suceder me enseñaron a no volver a repetirlas.

Tenía seis años y me encantaba coleccionar figuras de los Tortuninjas, era un tortumaníaco, recuerdo que en una oportunidad mi madre, que tenía una destreza única con el crochet me hizo una especie de gafas de las cuales los tortuninjas se diferenciaban y podía identificar quién era Miguel Angelo o Donatello por el color de aquellas gafas que usaban. Me hizo unas gafas rojas, pues quería ser Rafael, el único cuyo nombre no terminaba en "o" y en algunos episodios salía como el lider del clan, usaba lo que llamaba en ese entonces "trinches" pero que en realidad se llamaban Sai. Emulando su destreza con su arma predilecta tomé prestados los palillos de tejer de mi mamá y empecé mi entrenamiento mientras iba venciendo a los secuaces de Destructor en el medio de mi sala. Entonces fue cuando la primera cicatriz que recuerdo me la hice yo mismo, uno de aquellas armas que tenía se clavó en mi nariz en un desequilibrio que tuve tratando de esquivar un golpe de un secuaz de Destructor. Como es natural empecé a gritar por lo que había pasado y la sangre que empezó a fluir me manchó el polo y las manos quitando el palillo de tejer de mi rostro. Mi madre llegó en seguida a auxiliarme y me puso un ungüento para que cicatrice rápido. Felizmente el ungüento hizo su labor rápidamente y la cicatriz que tengo es pequeña en comparación a lo que hubiera quedado si no se actuaba rápidamente.


A los nueve años jugaba en el parque con unos amigos. Empezamos a jugar basquet, un deporte en el cual sacaba un poco de ventaja por mi talla. El problema inicial fue que no llevaba puesto la ropa deportiva para jugar. Llevaba lo entonces un cargopant que no era otra cosa que unos pantalones con bolsillos a los lados que en ese entonces estaban de moda, un polo blanco y una capucha con mangas largas. No había tenido antes problemas para jugar así, sino hasta ese día que un grupo de muchachos de nuestra edad también decidieron retarnos a un juego. Como éramos pocos solíamos jugar utilizando un sólo tablero del campo, sin embargo ya siendo más personas en el juego y con el reto en cuestión, decidimos jugar en toda el área del campo de juego. El juego de ellos era diferente al que estábamos acostumbrados y empezaron ganando. Sin embargo, decidimos hacerle frente y poner lo mejor de nosotros para ganar. Y pudimos empatarles el juego. Fue cuando el partido se puso más dificil de llevar y algunos empujones daban la ventaja para el que estaba marcando. En una de aquellas jugadas, me acerqué para marcar a un jugador del equipo contrario que era un poco más alto que yo. Nos empujamos un poco y para impedir que lanzara salte tan alto como pude, logré tocar el balón y desviarlo para que un jugador de mi equipo avance con la ofensiva, pero el esfuerzo que había hecho al dar el pase me impidió caer de pie sino de lado y para evitar una caída estrepitosa decidí poner mi rodilla de soporte para caer sin hacerme daño. Pero quien sufrió mas en la caida fue mi cargopant que quedó rasgado en la parte de mi rodilla y tuve un rasguño grande que curó en un semana. La cicatriz todavía se encuentra en mi rodilla y me hace querer ir al campo de basquet a jugar al menos un partido.


A los once años estuvimos jugando matagente en el mismo campo donde me hice la herida de basquet mientras mis padres jugaban voley al lado. La niña dueña de la pelota tuvo que irse así que nos quedamos sin pelota para seguir jugando y así teníamos que inventar otro juego. Empezamos con las chapadas. Alguien las llevaba y tenía que tocar a otro para que las lleve, todos no escapabamos del que las llevaba, nunca entendí qué se llevaba pero si que debía escaparme de aquella persona para que no me toque. Alguna vez me toco llevarlas a mi y también atrapaba a alguien para que las lleve en vez de mi. Lamentablemente cuando el juego se hace largo siempre se intenta poner algunos artilugios para no hacerlo más aburrido y escribo lamentablemente pues empezamos a jugar con terrones de tierra y en algunos casos confundiamos terrones con piedras cubiertas de tierra. Fue así que una de esas piedras llegó a dar en mi cabeza y sentí que ésta se dividía en tres y volvía a unirse en una. Luego la sangre entre mi cabello y la alarma de las personas alrededor. Mis padres me llevaron al centro médico más cercano y ahí me prepararon para la sutura de mi herida. Fueron 4 puntos en mi cabeza con anestesia y aquella pequeña aguja curva que mantuvo mi herida cerrada después de haber pasado. Durante dos semanas estuve con gaza sobre la herida y una venda que cubría mi cabeza como si fuera un turbante. Me quutaron los puntos a la primera semana y a la segunda esperar que se cicatrice. Aún puedo tocar mi cicatriz, ahora ya más pequeña, aún así única y me hace recordar que para todo juego hay reglas y hay que respetarlas, incluso si se trata del juego de la vida.


Las cicatricez están ahí para remembrar nuestras victorias o pérdidas. Hay diferentes formas de enfrentar las heridas, esperar a que cicatricen sin acelerar con algún insumo el proceso, acelerarlo con alcohol si la herida es pequeña o con un ungüento si es un poco más grande o con suturas si es grande, o seguir abriéndola en un afán de no querer sanar o sobrellevar el dolor. 

Existen otras heridas, las emocionales, las que he visto en muchas oportunidades no estamos listos para cerrarlas, por miedo, por ignorancia, por conformismo. Las heridas emocionales toman más tiempo en cerrar que las físicas, pero sé que las cicatrices emocionales nos harán recordar qué no debemos volver a hacer, si seguimos abriendo las heridas, nunca sanaremos, nunca superaremos el dolor. Creo que es una buena iniciativa empezar a cerrar las heridas y aceptar que las cicatrices son lecciones que pudimos haberlas aprendido antes, pero aún así no olvidaremos.

20.6.11

Aprendendiendo de quienes quieren aprender

Creo que el hecho de intentar descubrir el universo detrás del mundo que tengo como propio me ha permitido reconocer que me falta mucho por aprender y descubrir, algo que suelo olvidar seguido debido a mi interés por generalizar las circunstancias y convertirlas en extrapolables en otras más es que tengo que estar atento en todo momento para nuevos aprendizajes. Felizmente todavía tengo el privilegio de conservar mis sentidos responsables de una comunicación efectiva con el medio que me rodea y con las personas que conozco por primera vez. Lo siguiente sucedió hace poco y me ayudó a descubrir una dimensión del ser humano a detalle. Aún sé que no lo es todo, pero creo que tengo un buen comienzo.

Mi labor como profesional en psicología se realiza extraoficialmente en las actividades cotidianas que tengo que seguir mientras no estoy en el consultorio. G, quien también tiene la misma profesión me comparte sus experiencias en el área educativa haciéndome remembrar mi experiencia hace algunos años en un colegio. Claro está, el colegio donde ella ahora está tiene sus particularidades y eso enriquece sus y mis conocimientos respecto a la labor que nos corresponderá realizar, ya sea en un centro educativo, centro de salud, organización o empresa, actividad forense o comunidad rural y urbana.

G me pidió que le lleve un video que tenga el mensaje de las consecuencias del divorcio sobre los niños para un taller que llevaría a cabo en la tarde y aproveché la mañana para tener el video listo y visitarle por la tarde al colegio. Durante la mañana tuve lidiar con algunos imperfectos de mi computadora, una diligencia a la cual llegué tarde, aún así pude conseguir el video para llevarlo a tiempo en la tarde. G, me esperaba y pude llegar unos minutos antes que nos permitieron acordar la estructura del taller. Nos acercamos al recinto donde se realizaría el taller y me percaté que era un salón de primaria, por lo tanto las sillas eran pequeñas, al parecer se puede entender como un detalle mínimo de no ser porque tengo la costumbre de jugar con las sillas haciendo equilibrio. Estaba en calidad de apoyo, por lo tanto pensaba que mi labor cómo psicólogo aún no iba a ser requerida dado que G ya estaba cumpliendo este rol y mi manía de equilibrar la silla la podría realizar de no ser por su tamaño, decidí entonces mantenerme tranquilo y escuchar.

Empezó el taller y la totalidad de padres asistentes eran, en efecto, las madres de familia pues los padres, nos refirieron, trabajaban hasta tarde. Al tocar el tema algunas de las espectadoras, me pareció, empezaron a recordar experiencias suyas pues el video representaba las discusiones de pareja y las emociones que intervienen durante y después de aquellas. Al entablar conversación con ellas, empezaron a dar recomendaciones empíricas para mejorar la relación y así prevenir que las discusiones se agraven más, al oírles reconocí que en ella un claro indicador de que la necesidad de cambio es inherente a sus expectativas para el desarrollo armonioso de la relación de pareja. “Venimos de culturas diferentes, decían, por lo tanto debemos aprender a comprendernos”. Empezaron a expresar parte de lo que les sucedió, las discusiones no faltaron en muchos casos, luego como pareja tuvieron que reconocer que tenían que pedir ayuda y la solicitaron. Algunas parejas superaron la dificultad y se comprometieron con mejorar, otras estaban en proceso de separación dado que el intento había sido infructuoso, por lo tanto el tema que conversábamos era un aliciente para prevenir lo que pudiera acontecer con las emociones propias y las de sus pequeños.

Entre los comentarios encontré sumo interés a las creencias que cada madre aportaba a la conversación. Como baluarte esencial de nuestro profesión hemos aprendido que debemos aceptar a la persona tal y como es, así llegué a entender que ese bagaje de creencias que representaban su opinión estaba cargado en gran manera de las creencias de sus padres y estos a su vez de sus padres que les enseñaron cuando eran niños o cuando algunos problemas ocurrían cerca de la familia, por lo tanto entendí que la familia no sólo es portadora de soporte emocional y económico, sino también es portadora de creencias, frases marcadas en las mentes de sus miembros como un modelo a seguir. “Los varones trabajan, la mujeres se quedan en la casa”, “La mayoría de los varones tienen a ser infieles”, “No me deja trabajar y me pregunta ¿Qué te falta? Tienes todo, no hay necesidad de que trabajes y yo necesito sentirme útil” eran algunas frases que al ser contrastadas con la realidad en la que ellos se desenvuelven es verificable y hasta generalizable. Por lo tanto, cabía especial necesidad de aclarar algunas creencias, no todas pues el tiempo no hubiera sido suficiente sino sólo las más importantes. G con paciencia e interés de ayudarles, explicó cómo podrían proceder para no sólo entenderse sino también hacer frente a los problemas que puedan acontecer cuando la familia política desee dar su opinión respecto a la pareja y sus decisiones. Las conclusiones fueron prometedoras y el objetivo del taller fue conseguido, además que de una forma indirecta aprendí que no dejo de ser profesional cuando estoy cumpliendo otro rol y que puedo estar atento para aprender de personas que tienen la necesidad de cambio inherente a su actitud para tener una sociedad y una familia mejor.

13.6.11

Ápice de esperanza

Esta historia comienza en un día soleado, como los pocos que hay ahora durante la estación. Ocurrió un día después de enterarnos que tendríamos un presidente de izquierda elegido democráticamente y que con dificultad la bolsa de valores se recuperaba de la noticia. Fui a la universidad para pedir prestado un documento que me urgía utilizar en mi labor profesional y de paso observar algunos cambios que pudieron acontecer después de mi despedida de las aulas hace unos meses. En aquella visita poco usual, me encontré con un amigo del colegio, que estaba realizando sus prácticas preprofesionales en una localidad poco privilegiada de Lima. Al conversar y enterarnos sobre nuestras actividades laborales, quedamos en que podría ir a visitar el lugar y conocer a las personas a quienes el apoyaba. Su labor, que no es muy distinta a la mía, era apoyar a la comunidad en aspectos espirituales e incluso filosóficos en tanto y en cuanto el aprendía de la comunidad a observar las interacciones de sus miembros y a solucionar desde su perspectiva como guía espiritual de una agrupación religiosa. Por mi parte, podría ayudarle realizando un taller tomando especial atención a la población infantil que se congregaba en la iglesia dado que era un grupo de seres humanos que tenían el potencial para desarrollarse, sin embargo su entorno no era el esperado para llevar a cabo ese desarrollo. Acordé en que los visitaría primero el fin de semana que pasó para conocerlos e identificar los problemas próximos y posibles disfunciones sociales que devendrían en conducta social inadaptada, luego planificaría un taller enfocado en las necesidades más urgentes e iría el fin de semana que viene a realizar el taller.

Llegó el día indicado y fui a visitarlos. Tomé una combi que me llevó durante una hora desde la zona en la que resido hasta el lugar donde me esperaba mi amigo ya en su labor de rutina con la comunidad que lo acogió y lo hizo parte de su grupo. Reconozco que para mi labor suele ser un poco difícil involucrarse con los miembros del grupo dado que tengo que identificar cómo ellos reaccionan, cómo ellos afrontan y cómo ellos solucionan los conflictos que se puedan suscitar. A diferencia de mi amigo, sentía que no podía contactar a primera instancia con ellos sino hasta conocerlos bien y decidir cómo interactuar para no perder la mística que mi profesión atribuye a los que decidimos llevar este título. Esto, como un espectador que no interviene en el ambiente, hasta que sea estrictamente necesario. Aún así, la comunidad al verme me aceptó y brindó las facilidades para que mi observación e interacción pasiva con los menores fuera de la mejor manera. Obtuve información valiosa de las señoritas que se hacían cargo del grupo de niños, como en una escuela. Me comentaron que llegaron siendo sumamente traviesos, inquietos y con energía desbordante e incontrolable. A través de un año y medio aproximadamente, su trabajo estuve enfocado a que los niños reconozcan las reglas del lugar y así sepan qué hacer, cuándo y cómo. Su trabajo era un trabajo óptimo, un ejemplo de cómo las ganas de querer ayudarnos en colectivo permite el desarrollo de habilidades para las cuales no fueron capacitadas, pues las señoritas se habían preparado en otras carreras poco afines a la labor pedagógica y asistían a la iglesia voluntariamente.

Conocí a los menores, personas con grandes capacidades ya desarrolladas y con potencial de desarrollar las aún mas y otras mas también. Como por instinto, mi amigo les había instruido en música, eso les canalizaba la energía desbordante y permitía que ellos pudieran saber qué hacer y cuándo hacerlo, el cómo eso no más era un factor para ajustar, mínimo en realidad pues el proceso de cambio lo habían forjado ya. Observé en aquellos niños una avidez intensa por aprender, un deseo de cambiar su entorno desfavorable y todavía mas el deseo de que su familia tenga mayores posibilidades de mejorar. Lamentablemente de deseos no se mueve el mundo, de sueños tampoco y eso cuando crezcan lo empezarán a aprender sino lo hubieron aprendido ya con las crisis que pudieron acontecer a su familia y que desconozco parcialmente. Las historias que vinieron a mis oídos de testigos oculares, presenciales y testimonio personal fueron muy difíciles de asimilar, pues fueron circunstancias que les acontecieron muy jóvenes, cuando recién estaban encontrándole orden a lo aparentemente normal entonces era cuando enfrentar la pérdida de un familiar cercano, o las peleas crueles entre hermanos mayores con otros jóvenes del vecindario, o enfermedades graves, o disfunciones en el orden familiar que desafiaban la idea de tener una reunión familiar feliz como aparecen en los libros del colegio, o las historias de vandalismo, asesinato y violaciones que aturdían sus sueños e imaginaciones de países de paz, ciudades ordenadas y sociedades felices. Imagino que es difícil en sumo afrontar esa tensión siendo niño y el hecho de encontrar un lugar dónde canalizar esa energía era un ápice de esperanza en el horizonte donde el cambio esperado de podría cristalizar.

Comprendí entonces que mi labor el fin de semana que viene, sería sólo un grano de arena frente al mar de apoyo que durante un año y medio el grupo de personas involucradas en el desarrollo espiritual aquellos niños dedicó. Sé que el taller será un apoyo pequeño, labor para ellos continuará los siguientes fines de semana, entonces le pido a Dios que estos niños puedan encontrarle un rumbo a sus vidas y un objetivo certero. Ansío con deseo infantil que así sea.