Me gustó conversar contigo ayer. Tu sonrisa me alegraba. Tus ojos mantenían ese brillo de siempre y tus labios eran delgados, pero no tanto, me gustaban cuando se movían para hablarme entanto que me concentraba intantaba comprender qué me querías decir. Empezamos a conversar sobre trivialidades, las de siempre. Me parece que estoy un poco romanticón debido a que empezamos a recordar sobre baladas que gustán y esto, es una confesión, pertenece al lado emocional que inherente al ser humano no puede faltar en mi por más distímico que pueda parecer, en algunos momentos. A raiz de esta reacción, empecé a indagar en mis pensamientos y memoria, desde cuándo es que no estoy dispuesto a reconocer mis emociones y expresarlas tal y como son. Llegué a una conclusión.
La última vez que tuve la oportunidad de experimentar una emoción arrebatante fue hace mucho tiempo atrás, para ser exactos un año atrás. Era invierno como ahora, la neblina estaba más densa y la oscuridad se disipaba con algunas linternas que al mostrar su luz se quedaban limitados pues la neblina se iluminaba y las sombras tenían un inicio notorio, la división era asombrosa. El ambiente estaba preparado, y las pequeñas cosas que faltaban eran una fogata, abrigarse bien y acercarse a conversar de trivialidades, las de siempre. Fue cuando decidí dejar que el tiempo pase y llegue el momento indicado. Éramos un grupo de amigos con un sólo motivo de estar ahí, salir de la rutina y entretenernos un poco saliendo de la ciudad. Aunque no por ello deberíamos dejar la tecnología de lado. Varios llevamos nuestros mp3 en sus diferentes modelos, formas y diseños, pero sabíamos que no lo usaríamos mucho dado que teníamos que cuidar la batería y si nos encasillabamos en sólo escuchar música, no serviría de mucho el cambio de ambiente.
Pero aquella noche, después de las trivialidades, las de siempre, llegó el momento de usar el mp3 cad quien en su mundo, aunque precisamente no planeaba estarlo contuve mis impulsos por un momento moderado. Me acerqué sigilozamente a tu lado, cada uno sabía de las intenciones del otro, inclusive sabíamos hasta que punto ibamos a tolerarnos y aún así sobreactuabamos como si no supieramos nada de lo que pensabamos. Era el juego adolescente de cortejo de sonrisas. Era el momento de las miradas y de la circunstanca en la que nos ibamos a preguntar con frecuencia ¿Y que tal eh? y nos ibamos a responder con frecuencia Bien ahí... como siempre. Luego las miradas evasivas (sabiamos lo que hacíamos, y lo tonto que se veía, pero aún así lo hacíamos, sólo porque era divertido hacerlo), continuando con las empujadas y juegos de manos, al punto en que simplemente la manos se entrelzaban y quedaban donde habíamos planeado deberían estar, entrelazadas. Sabíamos que lo que hacíamos estaba en el límite, así que buscamos un pretexto para envitarlo... el mp3.
- Oye sabes, tengo una buena canción acá...
- Así, ¿Y de quién es?
- No sé la escuché recíen en la radio y la grabé en cuanto pude
- A ver
Comenzamos nuevamente a acercarnos, te presté un audifono, y surgió la idea de siempre de que a alguién se le debe ocurrir crear audifonos dobles para escuchar juntos (que buena idea ja ja ja, el problema es que nadie se toma la molestia aún), en fin, estábamos conpartiendo un audifono con un auricular para cada uno, estabamos muy cerca y fue cuando mis emociones empezaron a traicionarme ¿Era el momento? ¿O era yo quien imaginaba que era la situación correcta? Podía ver tus ojos negros atravesando los míos pero, ¿Eras tú? ¿o era mi imaginación que me llevaba a pensar en aquello? Me regresaste a la realidad diciendo: Ah! esa canción es de Dido. Yo grité para adentro Quééé!!! Sabía que la reacción era la correcta y hasta cierto punto mi imaginación me había traicionado. Luego fue cuando tú en tu sapiensia femenica, aquella extraña habilidad de saber decir lo emocional de una forma muy sutil y podríamos decir hasta subliminal dijiste: Mira, yo tengo esta canción parecida... es de Pauline Croze, es francesa muy bonita, aunque no sé que significa se escribe Te's beau. Tu sonrisa sobrepasó mi umbral de imaginación y sólo me dediqué a escuchar, te miré y tus ojos me mostraron que había una pizca de astucía atrapada en una risa guardada. Sonreímos y guardamos nuestros sentimientos junto a la fogata, las estrellas, nubes iluminadas suavemente por el reflejo de la luna, reflejada por el sol, que nos miraba con sus ojos bien abiertos sonriendo.
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