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20.5.09

Un día (hace siete años) que no olvidaré

Estuve recordando a Andrea. Empezó cuando me dirigía a Chosica en la combi cumbianbera. Pasando por Chaclacayo me percaté que en el parque había (hay) una feria. Por una cuadra están los juegos, al frente están los puestos de venta de artesanías de comida, etcétera. Fue hace más o menos unos 7 años, lo cual me hace pensar que estoy viejo, felizmente que puedo luchar con mis pensamientos.

Éramos muy jóvenes. Yo tenía 13 y ella 12, adolescentes con la energía vital sin utilizar, aún. Sus padres se llevaban bien con los míos. Hubo la oportunidad de salir a pasear a Chaclacayo. Mi madre ya sospechaba acerca de nuestra relación. Nos propusimos ser lo menos evidentes posibles, sólo nos mirábamos y sonreíamos en plena complicidad inocente. Su hermana, que era menor, la cuidaba y me tenía un odio desmesurado, supongo que pesaría por qué estoy muy cerca de su hermana, por qué su hermana quería pasar mas tiempo conmigo que con ella. En fin, ella estaba a nuestro lado cuanto más podía, su mamá también pero sólo con la vista, mientras conversaba con mis padres que también me vigilaban. Nosotros sólo sonreíamos para nosotros.

Con Andrea tuvimos una muy buena amistad, una cercanía muy singular tratándose de nuestra edad, 13 y 12 años, tenía unos cabellos muy bien cuidados y me encantaba cuando se hacía trenzas. Sus párpados un poco somnolientos cubrían el marrón claro de sus ojos cuando reía, y sus besos sinceros… únicos. Ejem, creo que no debí escribir eso.

Recuerdo aquel día cuando su hermana se enteró. Después de ese día nos vimos obligados a confesarlo, pues su madre se iba a enterar de todos modos. Ahora que lo pienso bien… me parece que todo estaba preparado… mmm… No creo. Y ese día, cuando tuve que conversar con su madre, nunca lo olvidaré. Fue jueves ¿o viernes? Bueno, más me parece que fue un jueves de tarde. Yo la había visitado en su casa, como de costumbre, con el pretexto de conversar y practicar algo de piano. Después de haber cumplido con el pretexto solía quedarme unos cuántos minutos más conversando, y así perdíamos toda la tarde. Andrea me dijo: Hoy mi mamá va a llegar más temprano, le dije que tú querías conversar con ella. Yo me quedé helado y susurré entredientes: Gracias por avisarme, me prepararé…

Al minuto, llegó su mamá. Empecé a hilvanar las frases con las que me declararía a su madre (medio extraña esa frase ¿verdad?). Su madre me saludó y yo como de costumbre tartamudee. Ella me invitó a quedarme a cenar muy sonriente, tal vez feliz, razón por la cual creo que ya lo sabía y sólo estaban probándome hasta qué punto era capaz de llegar con el compromiso que ameritaba la situación. Accedí a la invitación y luego de un café no tan cargado y dos panes con queso y habiendo esperado terminar la sobremesa. Me dispuse a pedir una conversación personal en la sala con su madre.

Mis pies perdieron su fuerza me senté en cuanto pude en el sillón cómodo, cogí un cojín y lo puse sobre mis piernas para obtener seguridad al hablar. Su madre se sentó muy atenta y me dijo: De qué quieres conversar conmigo Isaac. Mmm y ahora que digo, pensé. B-bueno se-señora usted sabe que Andrea y yo somos amigos de mucho tiempo y que… – mis pensamientos me traicionaron y todo lo que había pensado decir no pudo ser dicho, lo había olvidado. De pronto empecé a sentir un calor que subía por mi cuello y no recuerdo las palabras que dije, sólo sé que las dije y las dije en el nivel aceptable porque la señora sonrió acompañando su alegría con una mirada muy maternal y dijo: bueno si quieren ser amiguitos, o algo más formal como tu dices, no creo que haya ningún problema siempre y cuando no se descuiden los dos en sus estudios. Y luego esperó a que yo dijera algo.

Estuve en blanco. Unos minutos después mi rostro rojísimo por la situación tan comprometedora en la que pensaba estaba fue regresando a su color natural, sonreía y le dije: Gracias. Ella se puso de pie y dijo: entonces les dejo juntos para que conversen. Andrea que estaba unos metros más allá viendo la conversación desde la mesa del comedor levantó su rostro con una sonrisa extraña. Se acercó y me abrazo, me susurró al oído: Te quiero mucho, te pusiste rojazo, je je. Ese fue un día muy particular, como sólo ocurren algunos cuando tienes 13 años. Ahora es muy diferente, mis recuerdos se fueron desvaneciendo y el carro siguió su camino hacía Chosica mientras el parque de Chaclacayo con sus luces de aniversario quedaba atrás

Recuerdo que el año pasado tuve la oportunidad de saludarles de lejos. Fue una remembranza tal y cómo la que tuve al ver el parque de Chaclacayo. Ellos estaban caminando juntos: su padre, su madre al lado, ella atrás de ellos y su hermana (llegamos a llevarnos bien después) y su otra hermanita, Alexandra, quien debe tener aproximadamente 7 años (coincidentemente). Los aprecio mucho. Gracias por su apoyo y amistad. Dios los bendiga.

zach

Lima, 18 de abril del 2009.

Amando a Sofía

La alegría de escribir sobrepasa la alegría de verla todos los días, de sonreírle, de que ella lo haga regalándome sus ojos y luego arrancándolos de mis brazos. El punto, el epicentro de todo lo que se pueda expresar, de lo que no es real, de lo que describe la realidad absurda es la semántica es el imaginar cómo puede la realidad ser tan fluida y dejar de ser, aún cuando en todo momento lo es. ¿Cómo explicarla? ¿Cómo percibir adecuadamente? ¿Cómo encontrar la palabra exacta siendo que todas se formaron de supuestos, de símbolos de ideas, ideas sin forma?

Y saber cómo expresar lo que sientes sin ser vehemente, sin recurrir a las emociones, sólo describiendo la situación, naturalmente no se puede. Esto concurre a una idea, el cómo amar siendo razonable. Amar sin recurrir a la somnolencia de la fantasía, sin evocar el futuro perfecto, sin compilar todas las experiencias de tu vida y subordinarlas a la relación que en continuo la vives y no te percatas de que sólo es temporal, entender el amor como un proceso y no como un estado.

El amor es una incoherencia, además de adicción y sedante. Si es que ha de llamarse amor a ese estado anímico que no te da para más. Y lo mejor de ser abstracto y de pertenecer a nuestros más profundos sentimientos (reacciones a neurotransmisores y hormonas en nuestro cuerpo) es que se comparte, se vive, se entrega en los labios y se recibe en los brazos. Se interrumpe con una conversación banal y se vuelve a practicar la equivalencia de intercambio.

La distimia en cambio, te trae cordura, pero en medio de tanto amor socialmente generado, la cordura distímica se convierte en locura a la vista de los ciudadanos, la mayoría estadística que ama y odia a la vez, y la vehemencia una vez más rige y dirige sobre la razón sometiéndola y dejándola de espaldas sobre el paredón. El ser distímico te pinta el alma de color verde oscuro, te suprime las emociones a tal punto de envolverlas en una pelota de trapo y te convierte en un ser reflexivo que piensa antes de hacer pero como para hacer siempre algo es necesario tener una actitud valorativa que confluye en compromiso entonces el pensamiento es el que rige y dirige sobre la vehemencia sobre las emociones y es mejor no hacer nada , sólo pensar y quebrar el mundo de las percepciones falsas y elevar el pensamiento a otro nivel a un nivel cinético y mayéutico, un nivel socrático, un nivel del cual el mundo en su vehemencia pierda la capacidad de comprender la percepción elevada y profunda que la cordura te da y sólo se conforme a aceptar la verdad, tan fluida y tan axiomática cómo la realidad. Paradójica realidad, paradójica confusión.

El regalo de Dios, el pensamiento, para someter las emociones a lo último formar un cayo sobre ellas y olvidarlas, ¿o será para organizarlas, aprenderlas a sentir y comprenderlas después de haberlas aceptado como un método de canalización de energía tensional (entendiendo que el amor y el odio, la alegría y la tristeza producen tensión) y administración de nosotros mismos en el equilibrio de nuestros pensamientos? La acrobacia psíquica sobre el fino camino de la realidad, casi incaminable. A un lado el precipicio del descontrol, la primitivización de las vivencias humanas que conviven con la desgracia humana y enfermedades virales y al otro lado la infranqueable montaña de la razón y la formalidad del pensamiento, la racionalización pura que está a punto de caer sobre ti cual avalancha de pensamientos profundos que la mente se da el lujo de albergar. Sólo puedes mantenerte en el camino siempre y cuando leas el manual de usuario de la vida, el que vino cuando se te fue entregado el pensamiento y que tal vez fue dejado olvidado sobre el sillón esperando ser leído cuando alguien se tome un tiempo para sentarse al lado y cogerlo, abrir sus páginas y equilibrar su vida preparándose para el mejor espectáculo e su vida.

Amando a Sofía.
zach

14 de mayo del 2009

14.5.09

Cuando hace frío...

Hace dos días empezó a hacer frío. La mañana acumulaba neblina en su cielo celeste y las ventanas filtraban una brisa fría que se sentía como si estuvieran soplando suavemente sobre la piel (no me pregunten cómo lo sé). Fueron dos días totalmente extraños, demasiado activos, donde uno aprende lo que no aprendió en dos años, lo que uno nunca se percató que pudiera suceder y lo mejor de todo es que tan ocupado estuve que cada vez que quería escribir no pude.

Escribí algo en la yendo al trabajo el viernes. El sábado, fue muy especial. Y el domingo diez, Día de la Madre. Domingo en la tarde ese frío que trepa tus piernas y que luego te da escalofríos empezó a colarse mientras disfrutábamos de un partido de voley. Hasta ahí todo especial, agradable y complejo, más no absurdo. Sin embargo el lunes en la mañana ese mismo frío, esta vez un poco más intenso, empezó a inmiscuirse por la ventana y surcar mi brazo avisándome que esa mañana había llegado y que el cielo había perdido su celeste color y debió su color a la conocida frase, limeñísima, “panza de burro” tal y como la escuchaba en la radio mientras el carro donde estaba se encargaba de llevarme al trabajo.

El trabajo se dio sin problemas, a no ser por la interpretación clásicamente exagerada que tuve de la sonrisa que la maestra de inicial me regaló, yo sin querer dejar de ser cortés le devolví el saludo con mi mejor mirada, practicada frente al espejo en mi adolescencia.

El mundo dejó de girar alrededor del mediodía, pues una amiga, que espero algún día pueda ser más que amiga, estuvo muy triste pues tenía problemas con el pasado, yo dejé involucrar mis emociones mientras ella hacía catarsis y no pude aplicar mi trabajo para ayudarla, sin embargo, ella me animó diciendo una frase, siendo lo suficientemente amiga, “eres un buen sicólogo”. El mundo cayó, el vacío no pudo soportarlo más y mis emociones una vez más me traicionaron y dije lo que un sicólogo nunca debe decir y le deje entrever que la quería más que como amiga, ella se percató y dejó a un lado el pasado para confrontarme y salir de la situación como una mujer de veintidós años lo sabe hacer. Yo la besé en la mejilla y fugué con mi carga de vergüenza por no haberla valorado por intermediar mis emociones por ser egoísta y quererla para mí sin importarme cuánto ella pudo estar sufriendo. Regresé a casa a dormir.

Durmiendo sospeché que ya era otro día, más no era así, me quité la máscara de vergüenza y fui clases para observarla desde la silla de atrás y sospechar que me gusta. El frío se hizo intenso, la neblina no se hizo presente pero al parecer quería venir, el viento soplaba anunciándola y al empujar suavemente mi rostro me desperté una vez más y me di cuenta que la clase ya había comenzado, que ella estaba unas sillas más adelante y que no había cambiado nada, pues yo seguía siendo su amigo.

La noche llegó me acerqué para ver como estaba, y me contó que “mucho mejor”, había podido afrontarlo con la ayuda de una profesora, yo sonreí. Al despedirse me dijo “gracias, me ayudó mucho lo que me dijiste”, yo amarré mis emociones y sonreí regalándole mis ojos. Comprendí que sólo seríamos amigos hasta que el pasado sea superado y el presente se haga a un lado. Tal vez seamos amigos para siempre. Será motivo para demostrar que la mistad es tan valiosa como los sentimientos profundos con los que a veces llega a ser subestimada.

La historia continúa pues el frío aún no se va, sin embargo estará en stand by para no perder la razón.

zach.

Lima, 12 de mayo del 2009

6.5.09

Padre a los veinte

Ocurrió hace un mes aproximadamente. Estaba en el colegio, trabajando, con una niñita de dos años ayudándole a armar un rompecabezas mediano, cuando su profesora afirmo: Debes tener mucha paciencia con tus hijos… Hubo un silencio en milésimas, cómo si el tiempo se hubiera tomado un tiempo (valga la redundancia) en esa habitación. Yo respondí: Je, je, no tengo hijos. Y para seguirle la conversación le pregunté: ¿cuántos años crees que tengo? Ella dijo: 28

Hoy me han dado unas ganas inmensas de escribir. Es cierto, no llovió. Aún así tengo ganas de escribir, lo más seguro es porque hoy sí que hizo frío y me da esa extraña sensación de que ha llovido, como suele serlo en mi tierra (claro está que he vivido casi veinte años en Lima que más parece mi tierra, pero no, Huancayo es donde nací y donde llueve, y donde quisiera morar para escribir).

Hoy escribo más allá de saber que no sé cuando podré ponerlo en el blog, pues presté (otra vez) mi USB. Hoy escribo porqué lo necesito. Hoy escribo porque lo necesito dos veces.

Cuan viejo parezco es justo lo que no pretendo ser, es todo lo contrario, no es que quiera ser joven, sino que no quiero ser viejo. Es el instinto de vida que se manifiesta. Pero el hecho de que esto haya ocurrido es porque doy la impresión de que soy viejo (cabe resaltar que recién he cumplido los veinte, así que ocho años más, y a eso le agregamos hijos… me parece un poco exagerado).

Respeto mucho la vejez, me encantaría ser viejo habiendo completado todas mis etapas, pero para completarlas tengo que esperar y para esperar tengo que vivir el momento en el que estoy esperando y para vivir el momento en el que estoy esperando tengo que ser joven y para ser joven tengo que tener veinte años y para tener veinte años tengo que haberlos cumplido y para tener que haberlos cumplido tuve que haberlos vivido y vivido bien.

Por eso quiero tener veinte años y que me reconozcan como un ser humano de veinte, aunque, lo admito fui precoz y sigo siéndolo para algunas cosas. Nací a los ocho meses de gestación, según me cuentan mis padres, aprendí a leer antes que el promedio (en ese entonces, pues ahora los niños son más plásticos para la lectura), estudié segundo de primaria antes de terminar inicial (siendo que mi tía profesora enseñaba en ese salón y yo era un polizonte en el aula), la educación del primer grado de primaria la pude llevar sin presión, pues ya sabía leer. Más adelante, tuve mi primera enamorada a los doce (no tan precoz pero algo es algo ¿verdad?) y ya pensaba casarme a los quince, no “descansé” después de terminar el colegio, mis relaciones sociales se hicieron más complicadas y (la cereza en el helado) ejerzo mi carrera antes de terminarla.

Hace un año quise ser padre. Sólo lo quise mas no lo intenté. Gracias al cielo que pensé antes de actuar. Me imagino cómo sería yo si fuera padre, empiezo a volar (con mi imaginación, para evitar malentendidos) y recuerdo aquellas relaciones alrededor de los quince años cuando siendo adolescente uno empieza a soñar con ser independiente.

Soñábamos a ser padres. Teníamos una hija. Era muy linda. Aunque el argumento no me gusto en un principio pues en nuestra suposición el padre no estaba en casa, estaba trabajando, estaba… trabajando. Qué padre tan negligente fui. Mi hija le preguntaba a su madre por mí. Su madre le explicaba porqué estaba trabajando y simplemente el vacío se hacía incongruente, absurdo y la adolescencia se hacía a un lado para dejar fluir pensamientos de adulto y complicadas situaciones quemando nuestras etapas y creyendo que somos lo suficientemente maduros para afrontarlo. Siendo el vacío el mediador, la sombra detrás del telón que dirigía la tragedia de la hija con la madre conversando en un espacio rígido del universo…. ¿cuántas veces ese sueño se hace realidad en hogares de Lima? Y no sólo de Lima ¿del Perú? Y no sólo del Perú ¿de América? Y no sólo de América ¿del Mundo? Exacto.

Cuando sea padre recordaré que ese vacío paradójico y que sin querer (o tal vez queriendo) surgió en la mente de dos adolescentes soñadores, maduramente inmaduros, que mi hija tendrá un espacio reservado en mi tiempo (por muy contradictorio, en términos del argot dimensional, que suene).

Te amo pequeña Arantxa (mi primogénita onírica)

zach

03 de mayo del 2009