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24.1.10

Luz al final del riel


Regresaba de una diligencia hacia mi casa que se encuentra pasando por unas rieles del tren que pocas veces se le toma importancia a no ser por el sonido de su ocupante un monstruo rojo de pies redondos y con una cara muy extraña, además pareciera que estuviese articulado. En fin, yo regresaba al tiempo que escuchaba que se acercaba aquel tren, podía imaginar que no era lo suficiente lejos ni tampoco cerca, era una distancia no identificable debido a que el sonido era aturdidor, sostuve que podría pasar sin precauciones pues la luz en el horizonte aún se veía lejana y era lo único que me hacía pensar en que podría ganar en velocidad a aquel vehículo.


Mi cálculo fue en vano, me acerqué a las rieles mientras esquivaba algunos puestos del mercado que se sitúa a lado de las rieles en una pista llamada "provisional" que ya lleva más años de los que llevo en este lugar. Cada vez que esquivo aquellos puestos el panorama se va a aclarando y observa aquella luz muy cerca más cerca de lo que creía, y empiezo a correr para cruzar antes y no tener que esperar. Del otro lado de las rieles se encuentra la Carretera Central que inicia en Lima y continúa hacia Junin y termina en no sé dónde más. Bueno entonces tenía que cruzar las rieles a una velocidad razonable como para detenerme entre las rieles y la pista y analizar en unos cuantos segundos el cuadro que se presente en aquella pista de cuatro carriles dos de ida y dos de vuelta y decidir entre cruzar y no cruzar. Era simple y necesario pensar rápido una vez que haya cruzado las rieles. Entonces comenzó la carrera.





Mis piernas hicieron su mayor esfuerzo para completar aquella carrera, en cada momento, en cada paso que daba escuchaba el pítido ensordecedor del tren y la luz acercándose a una velocidad que no imaginé que el tren llegaría a tomar. Estando en la mitad de las rieles sentí un golpe muy fuerte en mi lado derecho que quebró mis huesos y sentí que era elevado por los aires para caer al lado del riel unos metros más lejos, y luego un sonido agudísimo que retumbaba en mi cráneo, el dolor era insoportable y lo último que pude sentir fue el olor a tierra en la parte alta de mi nariz. Recordé mi niñez viendo el tren pasar y saludándole deseando un buen viaje a sus ocupantes y recibiendo el saludo de los señores con cascos naranjas desde la cabina. Luego todo se puso negro y morí.


A la mañana siguiente todo Ñaña se despertó como un domingo cualquiera, el sol inundaba de luz los dormitorios de las casas en el pueblo, mi dormitorio no fue la excepción y las cortinas se encontraban entreabiertas. Nadie supo que había muerto, nadie supuso lo que pudo haber ocurrido, sólo yo. Gracias a Dios que no ocurrió pues sólo fue un desliz de mi imaginación cuando estaba por cruzar las rieles. Como dijo alguien: Más vale perder un minuto en la vida que la vida en un minuto.

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