El camino de arena me llevó a las orillas de un mar celeste hasta en sus extremos, las olas se elevaban muy altas y el sol de fondo me podría regalar la vista de un cardúmen a trasluz. Las filas de peces yendo de izquierda a derecha parecía tener un orden en ese cúmulo de suaves lineas de escamas brillantes y alineadas. Las olas ya debilitadas en la orilla sólo alcanzan a convencerme que mi orientación no es tan buena una vez que intentan arrastrarme para ingresar al mar. Las huellas de pisadas que dejo atrás se dispersan con un nuevo venir de las suaves olas frías. Observo los trozos de minerales singulares que componen la arena y me pregunto cómo pudieron llegar a ser tan pequeños y reunirse todos en este lugar. Continúo caminando mientras el sol se esconde en el horizonte y su brillo viene con la brisa marina y el susurro del caer de las olas. Es un momento de paz que se abre paso desde fondo del mar y canta para que el universo se entere que todavía hay esperanza para los humanos.
Al caminar encuentro algunas cubiertas de erizos de mar quebradas, las plumas de las gaviotas en la parte seca cercana a la orilla y algunos hoyos de crustáceos rojizos que solemos llamarles "carreteros", que salen apurados corriendo de lado con las tenazas a los costados del cuerpo acorazado y sus pequeños ojos como perlas en el centro éste. Me acerco a los hoyos y sonrío porque observo unas tenazas esconderse raudamente en uno de ellos. Doy pasos atrás y regreso en el camino recorrido.
El recuerdo del mar me trae a la memoria muchos lugares parecidos del litoral peruano que he visitado: Punta Sal, Pimentel, Huanchaco, Ancón, las playas de Lima, Cerro Azul, Puerto Viejo, Punta Ñave, Salinas, León Dormido, El Silencio, entre otras que me gustaron por el impacto de sus olas al mostrarse indomables por los avezados jóvenes que retaban al mar, tal vez por la tranquilidad de sus olas o por la claridad de sus aguas. Además recuerdo mucho la primera vez que me encontré con un hipocampo.
Fue hace unos años, estaba en el muelle de Pimentel intentando no pisar en falso algún supuesto soporte de aquel edificio. Miraba a los pescadores preparar sus barcas para ir a altamar, algunos preferían la pesca ornamental con azuelo y carnada. A través de las tablas de soporte observé las bases del puerto que estaban recubiertas de óxido tal vez, obtenido por la sal marina. Al salir del puerto encontré algunos jóvenes que vendían unos llaveros peculiares, eran hipocampos disecados, me impresionó tanto, no sólo porque era la primera vez que veía un hipocampo sino por el uso que le daban una vez pescado. Además, le otorgué un valor de simpatía debido a que es uno de los peces más singulares de la vasta población de especies marinas. Me fui sin poder hacer nada, tal vez porque aún no entendía la complejidad del problema sino hasta hace que indagando me enteré que la valorización de esta especie es muy grande en nuestro país dado que está en peligro de extinguirse por la pesca ilegal e indiscriminada. Espero que podamos pasar la voz y denunciar si en todo caso tenemos la dicha de vivir cerca al mar.
¡Ah! por cierto escribir sobre el hipocampo también me interesó debido a que en nuestro cerebro existe una estructura que tiene el mismo nombre. Pertenece al sistema límbico y comparte funciones con otras estructuras cerebrales de memoria y orientación espacial. Al parecer es una coincidencia que el movimiento de los hipocampos sea particular y único, por ende su orientación. Creo que si tienes la oportunidad de ver alguno, tampoco lo olvidarás. Disfruta de las maravillas que ofrece la naturaleza, nos vemos pronto.
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