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23.10.10

La galleta Óreo con crema


En el camino a casa podemos sonreír y contarnos historias. Mi mano sobre su hombro se aferraba y de vez en cuando mis dedos marcaban el tiempo a alguna canción en el ambiente. Estamos en un lugar frío y hemos aprendido a mantenernos refugiados envueltos cada quien en sus abrigos y mantener el calor con las manos en los bolsillos o con guantes. Llegamos a la puerta de nuestro hogar y sabemos que el refugio pronto nos acogerá con sus luces tenues y las luces de las ventanas en los edificios como un cielo artificial mostrando sus estrellas. Recostarnos en el sofá y ver algo en la televisión o a lo mejor, tomar una bebida caliente compartiendo los desenlaces de las historias que empezamos contar cuando nos encontramos para ir camino a casa. Desde hace muchos solemos hacer esto, contarnos historias. En algunos  casos son historias muy nuestras, incluso perspectivas de cómo interpretamos alguna situación que vivimos juntos, otras historias nos nos perteneces pero las compartimos para saber cómo reaccionaríamos respecto si en todo caso nos corresponde vivir o afrontar. Hubo un tiempo en que compartíamos nuestras historias en muchos lugares donde nos encontrábamos, tal vez en la universidad, tal vez de paseo. Pero ahora nuestras actividades nos reducen a compartir este momento como un regalo en medio de nuestras tardes de la semana.

Recuerdo cuando solíamos compartir los últimos meses en la universidad, cuando esperábamos con muchas ansias el viaje de promoción y cuando intentábamos compartir tiempo de sonrisas mientras repasábamos para los exámenes o cuando veíamos alguna película. Sabemos que dedicamos mucho tiempo a conocernos y que nuestra relación ha fortalecido el vínculo de amistad, comprensión y respeto que mantenemos. Por eso creo que entendemos, ahora que ha pasado tanto tiempo juntos, que podemos seguir compartiendo historias y con mayor razón experiencias nuevas que nos impartan alegría y satisfacción.

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