Me dirijo al lugar que me permitirá despejar mi mente para que deje de dolerme la cabeza, en el camino me encuentro con una imagen muy particular.
Un anciano que no tiene los años encima puesto que puede mantenerse en pie con la ayuda de un bastón y aún así caminar muy normal, me imagino y supongo que debe tener unos ochenta u ochenta y tres años, como ya tengo de costumbre de caer en el juego de imaginar las razones de su andar, o el estado de ánimo, sólo interpretando su lenguaje no verbal esta no fue la excepción. Aquella postura encorvada, los brazos abiertos, la ropa que usa y el color, mi cabeza se hacía muchas preguntas e hipótesis de su andar y estado de ánimo.
Unos pasos más lejos dos niños cuasi-huérfanos (y no me refiero a que sus padres estén por morir sino que no se dedican a ellos como se idealiza que lo harían) usando sus polos raídos por el trajín de jugar sobre arena de construcción, sus shorts marrones y zapatillas, al parecer, blancas. Jugaban en un afán de dominio de sus habilidades motrices, sus rostros empolvados por el trajín lúdico.
Estaba yo unos pasos atrás del supuesto octogenario observando las acciones de aquellos tres transeúntes, lo próximo a predecir fue, que los niños iban a parar el balón con que jugaban para que pase el anciano hombre con los años sin cargar. Otra opción era que el hombre con bastón intente evitar molestar a los pequeños futbolistas y rodear su campo de juego delimitado por la imaginación.
El momento de concluir mis predicciones se acercaba a cada paso que el señor daba. Llegó. EN ese mismo instante la pelota con que jugaban los niños salio del campo de juego y llegó a los pies del anciano. Con avidez y los ojos abiertos el hombre intentó dominar y se dibujó una sonrisa en su rostro decorado con arrugas de felicidad y barbas canosas de experiencia que se escondían bajo la sombra de su sombrero. Luego perdió el control de la pelota y se fue rodando unos metros lejos, El niño fue corriendo a recuperar su esfera, el anciano detrás apoyando cuanto más rápido podía su balón, yo caminando lo más lento posible para no perder ningún detalle de la interacción. El niño hábilmente empezó a demostrarle también que podía dominar el anciano astuto extendió su bastón e intentó quitarle para seguir con su juego. Para ese momento estaba tan cerca que parecía que yo también podía participar de la interacción, y fue así, pero no con mis habilidades futbolistas (que no son tan buenas que digamos) sino con una sonrisa de alegría por ver ese encuentro de generaciones en un vínculo de felicidad y no de ira como suele ocurrir en las casas de nuestro querido Lima en zonas rurales y residenciales, entre otras; por supuesto que hay otros ejemplos (y muy buenos) que son lo opuesto a mi generalización.
Mi sonrisa fue contestada por los dos transeúntes en acción y la mirada del tercer desde atrás, luego continué mi camino al lugar que me permitirá despejar mi mente para que deje de dolerme la cabeza.
Estaba yo unos pasos atrás del supuesto octogenario observando las acciones de aquellos tres transeúntes, lo próximo a predecir fue, que los niños iban a parar el balón con que jugaban para que pase el anciano hombre con los años sin cargar. Otra opción era que el hombre con bastón intente evitar molestar a los pequeños futbolistas y rodear su campo de juego delimitado por la imaginación.
El momento de concluir mis predicciones se acercaba a cada paso que el señor daba. Llegó. EN ese mismo instante la pelota con que jugaban los niños salio del campo de juego y llegó a los pies del anciano. Con avidez y los ojos abiertos el hombre intentó dominar y se dibujó una sonrisa en su rostro decorado con arrugas de felicidad y barbas canosas de experiencia que se escondían bajo la sombra de su sombrero. Luego perdió el control de la pelota y se fue rodando unos metros lejos, El niño fue corriendo a recuperar su esfera, el anciano detrás apoyando cuanto más rápido podía su balón, yo caminando lo más lento posible para no perder ningún detalle de la interacción. El niño hábilmente empezó a demostrarle también que podía dominar el anciano astuto extendió su bastón e intentó quitarle para seguir con su juego. Para ese momento estaba tan cerca que parecía que yo también podía participar de la interacción, y fue así, pero no con mis habilidades futbolistas (que no son tan buenas que digamos) sino con una sonrisa de alegría por ver ese encuentro de generaciones en un vínculo de felicidad y no de ira como suele ocurrir en las casas de nuestro querido Lima en zonas rurales y residenciales, entre otras; por supuesto que hay otros ejemplos (y muy buenos) que son lo opuesto a mi generalización.
Mi sonrisa fue contestada por los dos transeúntes en acción y la mirada del tercer desde atrás, luego continué mi camino al lugar que me permitirá despejar mi mente para que deje de dolerme la cabeza.
.zach.
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