Dos palabras unidas que generan un rayo en la nuca que estremece el cuerpo y desluce toda duda. Son protocolos que se marcan con la tradición y la alegría de quienes lo presencian, tal vez recordando, tal vez añorando, tal vez incrementando emociones a su baúl. ¿Acaso existe alguna programación en los seres humanos para ponerse de acuerdo en sus rituales? ¿La predominancia de esta programación se centra en el sexo femenino? o ¿Existe otro tipo de programación para el sexo masculino?
Todo empieza con una actitud, una búsqueda de complemento. Esto tal vez se origine en el cerebro, tal vez en el espíritu. Es aquella necesidad, tal vez aprendida, tal vez espontánea, de buscar en alguien el reflejo de ser apreciado al momento de apreciar, de ser querido al momento de querer, de elegir a quien se debe otorgar aquel privilegio. Desde que nacemos no elegimos, en tanto vamos creciendo aprendemos a elegir, a decidir, a buscar lo que queremos. Es entonces comprensible cómo se forma aquella actitud mencionada previamente.
Desde mucho tiempo atrás, el inicio, para ser un poco más exactos, los seres humanos se han preocupado por conocer el origen de esta actitud, de aquella búsqueda de emociones nuevas. Pocos son ajenos a esa búsqueda, debido a conflictos, creencias, dolores guardados o un sinfin de factores. Lo que viene después de la búsqueda es ser encontrado o encontrar, existen muchas posibilidades, muchas circunstancias y sólo una posibilidad y una circunstancia se hace realidad, a esa seguridad de hallar a la persona adecuada se le agrega la dosis de trascendencia y se pronuncian otras dos palabras que unidas generan un rayo en la nuca que estremece y desluce toda duda.
-Cásate conmigo.
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