Mis ojos se abren a un universo nuevo. Estoy dentro de un universo blanco, con las manos y nariz frías, intentado caminar pues el abrigo que llevo puesto es muy grueso, tan grueso como mi pantalón y mis botas. La nieve atrapa mis pies y luego los libera a cada paso. Sólo quiero caminar.
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Empuño mis manos y pienso en un lugar lejano. Las cosas por acá están muy bien, salvo algunos malentendidos y las sombras del día ya no están más. El sol irradia felicidad y puedo asegurar incluso que pronto estaré descansando o a lo mejor en una caminata después de un viaje largo. Sólo quiero terminar con esto y ya saldré.
Con Luis viajamos antes que con Ricardo, a él lo llevé a Nueva York, pero el disfrutaba más de casa. Y Sofía mientras era pequeña me acompañó a Tokyo, Nueva Delhi y El Cairo. Creo que fue ella quien más se acostumbro a viajar. Luis a pesar de ser impulsivo, le gustaba quedarse en un sólo lugar. Ricardo era el intermedio entre Luis y Sofía, no sólo en orden de nacimiento, sino también en temperamento. Sofía, la pequeña engreída, mi sobreprotegida y siempre curiosa, nunca estuvo quieta y siempre deseaba que todo saliera perfecto, tenía esos móviles femeninos de querer todo bajo control. Sé que le va bien en Nueva York, donde trabaja como diseñadora de una revista. Ricardo se dedica a los negocios interacionales y tiene que estar en su oficina y periódicamente ir a visitar a su hermana y a Luis cuando el itinerario le permite. Luis está en Londrés, fue destacado a traducir en las reuniones en de diplomáticos y a enseñar Literatura Hispana en sus tiempos libres en un instituto. También le va bien pero todavía no se acostumbra al frío que hace por estas fechas. Puedo descansar tranquilo en este sillón pues siempre que puedo recuerdo algun cuento que les contaba y el abeto de Navidad refleja todavía sus ojos brillantes y los adornos navideños aún conservan el aroma de las galletiduendes. Fabiana me mira con la mirada que las compañeras de toda la vida saben hacer y tienen la osadía de deterner el tiempo al rededor para regalarme un beso tierno, con nuestros labios llenos de vejez y el agradecimiento de haber transcendido en la vida de nuestros hijos. Sueño con el día que aquel abeto que nos acompaña, acompañe a nuestros nietos, el día en que o Luis, o Ricardo, o Sofía recuerden mis cuentos y decidan contárselos. Sueño con estar ese día y ponerme como uno de ellos y dejar que mis ojos brillen, y asombrarme con ellos, estar en suspenso y sonreír con Fabiana recordando las Navidades juntos.
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Escuchar radio, salir de compras y caminar hasta no dar más. Luego llegar a casa y encender la chimenea e intentar pensar en nada. Apagar las luces y prender las del árbol. Eso nada más.
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Luis, Ricardo y Sofía. Todos lejos. Cada quien en su ciudad favorita. Disfrutando de su juventud y haciendo sus planes para Navidad. Extraño cómo ellos llegaban a mi regazo y me preguntaban cuándo llegaría Papa Noel, sus ojos brillaban y yo les proponía contarles un cuento mientras ellos se distraían. Es interesante que ellos aún gusten de mis cuentos. Recuerdo cuando Fabiana preparaba galletas con forma de hombrecillos, les llamaba galletiduendes y todos sonreían cuando llegaban recién salidas del horno. Siempre Luis, impulsivo él, los cogía primero y Fabiana le recordaba que todavía estaban calientes que debía esperar a que se enfriaran un poco. Todavía recuerdo aquella navidad en que me miró aquellos ojos de miel, con la mirada que las esposas saben mirar y me dijo: A veces siento que te haces un niño más cuando les cuentas cuentos al lado del arbol frente a la chimenea. Y tenía mucha razón, me convertía en uno de ellos y compartíamos rostros de asombro, suspenso y sorpresa cuando les contaba la historia de el Algarrobo, o de un amigo mío que vivió en Corleone, cuando fueron un poco más grandes les contaba sobre algunos cuentos europeos que había escuchado cuando me llevé de viaje a Ricardo y visitamos Copenhagen. Siempre disfrutábamos de aquellos cuentos en Navidad y otras fechas. Fabiana año tras año se sorpendía que me las arreglaba por tener consecuentemente un cuento nuevo. Al parecer habian algunos que conocía también y los arreglaba con una frase siempre precisa cuando me perdía en la hilación de la historia.
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Por cierto, hoy le entregué a Fabiana aquel recuerdo de la universidad, aquel que ella escribió y decoró con su lazo. Aquel día que nos conocimos. Cuando no imaginábamos que compartiríamos muchos episodios juntos a lo largo de nuestra vida. Ella me regaló una chompa, porque sabe que me gusta la playa, un cuaderno, porque sabe que me gusta escribir, un libro, porque sabe que me gusta leer, y un abrazo, porque sabe que me gusta amar. Feliz Navidad.
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Ring, ring...
¿Aló?... Si... ¡Luis! Hijo ¿Cómo estás?... ¡Qué! ¿En serio?... Je, je...
¡Fabiana! ¡Seremos abuelos!
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