Al verla sonrió, ella también y los ojos de ambos se llenaron de lágrimas, y se dieron un gran abrazó, las lágrimas se remojaron en el hombro del otro. A la caminante no le importó la sangre en su saco, al habitante no le importó olvidar su interacción consigo mismo, pues había encontrado a quien estaba buscando. Pero, falataba algo. Parecía ella pero no era la misma, era el sonido de su voz, era su rostro, eran sus manos pero no era ella. ¿qué había pasado? De regreso a la habitación, para conversar, pensó en cómo saber qué había pasado.
Llegaron y se dio con la sorpresa que la puerta no era como antes, era similar a todas las demás. Ingresó y reconoció que todo estaba en orden y proporción, no como lo había imaginado o visto. Encontró el relicario sobre el mueble y lo cogió en cuanto lo vio. La caminante también parecía reconocer el lugar y sentirse extraña. En cuanto se hubieron acomodado, empezaron también a acordar todo cuanto había sucedido. Y la caminante contó lo que supo.
Estaban caminando frente a la iglesia alta y en eso el caminante vio un niño que estaba riéndose solo, no sabía porqué y se acercó para ver. Vio que sus ojos estaban rojos y que expelía un olor muy conocido por él, y se sintió atraido. La caminante se acercó para distraerlo y ayudarle, pero ya era demasiado tarde, el caminante poco a poco había cambiado su semblante y le estaba recriminando al niño a gritos. Entre tanta confusión la caminante intento alejarse pero el caminante se percató y corrió detrás de ella. La ubicó e intentó retenerla cuando vio que ella lloraba, se detuvo en sus impulsos y sintió que todo lo que había hecho por cambiar se estaba perdiendo. La caminante huyó de ese lugar y no supo más de él.
Fue cuando el habitante recordó todo. Se quedó estupefacto y empezó a recapitular todo con una voz suave y la mirada perdida. Al fin se había convertido en lo que no quería ser. Había tenido muchos conflictos para cambiar y adaptarse a la sociedad y todo lo había dejado ir por la borda. Lo que le quedó en su mano después de ver a la caminante huir fue aquel relicario de plata que ahora tenía nuevamente en sus manos. Aquel relicario que desencadenó una negación al mundo real y una vez más su aislamiento de la sociedad.
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