Páginas

29.12.09

Enigma... e interés por el arte



Hace poco tuve la oportunidad de de visitar una exposición de arte muy agradable, era arte contemporáneo en una sala y arte antiguo en otra. El silencio me permitía escuchar la voz interior apreciando cada linea, cada color y cada curva delimitada en la expresión de emociones plasmadas en la figura, forma y fondo. Era una aventura mágica y llena de fantasía, complementos cognitivos permitidos por la imaginación. Deslices de colores y sombras envolviendo y transmitiendo el objetivo del autor en la búsqueda de la abstracción. En ese viaje cuasi-espiritual en el que me encontraba recordé entonces mi primer encuentro con el arte expresado en una gran sala de exposiciones. 

Estaba intrigado hace unos años atrás en cómo se veían aquellos edificios de Lima en la época en que mi padre vivía aquí como universitario. Imaginaba la casona San Marcos, la Biblioteca Nacional, la ciudad e Lima misma con pocas calles y trafico vehícular. Fue entonces que aprovechando la oportunidad de pasear por la Av. Abancay le propuse a mi padre entrar a visitar aquella Biblioteca Nacional, la cual me había contado en sus historias de cuando era joven y caminaba por el centro de Lima. 

El edificio se mostraba rígido, frío, iluminado como un señor viejo, enojado observando desde arriba al pequeño visitante. El ambiente interior se veía diferente era acogedor aunque exageradamente amplio para lo que estaba acostumbrado (hasta entonces), las escaleras tenían un recubrimiento muy elegante y del techo alto colgaban unos candelabros bien detallados que me dejaron con la boca abierta. Al frente de la entrada iluminado por la luz de afuera, y ya sin escuchar ni percatarme del bullicio del tráfico, observé una escultura de un anciano con los cabellos elevados que parecían ser llevados por el viento, en sus manos se observaba un pincel, un martillo y un cincel, además tenía artilugios y detalles alrededor que me hacían pensar en la época cuando vivió y si mal no me acuerdo me pareció observar un águila también.

En la base donde se erigía aquella obra escultórica se observaban letras rectas talladas "MIGUELANGEL B.". La observación de los detalles y la interpretación de la imagen por primera vez me parecieron un ejercicio único y especial, sentía que el ambiente me permitía analizar y aprehender lo que el artista pensó plasmar al formar la imagen del gran artista del renacimiento. Mi padre me acompaó y me dijo que ese hombre había pintado el techo de la Capilla Sixtina y continuó contándome sobre lo que sabía de él. Mientras se llevaba a cabo aquella conversación se acercó un señor se saco y corbata que se notaba amable y que trabajaba en la Biblioteca.

- Miguelangel... 
- El pintor del techo de la Capilla Sixtina -  dijo mi padre.
- Así es, además de pintor, también fue escultor y arquitecto por eso el cincel y el pincel en su mano y a sus pies unos planos en rollo - aumentó la información al comentario el hombre sin nombre - ¿saben porqué está la B después de su nombre? - continuó con un aire intelectual y con ganas de compartir lo que sabía.
- Mmm... - Nos miramos los rostros mi padre y yo.
- B de Buonarroti. Miguelangel Buonarroti era su apellido.

Comprendí entonces que la apreciación por el arte no necesariamente se debía hacer solo por que sí sino que se debía conocer e informar acerca de lo que se propone observar. Fue también cuando mi interés por el arte se incrementó y empecé a buscar otros lugares de exposición y desde entonces no me olvido de Miguelangel Buonarroti, el artista cuyo nombre sin querer me hará recordar aquella dimensión del ser humano de expresar y ser entendido.

- zach - 

No hay comentarios.: