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2.8.09

Luna, mar y horizontes

La luna está llena, blanca entera, sus mares congelados se diluyen y se mezclan con el color blanco para poder dejar mostrar un claro más brillante, un claro único. Las nubes simplemente escoltan tal belleza inocua. Recuerdo muchas oportunidades anteriores en las que tuve la oportunidad de ver a la luna tal y como la observo ahora.

Estaba en la playa, aún lo recuerdo como si fuera ayer cuando en realidad fue hace unos ocho o siete años atrás, era 31 de diciembre y era un campamento a la orilla del mar, estaba aún en la etapa preadolescente y mis hormonas estaban por inquietarse, la luna fue la que guardó aquel secreto.

Era una época de travesuras. Al llegar, no embarcamos... en la aventura de construir carpas. Éramos un grupo de 3 púberes (como los llaman ahora, aunque suena raro no?) que estábamos en la misión de poder armar la mayor cantidad de carpas de la comunidad acampante... se aprovecharon de nuestra nobleza y nos dejaron construir. Luego, una vez cansados y con el sol radiante (antes no quemaba como ahora) nos fuimos al mar a nadar un rato antes de que se haga tarde.

Las olas estaban perfectas, sentir que rompían a tus espaldas después de haberte zambullido era casi sublime. El sol quemando nuestras espaldas y el mar reflejando su brillo, era casi perfecto. A unos metros a la izquierda unas chicas de nuestra edad, jugaban tan alegres como nosotros, eran muy lindas y de aquella cualidad nos percatamos los tres. Nos acercamos para planear el encuentro (aquel comportamiento sutil y reconocible cuando las hormonas empiezan su labor), entre la reunión acordamos que el líder las saludara y quedara en conversar como caminando a la orilla. El líder (claro está no era yo) se adelanto, nosotros nos pusimos aún en plano para que nos miren, la lideresa se adelantó y conversaron unos cinco minutos, mientras nos hacían señas de que el trato ya estaba hecho.

El trato había quedado después de la cena, pues sella también se iban a quedar para celebrar año nuevo. Nadamos una hora más y luego salimos para dar vueltas y hacer una estrategia de "ataque", aún quedaba mucho tiempo para pensar y hacer, el sol aún no acariciaba el horizonte y nosotros estábamos muy ansiosos que llegue la noche. Decidimos avanzar el reloj subiendo un cerro que era el límite entre aquella y la otra playa. Fue una peripecia que de seguro se sujetará de la experiencia de aquella noche en nuestros recuerdos de la preadolescencia. Subimos la cuesta arriba la primera impresión: lagartijas, unos pequeños reptiles que se daban cuenta de nuestra presencia y corrían lo más rápido que podían, en nuestra curiosidad, les perseguíamos. Uno de nosotros, se concentró tanto que estaba en plena carrera detrás de una diminuta lagartija, gris por el polvo, cuando no se percató de que estaba yendo al borde del cerro y si no le llamábamos gritando el hubiera caído entre las olas que rompían sobre las rocas de la base. Continuamos en nuestro camino fuimos al tope de aquel cerro, encontramos los nombres de los conquistadores previos de la cima, fuimos indiferentes y decidimos regresar sólo porque ya no había más que ver que la otra playa en un horizonte sin límite (por más incongruente que suene) dado que sabíamos que desde ese punto de visión panorámica y limitada en el rango de nuestros ojos la tierra era redonda y el mar inmensurable. Regresamos.

La noche se acercaba y no sabíamos cómo poder avanzar las horas, sólo con el fin de poder conversar con nuestras coetáneas y sonreír a la luz de la luna (en nuestra inmadurez expelíamos nuestras emociones sin querer encubrirlas, sin represión, salvo una muy sutil que era que no queríamos que los adultos se enteren, situación que hacía mucho tiempo había sido descubierta y encubierta por los mismos con el fin de observarnos, nosotros insapientes de esta situación repartíamos miradas mentirosas y apurábamos la hora de comer observando la cocina). Llegó el momento de la cena, nuestro sistema respiratorio nos obligo a suspirar y fuimos presa de una broma, la comida estaba muy caliente. En el apuro de terminar lo más rápido posible nos quemamos la lengua, perdimos la sensación gustativa que fue remplazado por una ardor en la punta de la lengua que no se nos quitaría sino hasta dos semanas después y nos retrasamos en la hora y no porque termináramos últimos sino que terminamos primeros pero con un dolor estomacal que no se quito en media hora.

Llegamos a la cita pactada con una premura de no llegar tarde cuando ya era tarde, felizmente y cómo toda mujer preadolescente, estaban practicando en el afán de llegar tarde (cualidad ostensible de las damas de 22 años, :) sólo algunas) lo cual nos llevó a encontrarnos en la situación de llegar tarde al mismo tiempo, lo en síntesis significaba no llegar tarde. Estábamos en la primera cita de amigos preadolescentes que no sabían que hacer sólo mirarse y sonreír hasta que el más osado de nosotros atinó a decir: Vamos a caminar. Fue una distensión asombrosa del ambiente, pues todos aceptamos la sugerencia y poco a poco nos íbamos alejando no muy lejos para que no parezca que estuviéramos ansiosos por estar solos. Cada cual con su pareja se fue apartando y la luna blanca se hizo presente detrás de una nube, las estrellas sonrieron desde lejos tal y como lo suele hacer el sol todos los días en verano y los seis divididos en tres grupos de dos nos olvidamos de la presencia de los otros y reservamos el tiempo y el espacio para sonreír y hablar. Las olas mostraban su borde blanco que se aclaraba conforme se acercaba a la fogata de un campamento al lado, el horizonte se mostraba obscuro y se mezclaba en con el cielo en una curva lejana y sutil. el momento era el indicado y faltaba muy poco para Año Nuevo... fue justo en ese instante de armonía, sutileza, sencillez, inocencia preadolescente que ocurrió. Me desperté del sueño golpeando mi cabeza con el borde del segundo piso (si es que se puede llamar así) del camarote. Fue la desilusión y la necesidad que ese sueño vuelva y no acabe, trate de cerrar los ojos lo más que pude sin embargo los rayos solares ya habían invadido el recinto. Sólo me quedo despertar prepararme para salir a caminar.

Salí de mi casa rumbo al parque, común hábito adquirido desde ya hace mucho tiempo, alcé la vista y estaba la luna blanca con sus mares congelados mostrándose osada de día, enfrentando al sol en su labor de alumbrar, robándole cada brillantez de aquel astro y regalando mística y misterio. Sonreí y empecé a tararear una canción que irá a través del mar hacia ese episodio onírico para concluir con lo esperado y ansiado por aquellos tres preadolescentes.

zach.
miércoles 05 de agosto del 2009

P.S.: esta puede ser una de las canciones que también enviaría a ese universo preconsciente.


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