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30.8.09

El habitante (parte I)

Este día no está necesariamente gris, pero el brillo cotidiano se ha ido, el sol ilumina peor no hay luz en la habitación a pesar de las ventanas abiertas. El viento grita al rozar con el borde de las ventanas y rompe la tranquilidad del recinto, el habitante se pone de pie y camina hasta verse frente al espejo y empieza a recorrer con su vista cada elemento reflejado. El fondo es la pared opuesta de color intenso, azul. Los muebles son bajos y amplios en desacuerdo con la magnitud de la habitación, oscurecida por una razón sin lógica. Los haces de luz sutiles se pintaban sobre la pared escondiéndose en los límites de las ventanas y difuminándose en el ambiente primaveral del exterior. Sobre una mesa pequeña al lado de uno de los muebles amplios se observa un cuadro, dos rostros. Un recuerdo feliz.

El habitante contempla el recuadro y la fotografía que alberga, se acerca y coge el objeto limpia el polvo, evidencia de su olvido. El habitante traza imaginariamente con luz a su alrededor, la alegría encuentra un lugar dónde instalarse y da un hálito de libertad al ambiente, el sol y sus haces se inmiscuyen en la falta de brillo resucitan el estado de ánimo del habitante que repasa en su memoria el momento que la fotografía fue hecha. El viento deja de gritar en el bode de la ventana y se permite ingresar en la escena, las cubiertas de los muebles descubren las polvaredas diminutas que danzan y envuelven al sujeto desde los pies hacia la cabeza, se van convirtiendo en partículas brillantes y revitalizadoras. El cuadro toma vida y el recuerdo conlleva a una sonrisa en el rostro del habitante, luego la risa, un arrebato de euforia, luces y objetos alrededor, levitantes, cíclicos en su movimiento. El color retoma su parte en la escena e invita al habitante a salir del recinto, le invita a dejar su rol de habitante y convertirse en caminante.

El caminante coge la manija de la puerta que obstaculiza su salida al ambiente primaveral del exterior, aquella puerta un poco rasguñada, con detalles antiguos, de madera pesada y de imponente forma, tallada rápidamente y sin detalles, con esquinas rudas. Gira la manija y descubre el universo diverso en el mundo exterior, las calles con un color muy distinto al que se había imaginado, recordó que hace algún tiempo era también así, los colores estaban tomando su color y sorprendido de ese cambio. Caminó de frente y se dirigió hacia el templo que se erigía en medio de la ciudad, al lado de un parque inmenso. El templo era muy moderno, el caminante sintió que había estado mucho tiempo como habitante, el tiempo había transcurrido raudo afuera de la habitación y comprendió que había perdido muchas oportunidades de disfrutar del mundo exterior, se detuvo a analizar los vitrales que adornaban a la iglesia, los detalles que daban una impresión de ser más alta de lo que, en efecto, era, líneas muy largas que contornean las paredes, los extremos de la iglesia, en lo alto del frontis de la construcción una cruz diseñada y esculpida en yeso. Las puertas del templo mucho más imponentes que la de la casa del habitante, ahora caminante. Decidió ingresar mientras iba repasando en su memoria las historias que lo traían de vuelta a la realidad, al la sociedad, a comunicarse consigo mismo y con el mundo que lo rodeaba, fue exactamente en esos instantes que sintió un aprisionamiento en su pecho, del centro a la izquierda en su pecho, la respiración se hizo más continua, seguida, constante, y el sintió que algo estaba por pasar.

Las sombras de la iglesia, muy alta, se hicieron más agudas, el color se fue yendo poco a poco, se hizo muy opaco, existía le color sin embargo era muy cercano al gris, o tal vez sería un gris coloreado con los colores básicos, el ambiente se transformó. Su memoria le traicionó y fue cuando recordó el episodio que le hizo sentir ese apretón pectoral. Las personas que participaban en esa escena pictórica en el retrato de la habitación que, por cierto, se encontraba en su mano izquierda y que se cayó cuando el caminante sintió que el pecho le apretaba, aquellas personas sonreían en la fotografía sus ojos estaban muy brillantes, sinceros y felices, de fondo estaba el parque enorme, al lado la iglesia moderna, detallada y brillante con su cruz en la cornisa. Esa tarde hace unos años cuando aquella pareja estaba feliz, se desató algo inesperado, el sol se ocultaba en el horizonte y las luces de los carros que cruzaban alrededor del parque ya se hacía evidente, el caminante y la caminante se dirigían rumbo a la iglesia y observaron cómo un señor, dueño de un restaurante maltrataba a un niño de 10 años, le gritaba y le recordaba en frases repetidas que no servía ni aún para recibir mandados, que era un inútil.

El caminante se acercó para defender al pequeño, empujó al señor y se agachó extendiéndole su mano para ayudar al pequeño a ponerse de pie. El niño cambió de estado de ánimo empezó a reirse a carcajadas, y musitó: no puedo creer que seas tan ingenuo ja, ja, ja… El señor que se recuperaba del golpe en la pared se empezó a reír del caminante junto con el niño. El caminante buscó desesperadamente su acompañante, pero no la encontró. Corrió para buscarla en a la vuelta de la esquina, en el parque, en el templo alto, muy alto, en las tiendas, no estaba había desaparecido, después no recordaba más.

El cuadro quebrado sobre las escaleras que llevaban a la puerta de la iglesia alta, muy alta, los vidrios y la cerámica rotos estaban regados en los escalones y el viento una vez más empezó a gritar ya no en el borde de las ventanas sino en los bordes de la iglesia en la esquinas y el sonido era muy ensordecedor, indisoluble en el ambiente. El sol ya se había ocultado pero aún quedaban rezagos de sus haces en los cielos morados y naranjas.

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