Ayer, después de tanto tiempo me dí el gusto de visitar el Museo de la Nación. Un lugar donde disfruto mucho de estar ahí por el silencio y por la información que guarda presta para ser atendida y aprehendida. Caminar como mínimo unas dos horas observando hitos que perduran en el tiempo para contar historias. Cerámicas, retablos, lienzos, libros, fotografías, cada utensilio forma parte importante para evocar memorias de historias que no conocimos.
Nací a fines de la década de los ochenta, recuerdo vagamente el terror que se vivía en el Perú por ese entonces, las noticias de atentados eran borrosas frente a programas de televisión en blanco y negro que intentaban alegrar al público ya mermado de llanto y dolor en la situación política y social que impedía al Perú desarrollarse en educación y en economía. Las conversaciones de preocupación de los adultos no era ocultada, sin embargo el brillo de juguetes de plástico o de un algodón de azúcar hacían que mi atención se dispersara. Abrí mis ojos a la realidad peruana en el gobierno de Fujimori, donde aparentemente las cosas estaban más estables. Sin embargo, las noticias en la televisión sobre atentados y luchas antiterroristas, la imagen de un hombre de barba con polo y pantalón a rayas detrás de unas rejas caminan de un lado a otro levantando la mano izquierda también se habían quedado grabadas en mi memoria y sabía de una situación difícil que tuvo que vivir el Perú, justo en la época donde nací. Recuerdo la historia que contaban mis padres sobre la travesía para regresar a casa, pues justo estábamos de viaje de vacaciones, que tuvieron que hacer cuando el inti dejó de ser inti y se cambió de moneda a nuevo sol. Escuchar hablar a personas sobre el dolor de huir de sus tierras para llegar a Lima, escapando del terrorismo donde la mejor opción que podías tomar era quedar callado para que ni los miliares, ni los terroristas, te hagan algo. Fotos de personas haciendo colas para conseguir alimentos, toques de queda, juicios donde lo que menos se practicaba era la justicia, todo grabado como un mal sueño, borroso.
La exposición Yuyanapaq, me enseñó a valorar lo que realmente fue ese episodio de terror para el Perú y de los estragos que todavía se siguen sin solucionar en esta época. El inicio de la "guerra armada" se localizó mucho tiempo antes de que se declarara, como cualquier pleito las heridas se empiezan a marcar cuando los malentendidos y el desconocimiento de la total situación empujan a tomar decisiones erróneas, impulsadas por la emoción del hecho de sentirse denigrado. La brechas sociales que diferencian a una personas de otra hace que las emociones basadas en la frustración impiden el uso adecuado de la razón y el recurso próximo es la violencia. Eso pudo ser prevenible, pude ser evitable. Pero las cosas se dieron así, y lo mejor que podemos hacer ahora es aprender de ese doloroso pasado. Mi interés por el pasado político de mi país me llevó a conocer que se escribió mucho sobre testimonios de personas que vivieron en comunidades poco atendidas por el gobierno donde iniciaron ideologías radicales de izquierda que idealizaron un sociedad sin jerarquías aparentes. El dolor que produjeron sus impulsiones afectaron tanto al país que el número de víctimas no sólo quedó el más de sesenta y nueve mil personas asesinadas en circunstancias de desesperación de, por un lado no poder avanzar en la propagación de una idea y por el otro de acabar con la afrenta contra el estado y en el centro el pueblo, las víctimas están hasta ahora con el cargo de sus recuerdos imborrables, traumas mal procesados que afectan a sus descendientes, generan familias con resentimiento, con miedo, con dificultades para crear soluciones positivas a su situación.
Las generaciones que llegan después de conflictos crean diferentes formas de afrontar su entorno, algunos deciden la autodefensa de sus propiedades, otros buscan la conquista de nuevos bienes, otros se refugian en su soledad y sufren durante su vida, otros son indiferentes a su frustración y creen que nada sucedió, pocos son los que deciden aprender del pasado y trazarse metas que puedan desarrollar una sociedad de cooperación, responsabilidad y respeto, una sociedad donde se busque el bien común y se ponga de lado el egoísmo. Yuyanapaq insta a un esfuerzo conjunto que promueva el trabajo mancomunado de estado y pueblo para el desarrollo de políticas que afiancen un avance progresivo y sostenido entre la pluralidad de nuestro país. Esto nos permitirá aprender de una forma adecuada y madura a afrontar los grandes estragos que dejó esta guerra. Estemos listos a no olvidar, recordar y concretizar un futuro mejor para la sociedad.
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