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10.1.11

Susurro

Es tiempo de empacar
Me voy de viaje
Extiendo los brazos al horizonte
Abrazo el universo
A volar


***
Sofía, tiene ojos grandes, una mirada inquebratable y la sonrisa de su madre.
Sofía, es pequeña, quiere caminar pronto.
Sofía, gusta de aprender de todo a su alrededor, es inteligente, astuta y práctica, además le gusta jugar también.

***
Un día desperté en una llanura de pastizales y sauces cerca a un río que emanaba agua cristalina y donde vivían peces de diferentes colores. En el horizonte podía observar una lluvia de la serranía, arco iris que surgían como cortinas después de la lluvia iniciados en el rocío o tal vez en los cristales. En quel universo de tranquilidad sospeché que aún seguí durmiendo, soñando.Caminé hasta encontrar una casa de dulces en medio del bosque, entré empujando la puerta de chocolate. Hola, hay alguien en casa. Nadie contestó. Pronto, me encontré visitando todos los compartimientos que tenía la casa. Las paredes de malvaviscos, los cuadros de frutas y chantilly, brownies en el techo como candelabros y caramelos en las manijas de las puertas  que una tras otra develaban un hogar dulcérrimo. Habían también manazanas dulces, duraznos en almibar, babarois de guanábana, entre otras melosidades. Encontré galletas saladas, también. Luego de revisar toda la casa llegué al sofá de algodón de azúcar extendí mi brazo recogí un pedazo de la lámpara que era galleta de vainilla añada en cobertura de chocolate blanco, sentía que era demasiado dulce por ese día y quise prender el televisor de chocolate bitter y ver vasos de agua para que el sabor del dulce se disipe. La puerta se abrió y entró una señorita con un bebé en brazos. Me quedé atónito ¿Estería invadiendo su espacio onírico? Tendría que pedir alguna disculpa por los dulces faltantes.


- Hola
- Hola
- ¡Qué bonito bebé!
- Dirás bonita
- ¡Oh! Es muy linda, como su mamá


Ella sonrió y me miró a los ojos, me fue muy familiar esa mirada. 


- Tiene la nariz de su padre


Lo dijo y continuó sonriendo, me sentí feliz. Reconocí aquella sonrisa en la bebé también, tenía sus hoyuelos en las mejillas. Éramos padres, estábamos en casa y teníamos todos los dulces a nuestro alcance. Deberíamos proteger a nuestra hija de ellos hasta que tenga edad suficiente para saber reconocer el nivel tolerancia del organismo para procesar los dulces y debería empezar por nosotros en el comprender primero el nivel de tolerancia que tienen nuestros cuerpos frente a tanto dulce, debería empezar por mí. Tendría que hacer tantos cambios que me cambiarían la vida entera. Todo lo posible por proteger esa pequeña vida de la cual éramos responsables, todo lo posible por trascender a través del compromiso de cultivar en su vida un ritmo de hábitos que le hagan una niña que sepa reconocer los peligros y sea siempre sincera. La llamaríamos Sofía, por su interés por conocer sobre lo que le rodea. Siendo aún pequeña sus manos exploran las cosas a su alrededor, descubre texturas. Siento que tengo el deber de protegerlas, de acompañarlas y sonreir juntos, siento que los dulces son retos que podemos evitar o usar moderadamente por el bien de nosotros, por el bien de Sofia.


Después de esto, se hace difícil despertar. Tal vez no sea el momento para seguir despierto en este lugar de pastizales y casas de dulces, tal vez sea necesario sólo soñar en la realidad como si fuera un susurro del futuro.

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