Rebuscando en aquellas gabetas que recogen documentos de mi pasado, y algunos recuerdos de interacciones con personas valiosas para mí en esos momentos y ahora más o menos también, encontré un pequeño libro azul de unas doscientas páginas de textura antigua con algunas manchas de vejez y con cierto trajín en la encuadernación. Lo cogí con añoranza pues a mi memoría trajo imágenes de lecturas largas en las que ponía en juego mi imaginación y acompañaba al Dr. Otto Lidenbrock y a Axel en su travesía por miles de kilómetros de viaje no sólo a través de la superficie terrestre sino, como ya se entenderá, también al centro de la tierra.
Recuerdo cómo conseguí ese libro. Fue un regalo de mi padre, el lo compró por el hecho de que quería que yo leyera y yo lo leí por el hecho de me causó curiosidad saber que Julio Verne fue alquimista que fue considerado profeta por sus escritos futuristas para la época y, en algunos casos, considerados como descabellados. Ese era Julio Verne un descabellado que se atrevió a soñar sin pensar en que tarde o temprano esos sueños serían llevados a la realidad con esfuerzo y dedicación. Me imagino a Julio Verne quedándose pensando en alguna idea que pudiera llevarse a cabo en su taller un objeto que pudiera volar o sucar el océano o ir al espacio. Siempre con un destino, siempre con un objetivo.
Aquel día, cuando empecé a leer aquel libro azul, hacía frío afuera. Me recosté en mi cama. Apagué el televisor y con un resaltador en mano comencé a identificar las palabras que no me eran familiares, así comencé aquella travesía que me llevaría a muchos lugares mediante muchas páginas y con muchos autores. Hace poco encontré ese libro, hace poco recordé que mientras seguía la trama de la historia empecé a visitar algunos parque a mirar a las personas caminar con sus hijos o tan sólo a pensar dejándo mi mirada fija en el mover de las hojas de los árboles llevadas por el viento. Fue hace muchos años y no me arrepiento de haber cogido esa tarde aquel libro azul que hasta ahora me acompaña contándome desde su tapa la historia de una aventura. Otros libros también lo hacen, me cuentan cada cual, a su manera, una historia nueva o con más detalles, con palabras que hacen la lectura lenta o con frases que sintetizan el detallar del entorno. Así que no esperaré quedarme otro día sin darle vuelta a una página y descubrir un mundo lleno de posibilidades ligadas a la imaginación que compartir, no sólo por recreación sino también para impartir un mensaje claro: una sociedad en la que se cultiven el respeto y la responsabilidad.
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