La caminante se acercó corriendo a donde se encontraba el habitante yaciendo sobre el suelo, tenía las manos sangrantes por los vidrios rotos del retrato quebrado cuyo marco estaba a unos metros de ahí. Le toma de los hombros y empieza a llamarlo por su nombre, pero el habitante no contesta, está con los ojos perdidos, repasando en su pasado, en todo lo que lo llevó a esa situación. el episodio en el que quedaba solo se repetía una y otra vez en su memoria y esto le impedía estar en su presente y darse cuenta de que la caminante estaba con él, gritándole para que le haga caso.
En su memoria repasa el recinto donde estuvo, el espejo, las ventanas, la falta de color, la mesa amplia, los muebles, el retrato y... exacto! faltaba algo, el relicario de plata. Aquel relicario era una joya de diseño muy simple, básico y sin muchos detalles. El contenido era muy importante y valioso sólo que el habitante no podía aún comprenderlo, ni aún intentar recordarlo con claridad. El habitante tuvo un deseo enorme que salió de su constelación interna, quiso retroceder el tiempo, llegar de nuevo a la habitación y empezar a describir todo de nuevo. No podía, sólo deseaba. Cuando el deseo interior se fue acrecentando el empezó a escuchar la voz de la caminante muy lejos, allá fuera de él. Buscó encontrarla. Buscó en su lugar, pero no la encontró, recapacitó que había pasado mucho tiempo en la visión hacia si mismo y empezó a salir de su mundo y darse cuenta de su alrededor. Primero el tacto, algo líquido en sus manos, sus hombros los sentía aprisionados y el suelo frío tanto como el viento en su rostro. Segundo, el olfato, un suave perfume que se quedó grabado en su mente como tantas cosas que no comprendía, el olor a tierra también. Tercero, el sonido que venía junto con el tacto pero que se detuvo un momento porque se sentía difuso, ahora más nítido, la voz de la caminante. Finalmente la visión, que empezó con brillos de las lucez al rededor y poco a poco tomando formas, sombras que se aclaraban y al fín, el rostro de su amada.
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