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13.5.11

Incontrastable (III)


Al día siguiente, fuimos a visitar lugares donde antes no había visitado hacía mucho. Primero fuimos a un lugar donde la calma se podía escuchar a través de la brisa balanceando los árboles y recibiendo el calor del sol en un lugar donde trabajan personas con nuestras creencias filosoficas afines. Conocí el lugar donde trabajan y además tienen un espacio donde pueden recrearse haciendo deporte. También visité la librería, me distraje viendo algunos títulos y fue ahí donde encontré un título que me llamó la atención: Mil caerán. Me interesó tanto que lo compré. Y empecé a leerlo hasta cuanto pude, en el momento que me permití y con el objetivo de leerlo de tapa a tapa.

Mientras la historia me envolvía en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial, podría ver que el paisaje cambiaba y me llevaba a un lugar apartado de la ciudad. El acceso con vehículos se fue haciendo cada vez más difícil. Hasta que se acabó la carretera y llegamos a un restaurante donde tenían un criadero de truchas y servían recetas típicas de la zona teniendo como ingrediente principal a la trucha. Cerca a nuestra mesa, que era una construcción de madera que formaba una mesa y sus sillas, llegaron unos gorriones raudos, felices y juguetones. Te pensé y quise traerte para que comas conmigo, para que disfrutes del clima y para disfrutar de tu mirada hacia los gorriones. Las truchas en su habitat, viajaban todas en grupo, ordenadas talvez, en el orden que les dictaba su instinto, insapientes de su destino, indefensas de la mano del hombre.

Ese día me alegré de estar en aquel lugar, viendo en las laderas de los cerros que nos rodeaban un bosque de eucaliptos que se sostenían el uno al otro siempre delgados, siempre descascarándose, siempre danzantes en sus ramas. El río al lado del camino y el susurro al chocar con las piedras traía una sospecha de desestrés. De paz. Al regresar por el camino, observamos también algunas cantutas, cipreses y otras plantas naturales de la zona. También observamos algunos animales que eran arriados por sus dueños hacia sus establos, ovejas, burros y terneras, todos de regreso para reposar.

Durante algunos momentos libres, me escapaba de la realidad soleada y verde hacia las historias dramáticas de supervivencia en los años de 1940 en Alemania y sus alrededores. Todo parecía cambiar de color. Luego regresaba al paraje serrano del lugar donde me encontraba, disfrutaba de las nubes de algodón y del cielo celeste de fondo. Supe que todo se podría sentir más a gusto si estabas a ahí para compartírtelo. Pronto será.

En aquella oportunidad la noche estuvo silenciosa, apacible y con alimento en aquella fortaleza de paz que perdura en el tiempo, aquella morada donde la matriarca de mi familia reside y donde pude encontrar algunos libros que le pertenecieron a mi abuelo y que me interesaron mucho pues serían libros que si los leía pudiera compartir más de cerca aquella afición de mi abuelo por el conocimiento. Recuerdo cuando era niño y lo miraba alto y con admiración. Luego me decía: Hola hijo, ya creciste un poco más que la última vez. Poco tiempo lo conocí, poco tiempo pudimos compartir nuestra amistad, pero a raiz de las historias de mi madre y mis tíos pude conocerlo como alguien que disfrutaba de la lectura y de los viajes, un hombre interesado por ser mejor cada día aunque un poco reacio a olvidar algunas costumbres de su familia. Me enseñó la vida del campo con palabras simples, para mi edad y comprendí que esa era la vida que siempre había llevado, era su rutina, era una danza que no podía dejar de realizar. Encontré, esa noche, sus libros y decidí leerlos también. La noche me atrajo antes de empezar con los primeros capítulos, así que tuve que reservarlos para el siguiente día, el día de mi regreso, de mi pronto regreso.

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