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10.5.11

Incontrastable (II)


Ese día llovió, y también granizó. Fue una oportunidad para recordar por espasmos imaginarios algunas imágenes de la niñez que uno las memoriza por intención, a propósito y sólo con el fin de sentirse como uno se siente en ese instante, sentir el frío, la brisa que acompaña la lluvia, escuchar los golpes del granizo sobre el techo, sobre las calaminas, sobre el suelo, ver cómo la calle se moja y luego se convierte en un camino blanco. Ese día llovió y me vinieron esos recuerdos, volví a sentir la calidez de una frazada, volví a ver la lluvia desde mi ventana, volví a considerar estar contigo pronto frente a este paisaje, tal como hace algún tiempo, algunos meses, estuvimos también.

Ese día salí a caminar después de la lluvia. Ya era de noche, así que el cielo despejado una vez más dejaba ver las estrellas. Las calles estaban de otro color, tal vez más vivas. Los caminos en sus orillas formaban pequeños riachuelos que se alimentaban el uno al otro, se encontraban y se alejaban como si tuvieran voluntad propia. El olor a tierra mojada y la brisa fría se sentían en el ambiente. Al caminar me percaté que las luces de la calle, los transeúntes, las casas, el cielo oscuro y estrellado, todo encajaba bien en una fotografía. Capturé aquella imagen.

Ese día pensé llegar a un parque, sacar mi billetera y extraer de ella una fotografía tuya que guardé un día antes de viajar, así podrías acompañarme, así podría estar contigo. Ese día encontré el parque y vi que cada persona iba a diferentes destinos, y supe el mío ya lo había encontrado. Me senté en aquella banca. Eché un vistazo alrededor los árboles y sus extensiones. ¿Alguna vez me habría sentido tan cómodo, tan ensimismado en un lugar como ese? Tal vez no, pero de pronto sentí que la gente sólo pasaba y no le importaba que era lo que yo guarde entre mis manos, tal una que otra mirada infantil se distrajera en mis actividades pero nada más allá de lo normal. Así que extraje tu fotografía, me repetí la promesa que te hice antes de viajar. Regresaré pronto. Miré las estrellas, pretendí escribir nuestras historias en ellas.

Al regresar, me visualicé acurrucado en aquella cama que me acogería esa noche, aquellas colchas polares que me abrigarían y evitarían que me acontezca una hipotermia. Desee abrazarte. Me preparé para el siguiente día, estableciendo un recorrido mental sobre qué tendría que hacer, y qué lugares tendría que visitar. Me propuse algún día llevarte a visitar aquellos lugares. Conocer los bosques de eucaliptos que se observan al lado del camino yendo hacia un criadero de truchas. Ver el cauce del río. Examinar las pocas retamas que quedan y contarte que antes no era así, que antes a cada metro podrías observar una adornando el camino. Observar el cielo celeste y las nubes de algodón o atender el aleteo de un colibrí. Pronto, estaremos juntos disfrutando de este paisaje, de este momento.

Habiendo llegado ya a recostarme sobre aquel lecho cálido recordé lo que me comentaste sobre el lugar donde creciste, empecé a imaginar todo cuanto podía recordar tus descripciones y dormí con aquellas imágenes, dormí corriendo a tu lado hasta llegar a unas cuevas, dormí observando el cielo recostado sobre aquella piedra que abraza, dormí caminando entre cipreses, tal vez jugando a las escondidas, tal vez escapándonos de las cosquillas, dormí comiendo frutas a la sombra de un árbol, dormí preparando mis maletas para regresar, pronto.

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