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16.9.10

SMS

5:00 pm

Camino por Paseo Colón un poco distraído aunque siempre vigilante por si algo extraño sucede, algo realmente extraño. Subo a la combi que me traerá a casa y me siento un poco más seguro, entiendo y asumo que es un día tranquilo para muchos transeúntes por su rostro alegre y con brillo del sol reflejado y conjeturo dos posibilidades: O yo estoy feliz y todo me parece de colores vivos a mi alrededor, o todos están felices y me hace sentir que puedo estar feliz yo también. No sé. Cualquiera de las dos posibilidades me hizo evocar a mi memoria que pronto llegaría un día esperado, un protocolo social adquirido por las creencias adolescentes de mi entorno y correspondido con algunas actitudes de la persona a quien quiero. Sonrío y pienso en escribirle. Tal vez explicarle porque a veces me quedo pensando deseoso que las redes neuronales se mantengan activas en impulsos cuya frecuencia se mantenga al ritmo más rápido posible. Veo a las personas subir tan felices como yo, o yo como ellas, algunas buscan un asiento libre en el vehículo, a unos pasos de la puerta el cobrador llama con la voz ronca a tantas personas se acerquen a él o le presten atención, las llama, las alaga, les insulta, hace chistes y también escrutinio de algunas damas que bien arregladas y dispuestas a llamar la atención pasean por la calle. En eso una señorita, al parecer saliendo de su trabajo por su cartera grande y el recipiente que pudiera contener su comida del día en los brazos, sube y ubica el único asiento libre que queda. Junto a mi.

5:30 pm

Ya cerca a la Av. Nicolás Ayllón suena un celular. Echo un vistazo por la ventana, desviando mi mirada del libro que leo, y luego continúo recordando fugazmente el destino de mi celular. Ella, la chica que subió al último, busca en su bolso grande su celular y lo revisa. Percibo que le ha llegado un mensaje de texto y que naturalmente ella decide leerlo.

Te amo, te amo, te amo y ...

Un poco predecible el mensaje, pienso para mi describiendo en mi pensamiento la avidez con que revisó el móvil y luego sus ojos cambiaron de tonalidad. Supuse que serían buenas noticias para ella. Incluso luego de leer el mensaje junto su celular a su pecho y se quedó pensando, luego digitó rápidamente según el menú que aparecía en la pantalla buscando el cuadro de diálogo para responder el mensaje que le envió. Esperé, en mis ansias chismosas, que me preguntara cuál sería una mejor respuesta, pero las reprimí y continué leyendo mi libro que por cierto trataba de Nabokov y sobre el contexto, tal vez las vivencias, que le permitieron escribir Lolita, aún así puse en stand by mi curiosidad por lo que ocurriría con la respuesta de aquel mensaje ajeno que leí de a pocos entre reojos y sonrisas medias de descubrir historias ajenas. La chica seguí escribiendo su respuesta, y siguió escribiendo por largo rato...

No necesito que soluciones mis problemas por mi, yo puedo defenderme sola...

Entendí entonces que la felicidad aparente con la que ingresó al vehículo sólo fue una distorsión que recaía en mi percepción. No quise saber más, aunque continué especulando. Concluí dos cosas: 1) No sabes con cuántos  chismoso te podrías encontrar en la calle, o en el carro (Me percaté que no sólo yo estaba atento a la respuesta del mensaje sino también el otro pasajero que estaba de pie aferrado al pasamanos.). 2) Si vas a elegir una pareja, conócela. Antes que tengas que recibir mensajes incómodos, no vaya a ser que luego te encuentres en un embrollo en el que tus emociones te traicionen.

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