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16.9.10

Hamuy, quiero aprender...

El Pachachaca se veía grande, turbulento, un mensajero de gran ímpetu que avanzaba conforme a su ritmo y gallardía sobre las faldas de la Quebrada Honda. Recogí la maleta de colgaba en mi lado izquierdo desde mi hombro derecho y abrí el cierre, saqué con mucho cuidado mi cámara fotográfica y encuadré el río que se desliza por el camino trazado miles de años atrás y el puente que lo escolta. Luego... recordé.

Ernesto, es un joven que José conoció en su imaginación, o tal vez en un viaje a Abancay. No lo sé. Tal vez llega a ser el mismo en un reflejo de lo que le hubiera gustado ser. Lo seguro es que José estuvo donde estuvo Ernesto. conoció la cultura donde Ernesto se desenvolvió y simplemente (o aún más complejo) decidió contrastar aquello dos mundos que conoció: el primero, con frases construidas en primera persona, con vestidos y creencias abiertas a aprender y con una alegría prestada que se albergaba en la costa; el segundo, con frases trabadas y llenas de misticismo, con vestidos y creencias sometidas a la imposibilidad cognitiva de ser contrapuestas a otra realidad y con una tristeza a cuestas pero en el fondo con emociones más intensas, incluso la alegría.

Conocer Abancay, a través de letras, es un paseo por los límites de mi imaginación. Me hubiera gustado estar en Abancay, mientras leía Los ríos profundos, aún más ir por los lugares que describe José, empezando en el Cuzco. Escuchar las campanas de La Compañia, de La María Angola, caminar por aquellos pasajes con paredes de piedras que daban la impresión de moverse, de estar en movimiento a pesar de estar inertes. El mundo desde la perpectiva de Ernesto se convierte en un paisaje de sensibilidad ante la realidad, de melancolía afirmada en el dolor de sus compañeros de espacio, a pesar de ser foráneo tenía mucha identificación con el pueblo donde conocía personas que le agradaban y que odiaba con todas sus fuerzas, enamorándose de las chicas tímidas y deteniendo el tiempo para escuchar el cantar del zumbayllu con sus ojos oscuros que se parecían a los de Salvinia, tal vez por respeto a su amigo no se enamoró de ella, aún así la protegía. Aprendí mucho y contuve mis piernas para no llegar a visitar algunos registros de la existencia de José. Aquel joven impetuoso que lucha por la igualdad, por una sociedad con sentido de respeto y responsabilidad, me identifiqué con él mientras leía su biografía, hasta que llegué al penúltimo párrafo. Tal vez la necesidad de cambiar el mundo en un chasquido y la negación de sus defendidos a querer cambiar lo llevar a entrar en angustia. Fue cuando supe que quiso mucho cambiar a bien su sociedad y logró solucionar aquella interrogante grande de por qué no quieren cambiar, si, lo logró. Escribió y hasta ahora vive. ¿Estaremos dispuestos a atender lo que quería comunicar?

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