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20.5.09

Amando a Sofía

La alegría de escribir sobrepasa la alegría de verla todos los días, de sonreírle, de que ella lo haga regalándome sus ojos y luego arrancándolos de mis brazos. El punto, el epicentro de todo lo que se pueda expresar, de lo que no es real, de lo que describe la realidad absurda es la semántica es el imaginar cómo puede la realidad ser tan fluida y dejar de ser, aún cuando en todo momento lo es. ¿Cómo explicarla? ¿Cómo percibir adecuadamente? ¿Cómo encontrar la palabra exacta siendo que todas se formaron de supuestos, de símbolos de ideas, ideas sin forma?

Y saber cómo expresar lo que sientes sin ser vehemente, sin recurrir a las emociones, sólo describiendo la situación, naturalmente no se puede. Esto concurre a una idea, el cómo amar siendo razonable. Amar sin recurrir a la somnolencia de la fantasía, sin evocar el futuro perfecto, sin compilar todas las experiencias de tu vida y subordinarlas a la relación que en continuo la vives y no te percatas de que sólo es temporal, entender el amor como un proceso y no como un estado.

El amor es una incoherencia, además de adicción y sedante. Si es que ha de llamarse amor a ese estado anímico que no te da para más. Y lo mejor de ser abstracto y de pertenecer a nuestros más profundos sentimientos (reacciones a neurotransmisores y hormonas en nuestro cuerpo) es que se comparte, se vive, se entrega en los labios y se recibe en los brazos. Se interrumpe con una conversación banal y se vuelve a practicar la equivalencia de intercambio.

La distimia en cambio, te trae cordura, pero en medio de tanto amor socialmente generado, la cordura distímica se convierte en locura a la vista de los ciudadanos, la mayoría estadística que ama y odia a la vez, y la vehemencia una vez más rige y dirige sobre la razón sometiéndola y dejándola de espaldas sobre el paredón. El ser distímico te pinta el alma de color verde oscuro, te suprime las emociones a tal punto de envolverlas en una pelota de trapo y te convierte en un ser reflexivo que piensa antes de hacer pero como para hacer siempre algo es necesario tener una actitud valorativa que confluye en compromiso entonces el pensamiento es el que rige y dirige sobre la vehemencia sobre las emociones y es mejor no hacer nada , sólo pensar y quebrar el mundo de las percepciones falsas y elevar el pensamiento a otro nivel a un nivel cinético y mayéutico, un nivel socrático, un nivel del cual el mundo en su vehemencia pierda la capacidad de comprender la percepción elevada y profunda que la cordura te da y sólo se conforme a aceptar la verdad, tan fluida y tan axiomática cómo la realidad. Paradójica realidad, paradójica confusión.

El regalo de Dios, el pensamiento, para someter las emociones a lo último formar un cayo sobre ellas y olvidarlas, ¿o será para organizarlas, aprenderlas a sentir y comprenderlas después de haberlas aceptado como un método de canalización de energía tensional (entendiendo que el amor y el odio, la alegría y la tristeza producen tensión) y administración de nosotros mismos en el equilibrio de nuestros pensamientos? La acrobacia psíquica sobre el fino camino de la realidad, casi incaminable. A un lado el precipicio del descontrol, la primitivización de las vivencias humanas que conviven con la desgracia humana y enfermedades virales y al otro lado la infranqueable montaña de la razón y la formalidad del pensamiento, la racionalización pura que está a punto de caer sobre ti cual avalancha de pensamientos profundos que la mente se da el lujo de albergar. Sólo puedes mantenerte en el camino siempre y cuando leas el manual de usuario de la vida, el que vino cuando se te fue entregado el pensamiento y que tal vez fue dejado olvidado sobre el sillón esperando ser leído cuando alguien se tome un tiempo para sentarse al lado y cogerlo, abrir sus páginas y equilibrar su vida preparándose para el mejor espectáculo e su vida.

Amando a Sofía.
zach

14 de mayo del 2009

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