Hacerme daño no es tan inusual como suele ser en otras personas. Podría ser un equivalente a los resultados del tanathos del psicoanálisis. No es algo que yo necesite hacer pero que acontece al fin al cabo por razones que, al parecer, no puedo controlar (y que algunas veces busco, aunque suene paradójico). Hace poco ocurrió y mi herida ya está cicatrizando, incluso en ese estado y de una forma distraída he logrado sacarme la costra que tenía mi herida sólo con el afán de no seguir sintiendo esa incomodidad que sugiere. No recuerdo con exactitud cuando fue que me hice la primera cicatriz, no recuerdo siquiera cual fué, pero recuerdo cómo se hicieron las más grandes o las más impresionantes (felizmente no están tan a la vista), qué ocurrió entonces y cómo logré esperar que las heridas dejen de ser heridas y se hagan señales en mi piel de circunstancias que nadie hubiera deseado vivir pero que al suceder me enseñaron a no volver a repetirlas.
Tenía seis años y me encantaba coleccionar figuras de los Tortuninjas, era un tortumaníaco, recuerdo que en una oportunidad mi madre, que tenía una destreza única con el crochet me hizo una especie de gafas de las cuales los tortuninjas se diferenciaban y podía identificar quién era Miguel Angelo o Donatello por el color de aquellas gafas que usaban. Me hizo unas gafas rojas, pues quería ser Rafael, el único cuyo nombre no terminaba en "o" y en algunos episodios salía como el lider del clan, usaba lo que llamaba en ese entonces "trinches" pero que en realidad se llamaban Sai. Emulando su destreza con su arma predilecta tomé prestados los palillos de tejer de mi mamá y empecé mi entrenamiento mientras iba venciendo a los secuaces de Destructor en el medio de mi sala. Entonces fue cuando la primera cicatriz que recuerdo me la hice yo mismo, uno de aquellas armas que tenía se clavó en mi nariz en un desequilibrio que tuve tratando de esquivar un golpe de un secuaz de Destructor. Como es natural empecé a gritar por lo que había pasado y la sangre que empezó a fluir me manchó el polo y las manos quitando el palillo de tejer de mi rostro. Mi madre llegó en seguida a auxiliarme y me puso un ungüento para que cicatrice rápido. Felizmente el ungüento hizo su labor rápidamente y la cicatriz que tengo es pequeña en comparación a lo que hubiera quedado si no se actuaba rápidamente.
A los nueve años jugaba en el parque con unos amigos. Empezamos a jugar basquet, un deporte en el cual sacaba un poco de ventaja por mi talla. El problema inicial fue que no llevaba puesto la ropa deportiva para jugar. Llevaba lo entonces un cargopant que no era otra cosa que unos pantalones con bolsillos a los lados que en ese entonces estaban de moda, un polo blanco y una capucha con mangas largas. No había tenido antes problemas para jugar así, sino hasta ese día que un grupo de muchachos de nuestra edad también decidieron retarnos a un juego. Como éramos pocos solíamos jugar utilizando un sólo tablero del campo, sin embargo ya siendo más personas en el juego y con el reto en cuestión, decidimos jugar en toda el área del campo de juego. El juego de ellos era diferente al que estábamos acostumbrados y empezaron ganando. Sin embargo, decidimos hacerle frente y poner lo mejor de nosotros para ganar. Y pudimos empatarles el juego. Fue cuando el partido se puso más dificil de llevar y algunos empujones daban la ventaja para el que estaba marcando. En una de aquellas jugadas, me acerqué para marcar a un jugador del equipo contrario que era un poco más alto que yo. Nos empujamos un poco y para impedir que lanzara salte tan alto como pude, logré tocar el balón y desviarlo para que un jugador de mi equipo avance con la ofensiva, pero el esfuerzo que había hecho al dar el pase me impidió caer de pie sino de lado y para evitar una caída estrepitosa decidí poner mi rodilla de soporte para caer sin hacerme daño. Pero quien sufrió mas en la caida fue mi cargopant que quedó rasgado en la parte de mi rodilla y tuve un rasguño grande que curó en un semana. La cicatriz todavía se encuentra en mi rodilla y me hace querer ir al campo de basquet a jugar al menos un partido.
A los once años estuvimos jugando matagente en el mismo campo donde me hice la herida de basquet mientras mis padres jugaban voley al lado. La niña dueña de la pelota tuvo que irse así que nos quedamos sin pelota para seguir jugando y así teníamos que inventar otro juego. Empezamos con las chapadas. Alguien las llevaba y tenía que tocar a otro para que las lleve, todos no escapabamos del que las llevaba, nunca entendí qué se llevaba pero si que debía escaparme de aquella persona para que no me toque. Alguna vez me toco llevarlas a mi y también atrapaba a alguien para que las lleve en vez de mi. Lamentablemente cuando el juego se hace largo siempre se intenta poner algunos artilugios para no hacerlo más aburrido y escribo lamentablemente pues empezamos a jugar con terrones de tierra y en algunos casos confundiamos terrones con piedras cubiertas de tierra. Fue así que una de esas piedras llegó a dar en mi cabeza y sentí que ésta se dividía en tres y volvía a unirse en una. Luego la sangre entre mi cabello y la alarma de las personas alrededor. Mis padres me llevaron al centro médico más cercano y ahí me prepararon para la sutura de mi herida. Fueron 4 puntos en mi cabeza con anestesia y aquella pequeña aguja curva que mantuvo mi herida cerrada después de haber pasado. Durante dos semanas estuve con gaza sobre la herida y una venda que cubría mi cabeza como si fuera un turbante. Me quutaron los puntos a la primera semana y a la segunda esperar que se cicatrice. Aún puedo tocar mi cicatriz, ahora ya más pequeña, aún así única y me hace recordar que para todo juego hay reglas y hay que respetarlas, incluso si se trata del juego de la vida.
Las cicatricez están ahí para remembrar nuestras victorias o pérdidas. Hay diferentes formas de enfrentar las heridas, esperar a que cicatricen sin acelerar con algún insumo el proceso, acelerarlo con alcohol si la herida es pequeña o con un ungüento si es un poco más grande o con suturas si es grande, o seguir abriéndola en un afán de no querer sanar o sobrellevar el dolor.
Existen otras heridas, las emocionales, las que he visto en muchas oportunidades no estamos listos para cerrarlas, por miedo, por ignorancia, por conformismo. Las heridas emocionales toman más tiempo en cerrar que las físicas, pero sé que las cicatrices emocionales nos harán recordar qué no debemos volver a hacer, si seguimos abriendo las heridas, nunca sanaremos, nunca superaremos el dolor. Creo que es una buena iniciativa empezar a cerrar las heridas y aceptar que las cicatrices son lecciones que pudimos haberlas aprendido antes, pero aún así no olvidaremos.
A los nueve años jugaba en el parque con unos amigos. Empezamos a jugar basquet, un deporte en el cual sacaba un poco de ventaja por mi talla. El problema inicial fue que no llevaba puesto la ropa deportiva para jugar. Llevaba lo entonces un cargopant que no era otra cosa que unos pantalones con bolsillos a los lados que en ese entonces estaban de moda, un polo blanco y una capucha con mangas largas. No había tenido antes problemas para jugar así, sino hasta ese día que un grupo de muchachos de nuestra edad también decidieron retarnos a un juego. Como éramos pocos solíamos jugar utilizando un sólo tablero del campo, sin embargo ya siendo más personas en el juego y con el reto en cuestión, decidimos jugar en toda el área del campo de juego. El juego de ellos era diferente al que estábamos acostumbrados y empezaron ganando. Sin embargo, decidimos hacerle frente y poner lo mejor de nosotros para ganar. Y pudimos empatarles el juego. Fue cuando el partido se puso más dificil de llevar y algunos empujones daban la ventaja para el que estaba marcando. En una de aquellas jugadas, me acerqué para marcar a un jugador del equipo contrario que era un poco más alto que yo. Nos empujamos un poco y para impedir que lanzara salte tan alto como pude, logré tocar el balón y desviarlo para que un jugador de mi equipo avance con la ofensiva, pero el esfuerzo que había hecho al dar el pase me impidió caer de pie sino de lado y para evitar una caída estrepitosa decidí poner mi rodilla de soporte para caer sin hacerme daño. Pero quien sufrió mas en la caida fue mi cargopant que quedó rasgado en la parte de mi rodilla y tuve un rasguño grande que curó en un semana. La cicatriz todavía se encuentra en mi rodilla y me hace querer ir al campo de basquet a jugar al menos un partido.
A los once años estuvimos jugando matagente en el mismo campo donde me hice la herida de basquet mientras mis padres jugaban voley al lado. La niña dueña de la pelota tuvo que irse así que nos quedamos sin pelota para seguir jugando y así teníamos que inventar otro juego. Empezamos con las chapadas. Alguien las llevaba y tenía que tocar a otro para que las lleve, todos no escapabamos del que las llevaba, nunca entendí qué se llevaba pero si que debía escaparme de aquella persona para que no me toque. Alguna vez me toco llevarlas a mi y también atrapaba a alguien para que las lleve en vez de mi. Lamentablemente cuando el juego se hace largo siempre se intenta poner algunos artilugios para no hacerlo más aburrido y escribo lamentablemente pues empezamos a jugar con terrones de tierra y en algunos casos confundiamos terrones con piedras cubiertas de tierra. Fue así que una de esas piedras llegó a dar en mi cabeza y sentí que ésta se dividía en tres y volvía a unirse en una. Luego la sangre entre mi cabello y la alarma de las personas alrededor. Mis padres me llevaron al centro médico más cercano y ahí me prepararon para la sutura de mi herida. Fueron 4 puntos en mi cabeza con anestesia y aquella pequeña aguja curva que mantuvo mi herida cerrada después de haber pasado. Durante dos semanas estuve con gaza sobre la herida y una venda que cubría mi cabeza como si fuera un turbante. Me quutaron los puntos a la primera semana y a la segunda esperar que se cicatrice. Aún puedo tocar mi cicatriz, ahora ya más pequeña, aún así única y me hace recordar que para todo juego hay reglas y hay que respetarlas, incluso si se trata del juego de la vida.
Las cicatricez están ahí para remembrar nuestras victorias o pérdidas. Hay diferentes formas de enfrentar las heridas, esperar a que cicatricen sin acelerar con algún insumo el proceso, acelerarlo con alcohol si la herida es pequeña o con un ungüento si es un poco más grande o con suturas si es grande, o seguir abriéndola en un afán de no querer sanar o sobrellevar el dolor.
Existen otras heridas, las emocionales, las que he visto en muchas oportunidades no estamos listos para cerrarlas, por miedo, por ignorancia, por conformismo. Las heridas emocionales toman más tiempo en cerrar que las físicas, pero sé que las cicatrices emocionales nos harán recordar qué no debemos volver a hacer, si seguimos abriendo las heridas, nunca sanaremos, nunca superaremos el dolor. Creo que es una buena iniciativa empezar a cerrar las heridas y aceptar que las cicatrices son lecciones que pudimos haberlas aprendido antes, pero aún así no olvidaremos.
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