Esta historia comienza en un día soleado, como los pocos que hay ahora durante la estación. Ocurrió un día después de enterarnos que tendríamos un presidente de izquierda elegido democráticamente y que con dificultad la bolsa de valores se recuperaba de la noticia. Fui a la universidad para pedir prestado un documento que me urgía utilizar en mi labor profesional y de paso observar algunos cambios que pudieron acontecer después de mi despedida de las aulas hace unos meses. En aquella visita poco usual, me encontré con un amigo del colegio, que estaba realizando sus prácticas preprofesionales en una localidad poco privilegiada de Lima. Al conversar y enterarnos sobre nuestras actividades laborales, quedamos en que podría ir a visitar el lugar y conocer a las personas a quienes el apoyaba. Su labor, que no es muy distinta a la mía, era apoyar a la comunidad en aspectos espirituales e incluso filosóficos en tanto y en cuanto el aprendía de la comunidad a observar las interacciones de sus miembros y a solucionar desde su perspectiva como guía espiritual de una agrupación religiosa. Por mi parte, podría ayudarle realizando un taller tomando especial atención a la población infantil que se congregaba en la iglesia dado que era un grupo de seres humanos que tenían el potencial para desarrollarse, sin embargo su entorno no era el esperado para llevar a cabo ese desarrollo. Acordé en que los visitaría primero el fin de semana que pasó para conocerlos e identificar los problemas próximos y posibles disfunciones sociales que devendrían en conducta social inadaptada, luego planificaría un taller enfocado en las necesidades más urgentes e iría el fin de semana que viene a realizar el taller.
Llegó el día indicado y fui a visitarlos. Tomé una combi que me llevó durante una hora desde la zona en la que resido hasta el lugar donde me esperaba mi amigo ya en su labor de rutina con la comunidad que lo acogió y lo hizo parte de su grupo. Reconozco que para mi labor suele ser un poco difícil involucrarse con los miembros del grupo dado que tengo que identificar cómo ellos reaccionan, cómo ellos afrontan y cómo ellos solucionan los conflictos que se puedan suscitar. A diferencia de mi amigo, sentía que no podía contactar a primera instancia con ellos sino hasta conocerlos bien y decidir cómo interactuar para no perder la mística que mi profesión atribuye a los que decidimos llevar este título. Esto, como un espectador que no interviene en el ambiente, hasta que sea estrictamente necesario. Aún así, la comunidad al verme me aceptó y brindó las facilidades para que mi observación e interacción pasiva con los menores fuera de la mejor manera. Obtuve información valiosa de las señoritas que se hacían cargo del grupo de niños, como en una escuela. Me comentaron que llegaron siendo sumamente traviesos, inquietos y con energía desbordante e incontrolable. A través de un año y medio aproximadamente, su trabajo estuve enfocado a que los niños reconozcan las reglas del lugar y así sepan qué hacer, cuándo y cómo. Su trabajo era un trabajo óptimo, un ejemplo de cómo las ganas de querer ayudarnos en colectivo permite el desarrollo de habilidades para las cuales no fueron capacitadas, pues las señoritas se habían preparado en otras carreras poco afines a la labor pedagógica y asistían a la iglesia voluntariamente.
Conocí a los menores, personas con grandes capacidades ya desarrolladas y con potencial de desarrollar las aún mas y otras mas también. Como por instinto, mi amigo les había instruido en música, eso les canalizaba la energía desbordante y permitía que ellos pudieran saber qué hacer y cuándo hacerlo, el cómo eso no más era un factor para ajustar, mínimo en realidad pues el proceso de cambio lo habían forjado ya. Observé en aquellos niños una avidez intensa por aprender, un deseo de cambiar su entorno desfavorable y todavía mas el deseo de que su familia tenga mayores posibilidades de mejorar. Lamentablemente de deseos no se mueve el mundo, de sueños tampoco y eso cuando crezcan lo empezarán a aprender sino lo hubieron aprendido ya con las crisis que pudieron acontecer a su familia y que desconozco parcialmente. Las historias que vinieron a mis oídos de testigos oculares, presenciales y testimonio personal fueron muy difíciles de asimilar, pues fueron circunstancias que les acontecieron muy jóvenes, cuando recién estaban encontrándole orden a lo aparentemente normal entonces era cuando enfrentar la pérdida de un familiar cercano, o las peleas crueles entre hermanos mayores con otros jóvenes del vecindario, o enfermedades graves, o disfunciones en el orden familiar que desafiaban la idea de tener una reunión familiar feliz como aparecen en los libros del colegio, o las historias de vandalismo, asesinato y violaciones que aturdían sus sueños e imaginaciones de países de paz, ciudades ordenadas y sociedades felices. Imagino que es difícil en sumo afrontar esa tensión siendo niño y el hecho de encontrar un lugar dónde canalizar esa energía era un ápice de esperanza en el horizonte donde el cambio esperado de podría cristalizar.
Comprendí entonces que mi labor el fin de semana que viene, sería sólo un grano de arena frente al mar de apoyo que durante un año y medio el grupo de personas involucradas en el desarrollo espiritual aquellos niños dedicó. Sé que el taller será un apoyo pequeño, labor para ellos continuará los siguientes fines de semana, entonces le pido a Dios que estos niños puedan encontrarle un rumbo a sus vidas y un objetivo certero. Ansío con deseo infantil que así sea.
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