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31.8.10

¿Napoleón?

Recogí las sombras de la esquina de mi dormitorio, las escondí en el lugar más oscuro que encontré, mi bolsillo.
Encendí la luz que entraba por la ventana, y saludé al sol que pintado sobre el cielo me miraba.
No quise mirar al espejo pues mi sabía que mi rostro cambiaría, no era yo y presentía que no me encontraría en otra habitación igual a la mía pero dispuesta a lo opuesto.
Las sombras quisieron salir, mis ojos atraparon la luz, la interpretaban como color, ese era yo, o simplemente mi mente.
El sonido de mis pisadas hacía eco en el pasillo afuera de la habitación, sentía que no habían parlantes escondidos detrás de las paredes y la pileta en el patio principal era sólo un agradable video en una pantalla plasma que cubría todo cuanto podía detrás de las columnas barrocas del edificio donde me encontraba.
Mis vestiduras blancas me hacen acordar aquella historia de cuando estuve en la luna, caminando con pasos de hombre pensando que daba pasos largos y lentos con poca gravedad, era yo, lo presentía, desde ahí pude observar cómo se creaba el universo primario, de una planta, de un algarrobo, único en su especie, único en su larga conversación con el mar.
En la mañana lo recuerdo, sonreí a las estrellas pues sabía que vendrían a saludarme, las madrugué, suelo ser muy listo con ellas.
El doctor vino esta mañana, me saludo también y quiso saber si aún seguía viendo esas luces en la pared, lo que el no sabe es que aquella pared está pintada de cielo y a veces cuando estoy triste llueve y cuando termina de llover sale el arco iris, tampoco sabe sobre las nubes que caminan por el techo ni sobre los pajarillos que cantan de mañana.
La enfermera es muy bonita, ella no quiere saludarme y yo por eso prefiero mirarla, de lejitos no más para que no se dé cuenta. Ella está construida de finas sedas traídas de la india, por eso cuando sonríe no tiene arrugas, en cambio el doctor, el está manufacturado en una país cercano, creo que lo trajeron de contrabando.
La he llamado Josefina, porque me suelen llamar Napoleón. Pero yo se quien soy, yo soy quien sabe que es lo que piensan los demás, no soy Napoleón, pues el murió hace tiempo. Sólo les hago creer que soy Napoleón para que piensen que me gusta Josefina, espero que algún día sepa quien soy y ya no sólo me quiera por mi dinero sino por lo que soy. Le he escrito  muchas cartas, ella las lee a escondidas, incluso se las muestra a sus amigas. Yo sé que algún día me enseñará la entrada secreta a este edificio, para poder salir y escapar de esta caverna de Platón.
Mis ojos me pesan, debe ser aquella piedrita blanca y lisa que me da Josefina para olvidarme que puedo saber los pensamientos de los demás, pero pocas veces me convence de lo contrario. Es tiempo de dormir. Gracias por leerme, ahora tus ojos saben un secreto y no se lo cuentes a nadie. Cerraré mis ojos y se acabará la película, saldrás del cine y saludarás a tus amigos, preguntándote si seguirás tu camino o decidirás cambiar de ruta.

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