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11.3.12

Apuros de Abril


Ese día me desperté enfocado en que debería terminar el libro. No el texto de secundaria que estuve preparando para una editorial, sino el libro que me había propuesto reescribir, Abril. Tenía escrito los primeros capítulos y sabía que la jornada se haría larga una vez que me siente a escribir largo y tendido hasta acabar. Aquel día tendría que terminarlo si o si pues era el último día de entrega de ejemplares en la Empresa que estaba promocionando un concurso de novela. Me desperté motivado y con la costumbre de empezar a las ocho de la mañana decidí primero tomar un desayuno y al haberlo terminado, empezar raudo y no parar hasta terminar la labor literaria. Claro, si mi plan se hubiera contado a algún experimentado escritor, naturalmente no me lo hubiese permitido tan sólo empezar a pensar en ello, pero era un secreto de dos: G y yo lo sabíamos.


Dispuse toda mi atención en la pantalla que tenía frente a mi y comencé a recordar los detalles del primer Abril, aquella historia lejana que se fue hilvanando en las tardes de época escolar. Recordé también algunos episodios extraños que conté por ese entonces cuando Rodrigo (en la primera versión era Albino) decidía olvidar la partida de Abril a su tierra natal yendo a puerto Pimentel y recordando los episodios juntos empezando por su desmayo en la biblioteca hasta aquel día en que se declaró en un ocaso único. MIentras escribía fui poniéndole un toque de realismo a mis narraciones escolares y la trama por sí misma fue delhilvanándose en una más creible y menos fantástica. Aún no sé si habrá sido una buena decisión, tal vez lo llegue a saber en Mayo cuando los ganadores del concurso se den a conocer. A veces en mis cavilaciones sueño dando un discurso sin papel y la realidad me impide terminarlo pues me doy cuenta que aproximadamente hay otras ciento cuarenta y nueve propuestas además de la mía.


Ese día tenía planeado terminar el libro en cuatro horas. Duré seis, permitiéndome un descaso liviano para no embotar mis ideas. Salí corriendo de casa, pues mi impresora había hecho su labor un poco lenta y tenía media hora mas de desventaja en la cuenta regresiva. Tomé un carro en la Carretera Central que haría un viaje de cuarenta y cinco minutos hasta el Centro Cívico de Lima, un tiempo que en combi me tomaría de hora a hora y media con tráfico incluido. Felizmente el conductor observó mi apuro y cooperó al recoger a dos transeúntes más. Mientras el vehículo iba por la autopista yo revisaba el texto encontrando algunos errores de ortografía que podrían pasarse por alto de parte mía pero no sé del jurado, sigo rogando que sí. Le pagué por adelantado para no sentir la premura al final del viaje. Y el tiempo de entrega se estaba acortando. Fui a una fotocopiadora, pregunté por cuánto me saldría sacar cuatro juegos más del texto que tenía entre manos y su respectivo anillado. No recuerdo con exactitud el montó sólo recuerdo que lo consideré adecuado y pagué por adelantado para que viera mi premura. Abril estaba a punto de quedarse frente a la puerta de la Empresa esperando a ser leída hasta dentro de dos años.


La señorita que sacaba copias y anillaba con destreza terminó en quince minutos todos los ejemplares, incluida una renovación de hojas y la elección del color de las páginas transparentes a manera de tapa y contratapa. Le agradecí su precisión en el trabajo y fui corriendo toda la avenida, ingresé a la estación del metro, cargue la tarjeta para pagar, ingresé en cuanto pude al primer bus que se acercó. No había mucha gente y encontré un asiento cómo mientras observaba el Estadio Nacional y las contrucciones a su alrededor alejarse. Llegué al paradero. Bajé junto con un grupo de personas casi tan apuradas como yo. Subí las escaleras me acerqué a la puerta de ingreso y le pregunté al vigilante sobre dónde debo entregar los textos para el concurso. Me señaló el lugar, ingresé conrriendo, era una construcción muy bien planificada a mi parecer. Y al entrar en el recinto el encargado de recibir me vio con los ejemplares en la mano y me miró con lástima leve. Me dijo que debía llenar todo en un sobre y poner una serie de datos para saber a qué concurso estaba postulando, al de novela o al de poesía.


Salí apurado buscando una librería la encontré cruzando la calle. Me vendieron el sobre y demás artículos con celeridad y sobreganancia, lo que sospeché pasaría por hacer evidente mi apuro. Sin embargo, en compensación, hurté algunas grapas para asegurar el paquete y me dirigí igual de raudo al ingreso y al recinto donde estaban recibiendo los textos postulantes el concurso. Una vez dejada Abril en medio de otros títulos mi premura tuvo descanso, salí del área de la Empresa con una calma por la labor realizada en el trancurso de la mañana y la tarde. Y de regreso, ya en la combi, me quedé dormido por las dos horas de viaje tráfico de fin de semana incluido. Sólo quedaba esperar.


***


Un día de febrero me encuentro en mi historial de visitas a páginas web con la dirección donde encontré la información sobre el concurso. Ingreso sólo para darme ánimos de saber que hice una buena labor durante ese viernes de diciembre. Me percato que sale la lista de postulantes de poesía y observo la larga lista de títulos de todo tipo y temática, urgo un poco más en los sobrenombres de los autores y exhalo algunas risas encondidas en respiraciones. Busco la parte de postulantes para novela, primero me fijo en la cantidad de postulantes, son menos que los de poesía. Luego me preparo para buscar pacientemente a Abril en medio de ellos. ¡Hey! Te encontré pronto pienso decirle, eres la número 50... mi sobrenombre al lado... me pregunto cuántos habrán exhalado risas escondidas en respiraciones al leerlo, si se tomaron el tiempo de leer los primeros cuarenta y nueve o se toparon él.


Sólo queda esperar, aunque el apuro de un día aporta a querer el resultado pronto, sólo queda esperar...

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