El clima va con mi estado de ánimo. Si estoy sosegado, pues hace frío y es tiempo de pensar, estoy feliz pero a la vez se expresa en un deseo de tomar cafe observando un paisaje natural. Si estoy alegre, es que no me duele la cabeza y mejor aún si hace viento y puedo sentirlo en mis orejas. Si estoy callado, puede que esté cansado o no tenga nada que decir (obvio ¿no?) y el tiempo no es nada certero para el día, puede solear y a los cinco minutos hacer frío y nublarse. Me gusta cuando las hojas de cambian de color a tonalidades marrones y narajas, me gusta pues parecen que las cosas cambian tanto que no se sabe que vendrá y genera expectativas de cuánto podemos cambiar, ahí mi mundo se llena de alegría y tengo mucho interés de conversar, un interés poco usado en mi persona debido a que mis interacciones se delimitan a lo estrictamente necesario: saludar, protocolos de conversación, comentar cosas curiosas, despedirse. Algunas veces esos intereses se vuelven más intensos, vale decir, cuando veo hojas naranjas y marrones, con alguien con quien tengo intereses comunes, o con alguien que tiene experiencia en un área especial que recién acabo de conocer (aunque algunas veces mi inquietud por conversar me lleva a hacer preguntas que luego solo me las respondo, claro, después de una mirada de "lee, hijito").
Recuerdo en algún momento en mi vida, tuve la oportunidad de ir a El Guayabo, en El Carmen, ciudad acogedora de Chincha. En ese lugar hay árboles altos pintados de escalas marrones y naranjas, a lo lejos parece un pedazo bosque "puesto encima" de la tierra alrededor. Son árboles de pecanas, altos y frondosos. Ese día me quedé sin hablar porque eran demasiadas palabras que se me venían a la cabeza. Pero cada vez que necesito una cuota de conversaciones intento acordarme de aquellos árboles.
Recuerdo otra opotunidad en que conversé hasta por los codos. Fue un martes. Llovía mucho y el cielo parecía caerse, por los truenos. las nubes se pintaron oscuras en el horizonte y sobre nosotros. Tenía 5 años y mi abuelo al frente mío atizando el fogón donde se iba a cocinar la cena de ese día, era nuestro refugio ese lugar. Y fue cuando conversamos como si no hubiera cierta noción de tiempo. Le contaba sobre mi viaje y cómo llegué a encontrarme con él en aquel refugio iluminado por la luz de un foco de cincuenta watts elevado hacia el techo de tejas que me hacía imaginar más y le agregaba algunas pintas de acción a mi historia arriesgada para visitarle. Él me escuchaba como si todo le contara fuera real, me prestaba atención y dejaba escapar una sonrisa de "sígueme contando". Después de haber pasado la parte donde las artes marciales y el momento de peligro habían pasado el fogón ya estaba apagándose con esa tierna calidez que se siente sobre las brasas rojas entre las cenizas. Mis ojos se habían iluminado de historias de fantasía y mi abuelo disfrutaba de mi imaginación. Ese día hablé mucho y creo que no hubo otro momento en que mis labios pronunciaron tantas palabras al contar una historia. Tal vez si. No sé.
Una vez más hoy, pienso en querer llegar a ese refugio. O a lo mejor construirme uno cerca. Tal vez sólo sea necesario imaginarlo. Será para cuando el tiempo me favorezca y esté de humor para construir.
Recuerdo otra opotunidad en que conversé hasta por los codos. Fue un martes. Llovía mucho y el cielo parecía caerse, por los truenos. las nubes se pintaron oscuras en el horizonte y sobre nosotros. Tenía 5 años y mi abuelo al frente mío atizando el fogón donde se iba a cocinar la cena de ese día, era nuestro refugio ese lugar. Y fue cuando conversamos como si no hubiera cierta noción de tiempo. Le contaba sobre mi viaje y cómo llegué a encontrarme con él en aquel refugio iluminado por la luz de un foco de cincuenta watts elevado hacia el techo de tejas que me hacía imaginar más y le agregaba algunas pintas de acción a mi historia arriesgada para visitarle. Él me escuchaba como si todo le contara fuera real, me prestaba atención y dejaba escapar una sonrisa de "sígueme contando". Después de haber pasado la parte donde las artes marciales y el momento de peligro habían pasado el fogón ya estaba apagándose con esa tierna calidez que se siente sobre las brasas rojas entre las cenizas. Mis ojos se habían iluminado de historias de fantasía y mi abuelo disfrutaba de mi imaginación. Ese día hablé mucho y creo que no hubo otro momento en que mis labios pronunciaron tantas palabras al contar una historia. Tal vez si. No sé.
Una vez más hoy, pienso en querer llegar a ese refugio. O a lo mejor construirme uno cerca. Tal vez sólo sea necesario imaginarlo. Será para cuando el tiempo me favorezca y esté de humor para construir.