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15.8.10

Bus

Intento sospechar que escribo bien, mis manos tiemblan y no pueden escribir bien sobre el papel. Mis ojos se fijan en el frente, veo el mar acariciar suavemente la costa de Pasamayo. Estoy en en el segundo piso del bus que me lleva de viaje a Chiclayo y sonrío al observar el cielo estrellado y las sombras de lo que imagino sería un acantilado muy alto y con rocas esperando en la orilla del mar. Intento escribir de nuevo, pero el cabilar de la marcha del vehículo me lo impide. El cielo se muestra oscuro y a la misma vez despejado, es verano y ya me imagino al día siguiente llegando a Chiclayo con un sol radiante, desde temprano. Caminar por la Av. Balta, o visitar el museo de Tumbas Reales en Lambayeque, caminar sobre las pirámides de Túcume o en las tablas del muelle de Pimentel con la mirada donde piso pues existe aquella extraña sensación de que una de ellas ha de ceder y podría caer en medio de una red de fierros que sostienen las columnas base del puerto. Recuerdo entonces la ciudad que dejo, Lima. El colegio al que asisto y las clases, mis compañeros y las travesuras que compartimos además de algunos secretos personales de nuestros problemas familiares, sonrío en un trato conmigo mismo y continúo mirando el paisaje sombrío. El bus que me lleva va dando curvas por la peligrosa vía y por momentos nos regala el privilegio de la incertidumbre. Claro, no se caen los carros todos los días, bueno no como antes. La luna casi completa se muestra libre de manchas debido a su reflejo ajeno tan reluciente que opaca las estrellas. Recuerdo unos años atrás en una noche de verano tanto así como hoy, que la luna se posó en el horizonte grande como una galleta, aún podía ver sus mares y se mostró de color casi crema. Pensé que mi viaje se haría menos largo con un libro a la mano para imaginar y soñar en el momento menos esperado, justo cuando el protagonista tiene que afrontar el nudo de la historia, soñar con alguna escena de la lectura y mezclarla con un episodio de mi historia, y luego soñar que aún estoy en Lima.

¿Qué hace de especial este viaje?¿Qué se diferencia de otro que haya tomado con el mismo destino? Es que es mi primer viaje solo, la ansiedad se apodera de mi y no me deja dormir, intento recordar algún pendiente en casa pero no llego a concretar en alguno. Intento pensar en qué tengo por hacer en Chiclayo y tampoco consigo llegar a un plan sugerente. Sólo quiero relajarme y pensar hasta dormir. El camino de curvas se termina en una curva larga y en plano inclinado que muestra las olas como pequeños juegos de carreteras en la arena de niños que se olvidaron de recoger sus juguetes por el llamado de una madre a comer y luego a dormir. Unas cuantas casas que saludan nuestro pasar con alguna propaganda electoral. Luego como por arte de magia no recuerdo nada hasta la entrada del sol por la ventana y el paisaje aún árido con algunos árboles de algarrobo al lado del camino como dándonos la bienvenida a un pequeño pueblo con casas de quincha y el sonido de una radio con cumbia norteña en sus parlantes. Siento que ya el calor es el que esperaba sentir unas horas antes. Luego pienso en el presente. Aquel presente que viví en Pasamayo y que tenía un paisaje de fondo oscuro y sombrío y en el presente en el que me encontraba con el sol radiante y los algarrobos escoltando nuestro viaje, luego unas casas y finalmente la entrada a Chiclayo con el Señor de Sipán como anfitrión levantando su bastón de mando como saludo. Sonrío ya estoy en mi destino. Luego me pregunto ¿Cuál será mi presente dentro de unos años, tal vez cuando tenga 21 años? ¿Tal vez escribiendo esta historia?

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