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24.5.11

Si no hubieran muerto


Si Romeo no hubiera muerto. Sería viejo y amargado. Si los Montesco no hubieran pensado en comunidad, no hubieran terminado en el olvido oscuro. Si la codicia no les hubiera carcomido el alma, no estuvieran donde creyeron no estar. Si Romeo no hubiera sido tan soñador no hubiera querido solucionar las cosas por las buenas, tan solo las hubiera dejado ahí y no hubiera muerto. Pero murió, se mato por aquel sincero amor que pensaba guiaba su vida. Si hubiera sopesado con la razón entonces sería viejo y amargado, como lo son todos los viejos que vivieron bien y sienten que ya no pueden hacer lo mismo. Si los Capuleto hubieran pensado diferente… si tan solo hubieran pensado diferente…

Si Julieta no hubiera esperado en el balcón, sería una viejita amable que prepara galletas para sus nietos, los Montesco Capuleto y toda la prole de ellos. A pesar de la incomodidad que hubieran sentido sus ancestros por juntar aquellos apellidos, ella sería feliz pues sabría muy en fondo de sus sentimientos, en lo profundo de su corazón que habría hecho lo correcto. Que las novelas de caballeros medievales, son historias de mentira, ideadas para idealizar la valentía del ser humano. Podría estar escuchando las canciones de su juventud en aquel viejo tocadiscos, ya con el sonido arrastrado por el tiempo, ya con las dificultades que devienen en la entropía, pero música agradable al fín, música que invoca recuerdos, música que relata lo que pasó. Lo que se hizo bien y lo que se hizo mal. Si los Capuleto hubieran sido un poco más tolerantes. Si las razas y los apellidos no hubieran tenido el valor que le solían dar.

¿De qué sirve ser Capuleto o Montesco, o Del Valle o Del Bosque, o Villavicencio o Villarroel? ¿De qué sirve tener un nombre sino se le da el valor al ser humano? ¿De qué sirve hacerse llamar Romeo o Julieta, o Luis o Mariana, o Damián o Silvana? ¿De qué sirve pensar que somos lo que pensamos que somos y no lo que queremos ser? ¿De qué sufre el ser humano por tener la piel más oscura que la del otro, o por tener el cabello más liso que del otro, o por tener menos dinero que el otro? ¿De qué se trata el hecho de ser divergentes en pensamiento, de no entender que nacimos gregarios, de querer vivir en un solo lugar y no querer ir más allá del horizonte porque parece peligroso llegar por allá? ¿De qué sirve tener recuerdos dolorosos sino estamos dispuestos a dejar la carga a un lado y avizorar el futuro como una oportunidad para hacer de aquellas circunstancias recuerdos sanadores, recuerdos alegres, recuerdos de compartir lo que sabemos, de vivir en sociedad?

Si Romeo no hubiera muerto, hoy sería sólo uno más del montón. Si Julieta no hubiera muerto, hoy sería la matriarca de una familia numerosa y feliz. Si las familias Montesco y Capuleto hubieran estado dispuestas a conocerse y concertar hubieran sido una familia de bien, y hoy serían unos más del montón… del montón de familias que hubieran visto su ejemplo, porque lo bueno se comparte, porque la alegría irradia alegría… del montón de personas que compartirían su cultura familiar con otras más… pero eso es sólo una utopía. Romeo murió y dejó un camino inútil el cual seguir cuando los varones tristes se sienten rechazados. Julieta murió recorrió el camino antes que Romeo, como un acto de lo que llamaba amor, pero que sólo se trataba de un cúmulo de emoción aprendida de historias de caballeros medievales y doncellas en peligros. Si no hubieran muerto, la utopía tendría un ápice de esperanza de materializarse… un ápice en los corazones de las personas que aprenden a sopesar las emociones con la razón.

17.5.11

Recuerdos, decisiones y el arte de vivir...

Soy el rojo de la rosa, las flores
en los vacíos del piso de tu dormitorio.
Y soy el gris en el fantasma que se esconde
con tu ropa detrás de la puerta del closet

Soy el verde en el pasto que se dobla
debajo de tus pies
Y soy el azul en el callejón de atrás
donde el horizonte y el techo se encuentran.

Si me cortas, tendré que sangrar los colores
de las estrellas de la noche.
Puedes ir donde quieras porque yo estaré ahí,
donde tu estés…
donde tu estés.

Siempre seré la clave
cuando estrés perdida en la fase technicolor

Soy el negro en el libro,
las letras en las páginas que memorizas
Y soy el naranja en el color
nublado que visualizas

Soy el blanco en las paredes que te absorben
y el sonido cuando no puedes dormir
Y soy el color durazno en la estrella de mar en la playa
que desea que el puerto no haya estado tranquilo, tan profundo.

[The Technicolor Phase - Owl City]

***

¿Qué es lo primero que recuerdas? ¿Lo que te cuentas que hacías de pequeño, lo recuerdas? ¿Parece ser un sueño? ¿Son espasmos de imágenes recurrentes, no tan claras, hasta que vuelves al mismo lugar donde sucedieron los hechos?

Roberto Lerner, lo explica: “La memoria episódica, vale decir, la autobiográfica, relacionada con personas, hechos, lugares y las emociones que los acompañan, se organiza como un relato explícito. Antes de los tres años, las palabras, los elementos que constituyen ese relato, están en pañales, dominadas completamente por la acción, las sensaciones y las imágenes.” (Diario Perú.21, 15/05/2011).

Hubiera sido genial tener los recuerdos de aquellos años, ¿verdad? Así como recordamos lo mejor que nos aconteció en la escuela, o en la secundaria o en la universidad, en algún viaje, o en una situación insospechada que nos aconteció en alguna etapa de nuestra vida, dependiendo de cual el recuerdo se puede hacer más claro y vívido. Muchos de nuestros recuerdos nos hacen sonreír, otros nos traen amargos nudos en la garganta. Pero lo más importante, me parece, es las lecciones que extraemos de cada una de esas circunstancias consideradas como importantes para nuestra vida.

Roberto Lerner en esta oportunidad nos explica el porqué de la importancia que le damos a nuestros recuerdos: “La mente establece patrones sobre la base de la realidad. Por ejemplo, hace mapas que reflejan los lugares por los que transitamos, visitamos, que son importantes para nosotros y nuestra vida cotidiana. Se van cargando con significados por las personas con las que interactuamos en ellos, por lo que hacemos en ellos. Nuestros hogares, nuestros barrios, nuestros templos, nuestros parques, nuestras escuelas.” (Diario Peru.21, 20/03/2011)

Esos recuerdos en muchas maneras trazan la línea de conducta que seguiremos cuando nos enfrentemos a situaciones parecidas. Mal o bien aprendidas las lecciones, nosotros estamos confinados a reaccionar igual siempre y cuando no nos demos cuenta de lo que nos acontece. Ahí entra la introspección, una de las prácticas analíticas que nos ayudan a poder tomar decisiones más prácticas y con objetivos claros para un bienestar duradero. Si no fuera así sólo seríamos esclavos de nuestras emociones que nos otorgan un bienestar temporal, breve y cada vez más efímero. He ahí el valor de darle uso a nuestra razón, de interactuar responsablemente con las personas que nos acompañan en el desarrollo de nuestra vida. Es un entrenamiento, es una práctica constante, pero gratificante porque hemos aprendido a conducirnos en el tiempo que estamos todavía respirando y actuando en esta sociedad y así aportar para su desarrollo.

13.5.11

Incontrastable (III)


Al día siguiente, fuimos a visitar lugares donde antes no había visitado hacía mucho. Primero fuimos a un lugar donde la calma se podía escuchar a través de la brisa balanceando los árboles y recibiendo el calor del sol en un lugar donde trabajan personas con nuestras creencias filosoficas afines. Conocí el lugar donde trabajan y además tienen un espacio donde pueden recrearse haciendo deporte. También visité la librería, me distraje viendo algunos títulos y fue ahí donde encontré un título que me llamó la atención: Mil caerán. Me interesó tanto que lo compré. Y empecé a leerlo hasta cuanto pude, en el momento que me permití y con el objetivo de leerlo de tapa a tapa.

Mientras la historia me envolvía en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial, podría ver que el paisaje cambiaba y me llevaba a un lugar apartado de la ciudad. El acceso con vehículos se fue haciendo cada vez más difícil. Hasta que se acabó la carretera y llegamos a un restaurante donde tenían un criadero de truchas y servían recetas típicas de la zona teniendo como ingrediente principal a la trucha. Cerca a nuestra mesa, que era una construcción de madera que formaba una mesa y sus sillas, llegaron unos gorriones raudos, felices y juguetones. Te pensé y quise traerte para que comas conmigo, para que disfrutes del clima y para disfrutar de tu mirada hacia los gorriones. Las truchas en su habitat, viajaban todas en grupo, ordenadas talvez, en el orden que les dictaba su instinto, insapientes de su destino, indefensas de la mano del hombre.

Ese día me alegré de estar en aquel lugar, viendo en las laderas de los cerros que nos rodeaban un bosque de eucaliptos que se sostenían el uno al otro siempre delgados, siempre descascarándose, siempre danzantes en sus ramas. El río al lado del camino y el susurro al chocar con las piedras traía una sospecha de desestrés. De paz. Al regresar por el camino, observamos también algunas cantutas, cipreses y otras plantas naturales de la zona. También observamos algunos animales que eran arriados por sus dueños hacia sus establos, ovejas, burros y terneras, todos de regreso para reposar.

Durante algunos momentos libres, me escapaba de la realidad soleada y verde hacia las historias dramáticas de supervivencia en los años de 1940 en Alemania y sus alrededores. Todo parecía cambiar de color. Luego regresaba al paraje serrano del lugar donde me encontraba, disfrutaba de las nubes de algodón y del cielo celeste de fondo. Supe que todo se podría sentir más a gusto si estabas a ahí para compartírtelo. Pronto será.

En aquella oportunidad la noche estuvo silenciosa, apacible y con alimento en aquella fortaleza de paz que perdura en el tiempo, aquella morada donde la matriarca de mi familia reside y donde pude encontrar algunos libros que le pertenecieron a mi abuelo y que me interesaron mucho pues serían libros que si los leía pudiera compartir más de cerca aquella afición de mi abuelo por el conocimiento. Recuerdo cuando era niño y lo miraba alto y con admiración. Luego me decía: Hola hijo, ya creciste un poco más que la última vez. Poco tiempo lo conocí, poco tiempo pudimos compartir nuestra amistad, pero a raiz de las historias de mi madre y mis tíos pude conocerlo como alguien que disfrutaba de la lectura y de los viajes, un hombre interesado por ser mejor cada día aunque un poco reacio a olvidar algunas costumbres de su familia. Me enseñó la vida del campo con palabras simples, para mi edad y comprendí que esa era la vida que siempre había llevado, era su rutina, era una danza que no podía dejar de realizar. Encontré, esa noche, sus libros y decidí leerlos también. La noche me atrajo antes de empezar con los primeros capítulos, así que tuve que reservarlos para el siguiente día, el día de mi regreso, de mi pronto regreso.

10.5.11

Incontrastable (II)


Ese día llovió, y también granizó. Fue una oportunidad para recordar por espasmos imaginarios algunas imágenes de la niñez que uno las memoriza por intención, a propósito y sólo con el fin de sentirse como uno se siente en ese instante, sentir el frío, la brisa que acompaña la lluvia, escuchar los golpes del granizo sobre el techo, sobre las calaminas, sobre el suelo, ver cómo la calle se moja y luego se convierte en un camino blanco. Ese día llovió y me vinieron esos recuerdos, volví a sentir la calidez de una frazada, volví a ver la lluvia desde mi ventana, volví a considerar estar contigo pronto frente a este paisaje, tal como hace algún tiempo, algunos meses, estuvimos también.

Ese día salí a caminar después de la lluvia. Ya era de noche, así que el cielo despejado una vez más dejaba ver las estrellas. Las calles estaban de otro color, tal vez más vivas. Los caminos en sus orillas formaban pequeños riachuelos que se alimentaban el uno al otro, se encontraban y se alejaban como si tuvieran voluntad propia. El olor a tierra mojada y la brisa fría se sentían en el ambiente. Al caminar me percaté que las luces de la calle, los transeúntes, las casas, el cielo oscuro y estrellado, todo encajaba bien en una fotografía. Capturé aquella imagen.

Ese día pensé llegar a un parque, sacar mi billetera y extraer de ella una fotografía tuya que guardé un día antes de viajar, así podrías acompañarme, así podría estar contigo. Ese día encontré el parque y vi que cada persona iba a diferentes destinos, y supe el mío ya lo había encontrado. Me senté en aquella banca. Eché un vistazo alrededor los árboles y sus extensiones. ¿Alguna vez me habría sentido tan cómodo, tan ensimismado en un lugar como ese? Tal vez no, pero de pronto sentí que la gente sólo pasaba y no le importaba que era lo que yo guarde entre mis manos, tal una que otra mirada infantil se distrajera en mis actividades pero nada más allá de lo normal. Así que extraje tu fotografía, me repetí la promesa que te hice antes de viajar. Regresaré pronto. Miré las estrellas, pretendí escribir nuestras historias en ellas.

Al regresar, me visualicé acurrucado en aquella cama que me acogería esa noche, aquellas colchas polares que me abrigarían y evitarían que me acontezca una hipotermia. Desee abrazarte. Me preparé para el siguiente día, estableciendo un recorrido mental sobre qué tendría que hacer, y qué lugares tendría que visitar. Me propuse algún día llevarte a visitar aquellos lugares. Conocer los bosques de eucaliptos que se observan al lado del camino yendo hacia un criadero de truchas. Ver el cauce del río. Examinar las pocas retamas que quedan y contarte que antes no era así, que antes a cada metro podrías observar una adornando el camino. Observar el cielo celeste y las nubes de algodón o atender el aleteo de un colibrí. Pronto, estaremos juntos disfrutando de este paisaje, de este momento.

Habiendo llegado ya a recostarme sobre aquel lecho cálido recordé lo que me comentaste sobre el lugar donde creciste, empecé a imaginar todo cuanto podía recordar tus descripciones y dormí con aquellas imágenes, dormí corriendo a tu lado hasta llegar a unas cuevas, dormí observando el cielo recostado sobre aquella piedra que abraza, dormí caminando entre cipreses, tal vez jugando a las escondidas, tal vez escapándonos de las cosquillas, dormí comiendo frutas a la sombra de un árbol, dormí preparando mis maletas para regresar, pronto.

6.5.11

Incontrastable (I)


Esta vez estuve lejos, esta vez no estuve acá. Fui a conocer aquel lugar donde hace frío, aquella ciudad donde los eventos tienen otro color, un poco más azul. En viaje fue largo, tuve que probarme a mi mismo que no era tan difícil como pensaba. Claro, subir la cordillera parece difícil, sin embargo con el vehículo adecuado uno puede sentirse más cómodo y seguro. Sabía que regresaría pronto, pero creo que el hecho de estar lejos ya implicaba que el tiempo iría más lento que de costumbre. Las sinuosas carreteras que atraviesan las cumbres parecen que fueran una repetición inconstante de paisajes, un momento con eucaliptos, otro con ichu y rocas con cubierta de nieve. De pronto se descubren lagos, de pronto se observan minerales en el río, cambiándole de color a la vida, haciéndola más difícil de ser vivida. Tu voz me anima a continuar a pensar en llegar, en cumplir con lo que estoy emprendiendo este corto viaje, en regresar pronto para traer buenas noticias.

Las nubes oscuras se juntan, pintan el paisaje haciéndolo ver más íntimo, más personal, más reflexivo incluso. Llego a aquella ciudad. Llego al lugar donde las miradas profundas se diluyen en nostalgia, en desconfianza y en brillos de esperanza. Llego al pueblo donde las historias se cuentan con sonrisas y con sollozos a medias, donde las canciones tienen, como la vida misma, sus alegrías y tristezas amalgamadas. Llego para conocer los laberintos de creencias nuevas, arraigadas, empíricas y hasta místicas. El cielo se despeja por momentos, la noche cae pronto, y las luces tenues, las lámparas de kerosene y los ojos de la población se encienden. El viento libre, el aire sin color, me da la bienvenida, aprendo a respirar nuevamente. Llego a la ciudad que no tiene contraste, que es única, que me dio la bienvenida cuando nací, que me da la bienvenida con la misma energía con que me recibió aquella primera vez, cuando mis llanto se dejó oír en su aire frío, en la sombra con brisa, en el sol cálido, en los árboles verdes, completamente verdes.

Llegué también al recinto matriarcal, al hogar primigenio donde se criaron mis tíos y mi madre, donde yo viví por temporadas, viéndolo en sus pilares un castillo de paz, donde escuchas el silencio, donde te encuentras de cerca con el universo que nos rodea, ahí también llegué. Ahora aquellos pilares están más pequeños, ahora me agacho para ingresar por sus puertas, ahora las ventanas son más pequeñas que cuando era niño las miraba, ahora el jardín es jardín ya no es un bosque de juegos, ahora sigue siendo un castillo de paz, ahora ya no alberga mis cuentos, mis travesuras, ahora alberga recuerdos, ahora alberga un mundo lleno de realidades por contrastar, ahora alberga el mismo silencio sin tiempo, sin pasado, ni futuro, ahora alberga momentos de conversación sobre los cambios en el pueblo, sobre la vida de campo, sobre el sabor de la comida, sobre la visita de mis tíos, sobre los lugares donde se puede visitar, sobre el ritmo de vida, sobre la vida misma y sobre cómo Dios dirige las historias de los miembros de la familia.

Me encontré con las estrellas, en la noche. Aquellas estrellas que te conté que brillaban en un cielo despejado, mostrándose sintilantes, alegres de ser observadas, encontré al Orión, me acordé de aquel versículo de la Biblia, encontré la estela de nuestra galaxia, encontré nuestras historias, encontré en el silencio de la noche y el frío del ambiente la necesidad de tenerte cerca, de compartir contigo lo que me acontecía.

A la mañana siguiente, recordé aquellos amaneceres de niño, amaneceres con el canto del gallo y trinos matutinos, con el sonido del agua en el lavatorio de piedra, con los pasos de los agricultores afuera llevando el trabajo del día en sus hombros, llevando la esperanza de tener un buen día de labores para llevar lo cosechado a casa y preparar un plato especial para compartir con los niños que sonrientes regresan del colegio, con los rostros quemados por el sol, con la misma mirada profunda y vivaz que tienen cuando saben que compartirán tiempo con su familia en la mesa, que luego podrán salir a jugar porque las vacaciones se acercan. A la mañana siguiente el sol me abriga, en el cielo celeste descansan nubes de algodón y puedo escuchar mis pasos al caminar, al jugar con las piedrecillas del camino, al visitar la plaza del pueblo y observar que los pobladores me observan con esas miradas de reconocimiento, de escrutinio, de inquietud por saber de qué o para qué estoy en ese lugar. Pregunto por panes, me enseñan en una canasta el producto de la labor nocturna, son panes que extrañaba ver, con formas distintas, con manchas de horno artesanal, con sabores únicos e inigualables, apreciables por ser pocos, por ser diferentes. Perfecto complemento para un desayuno en aquella fortaleza de paz que me trajo recuerdos de niñez. Donde una sonrisa vale lo que debe valer, donde tomo fuerzas para el día que viene, donde aprendo de la experiencia, de una vida llena de retos, aquella vida de mi abuela, aquellas historias que enriquecen la alegría del desayuno y me animan a disfrutar de este corto viaje aún más.

1.5.11

Soy

Las luces no están
Está tu luz
Tus colores
Está tu sonido
Tus susurros
Estas tú
Sonries, sé que lo haces

Alguna vez escuché
Escuché que para encontrarse uno
Debe mirar hacía sí mismo
Pero ¿cómo es posible...
... que me encuentre cuando sonreimos juntos?
... que me encuentre cuando caminamos juntos?
... que el reflejo de tus ojos
El reflejo de tus ojos me diga quien soy?

La luna nos mira
El sol de soslayo, también
Las estrellas forman figuras
Nuestras constelaciones
Nuestras historias
Nuestro mundo
Nuestro universo

Alguna vez escuché
Escuché que para encontrarse uno
Debe mirar hacia sí mismo
Pero ¿cómo es posible...
... que me encuentre cuando jugamos juntos?
... que me encuentre cuando nadamos juntos?
... que el brillo de tu sonrisa
El brillo de tu sonrisa me diga quien soy?

Los árboles a nuestro alrededor
Alrededor nos cubren
Nos regalan la brisa
La brisa del viento
Te miro
Me miras
Te abrazo
Me abrazas


Alguna vez escuché
Escuché que para encontrarse uno
Debe mirar hacia sí mismo
Pero ¿cómo es posible...
... que me encuentre cuando reímos juntos?
... que me encuentre cuando lloramos juntos?
... que el asir de tu mano
El asir de tu mano me diga quien soy?