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Llegué a Lima junto con mi familia al final de la década de los ochentas, cuando el Perú se observaba herido, culpable, irresoluto, asustado y conmocionado. Llegué descubriendo el mundo a mi corta edad. Lima, no era tan gris como ahora, era mas bien silente, sorda a lo mejor, viviendo de espalda al terrorismo en provincias y sufriendo la desarticulación gubernamental con los extremos del territorio. Llegué y descubrí lo agradable que se siente despertar de noche para despedir el tren que pasa cantando su canción triste y estrépita. Llegué y descubrí lo que significa ir a un comedor vecinal y comer polenta, sémola, cau cau y refresco de bolsita. Llegué y descubrí lo dulce de reir a la luz de una vela sostenido por los brazos de tus padres y el taqueteo de la máquina de escribir de mi hermana trabajando en su tarea de la universidad. Llegué y desde niño comprendí que la vida no sería fácil, que los retos del universo siempre traerán emociones fuertes. Llegué para jugar sobre montículos de arena, almorzar a la sombra de una parra y preparar cachangas los días especiales cuando terminaba el ciclo de estudios o cuando celebrábamos un cumpleaños. Llegué para extrañar las vacaciones de visita a mi tierra, al lugar donde nací. Llegué y ya no me quise ir. Escapaba por momentos, pero siempre regresaba. Me acostumbré a cruzar la carretera central, me acostumbré al sonido del tren, al silbido de la fábrica, a los camiones que entran y salen de ella, me acostumbré a ver los carros interprovinciales pasar, a tomar las combis para ir a pasear, a soñar con algún día movilizarme en mi propio vehículo, me acostumbré a escuchar lo trino de algunas aves en la madrugada, a ver la luna de noche para que me cuente historias, a disfrutar del sol en la piscina y pensar en escribir cosas mías, en secreto, para nadie, para mí, para ella, para los míos, para los suyos, para todos, para el olvido, para el recuerdo después de haber buscado entre polvo y papeles, para la vida que te sonríe con sus paisajes, que te amedentra con sus circunstancias, que te regala felicidad y te comparte la responsabilidad de sobrevivir, para el universo ininteligible, para la fantasía que no se cansa de dibujar, para la realidad que se imprime de lo absurdo, que se contradice y se da coherencia a sí misma.
Mientras crecía Lima fue creciendo conmigo. De pronto había una calle larga con un mercado en el centro que se solía llamar Av. Grau, desordenada, desprotegida. Por otro lado aparecía una avenida amplia, larga, sin mucho tráfico que salía hacia el sur. No tenía un mapa de cómo eran las cosas pero los lugares estaban ahí flotando, reconocibles en sus formas, en sus siluetas, en sus climas, en sus paisajes de cemento, los parque grandes se dibujaban en mi mente Manco Capac, Plaza San Martín, Plaza Mayor. Lima crecía se agradandaba territorialmente, habían lugares, calles, casas que con cada día que pasaba aparecían y el mapa crecía. Poco a poco aprendí a ubicarme a llegar de un lado a otro, caminaba por lugares desconocidos y enlazaba referencias con distancias. Ahora ya me pierdo menos. Lima creció más rápido que yo, Lima se desfigura por sectores se amalgama con otras ciudades se olvida por otras zonas y se contruye por partes. Lima se pinta en sus paredes y se contruye rápida en edificios. Sufre por las noches cuando valdalos la utilizan de cómplice para hacer sus fechorías, cuando sus futuros gobernantes se drogan en las discotecas, cuando sus antiguos moradores yacen durmiendo con sus tormentos psíquicos sobre sus calles, beodos. Lima ha aprendido a saludar, Lima ha aprendido a verse bella, con las tradiciones de Palma, con sus parque y árboles enormes. Lima ha aprendido a leer, a observar pinturas, a ver películas, a asistir al teatro, a analizar el arte. Lima ha recordado cuando fue virreinal, cuando fue preinca e inca, cuando dio a luz a la música criolla, cuando aprendió a cocinar rico. Lima ve salir el sol detrás de los cerros de Chosica, Cieneguilla, San Juan de Lurigancho y Carabayllo y lo ve ocultarse a lo lejos en el mar desde Pucusana, San Bartolo, Punta Negra, Punta Hermosa, Lurin, Pachacamac, Villa El Salvador, Chorrillos, Barranco, Miraflores, Callao y Áncón. (Por cierto, ahora entiendo porqué la eligieron como capital.)
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