En Rivendell.
La lluvia cae liviana sobre los techos a doble agua. Cabañas y casas peculiares extendidas en todo el territorio armonizando con el ambiente, una selva entre montañas. Me siento en la sala de espera. Acabo de llegar de un viaje de diez horas desde las costas de La Comarca a esta tierra poco visitada. La lluvia me encontró en la mañana y ahora me sigue. El pueblo es tranquilo, poco bullicioso y pequeño. Gran parte del paisaje es colmado por árboles distintivos de la zona y nubes cercanas que pasean cerca de sus copas. Rivendell, distinto a cómo lo imagine.
En casa.
La costa no está colmada de tantos árboles, a no ser que estés cerca al valle de un río y aún así no es suficiente. Las nubes del invierno cubren el cielo y la sensación de frío se siente entre la ropa y la piel, a veces llegan vientos fuertes y es preciso utilizar un abrigo para evitar coger un resfrío. Los hábitos cambian, estar en casa, abrigarse, tomar una bebida caliente, dormir temprano, querer dormir un poco más en la mañana.
En Rivendell
Los cielos juegan con las nubes a las escondidas. El clima se mantiene en una temperatura adecuada como para no sentir bochorno por el calor ni temblar de frío. La lluvia le otorga un equilibrio cada cierto tiempo y el sol después de ella provee lo que la tierra necesita para resistir el caminar de los pobladores. Nos encontramos juntos, me aferro a tu brazo para no separarme de ti. Hace mucho que no compartimos tiempo y es ahora cuando podemos sonreir.
En casa.
Las imágenes vienen y van, a veces siento que puedo abrazarte tan fuerte como entonces, sé que no pasará mucho tiempo para volver a hacerlo pero ¿qué sabe el tiempo de urgencias si siempre tiene el mismo andar? Repaso en mi mente lo que vivimos entonces.
En Rivendell.
Fuimos a caminar por las riveras del río que divide Rivendell. Tus mirada me explicaba lo maravilloso del lugar donde nos encontrábamos y yo deseaba captar todo cuanto me decías. Las nubes escalaban los cerros inquietas. Tú, reconociendo cada árbol y fruto, yo, admirándote. Tomo tu mano y sonrío. Estoy contigo.
En casa.
Miro mis manos vacías, estabas aquí hace unos instantes. Te extraño.
En Rivendell.
Fuimos a hacer deporte. ¿Qué sería de ti sin el deporte? No me lo imagino. Verte jugar, disfrutar del ejercicio, sonreír en cada acierto, motivarte y motivar a tu equipo en cada desacierto, estar en actividad me alegra tanto como a ti vivir ello. ¿Qué sería de mi sin tu amor por el deporte? No me lo imagino.
En casa.
Estoy sonriendo al vacío. Te amo. Te llamaré para escuchar tu voz. Para conversar como solíamos hacerlo, juntos, descansando de toda actividad, dormitando, en medio sueño y media realidad. Y te abrazaré y daré un beso como los que te dí en Rivendell, como los que te daba en casa, como los que te gusta recibir, como los que te daré la siguiente vez que estemos juntos.
En Rivendell.
La noche llegó. Cenamos. Caminamos. La luna sonrió.