¿Cómo empezó todo esto?¿De dónde es que aprendimos a jugar?
El juego es para el ser humano (infante, niño, preadolescente (y es que ahora les gusta diferenciarse), adolescente, joven, adulto y anciano) un medio de expresión natural. Como Freud propusiera, un método catártico. Tal vez Berne (no, no está mal escrito, pues me refiero al psicólogo no al escritor) hubiera dicho que el niño, la personificación de una de nuestras instancias, se muestra tal y como es; aunque yendo aún mas lejos diría que la raíz de nuestras interacciones es el juego, entendido como más que un proceso un medio para sentirnos nosotros, para ser quienes somos y para que los demás sepan quiénes y cómo somos.
El hecho de ver a un infante jugar implica entonces lo complejo visto de un modo sencillo y genuino. Juega porque siente que puede ser como es, juega porque quiere jugar, juega porque así aprende, juega porque es su juego y a veces te invita a formar parte de él, a veces quiere que tu incluyas tu juego en el suyo y otras por decisión propia busca la soledad en ello.
Para jugar vamos asimilando reglas que regulan el hacer trampa, un recursos para nunca perder, que a su vez es un estado que no nos gusta experimentar por hacernos sentir fuera del control del juego sino más bien sometido por él, entonces las reglas nos defienden nos amparan pero también nos limitan y nos someten (es ahí cuando el concepto de libertad busca mayor trascendencia que el de sentirse apto para hacer lo que la voluntad dicte sin afectar la voluntad ajena), evitan que nos sintamos perdedores y a la vez lo buscan, o al menos eso es lo que pensamos que hacen.
Las reglas se hacen cada vez más rígidas y minuciosas a medida que crecemos y el juego pierde su objetivo entre el abultamiento de palabras legislativas y asuntos de deberes y derechos. El juego ya no parece juego y lo único que queda es pensar en lo que se debe o no hacer y preguntarse si es lícito o no. La sensación de diversión, desahogo, alegría o esparcimiento se torna en aburrimiento, estrés, ansiedad y necesidad de afecto.
Por lo tanto, hace falta jugar. Hace falta encontrar actividades que fomenten la expresión natural de uno mismo, recuperar las reglas que tuviste, esas reglas sencillas que te dibujaban una sonrisa en el rostro y tu corazón palpitaba con energía. Hace falta jugar más ese juego que se llama Vida.